Otra vez a jugar con el Paleti, qué pereza. No mola jugar con ellos porque es un equipo muy quinqui, «perros callejeros» como los definió acertadamente un fansista, recordando aquellas míticas pelis de los 70. Sí, los Koke, Juanfran, Raúl García… pueden compararse con el Torete, el Vaca, el Trompeta, el Negro… (¡la gente’l barrio!), y tienen unas artes de navajeo y disimlulo muy similares. Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de que el Paleti es «el equipo del pueblo», y aunque la intención de esas palabras era claramente demagógica, he llegado a la conclusión de que… ¡son ciertas! No me cabe duda de que el antiguo equipo de la aviación franquista ahora es el que mejor refleja la España de la factura sin IVA, del «qué hay de lo mío», del «quítate tú pa ponerme yo», la del abstencionismo electoral o d votante de Jodemos, la adicta a Tele Brinco, la que manga en los supermercados… sí, hemos de reconocer que el Paleti es el club que mejor refleja la actual sociedad española.
¿Pero sabéis qué? Al menos son buenos en lo suyo, y el Madrid ha sido el «panoli» de esta historia. Nos han robado la cartera en plena puerta del Sol como a vulgares turistas, porque pasan los años y seguimos en la inopia. El Paleti no hizo un mal partido el otro día, al contrario: aplicó a la perfección su plan picapedrero, y el Mandril no opuso los suficientes argumentos para desmontarlo. Fuimos generosos en el esfuerzo y movimos de un lado a otro una pelotita que llegaba aseadamente a su destino, pero de forma demasiado previsible. No se trata de que los jugadores corran -que también-, sino de que el balón circule lo bastante rápido para desarbolar una defensa rocosa, y eso es muy difícil en un equipo que apenas juega al primer toque y que se ve perdido cuando no tiene espacios. Para este juego dinámico hace falta una constante alerta mental y mucho ensayo previo, algo que no sé si tiene este Madrid, la verdad.
Y luego, claro, está el tema de la portería, que da ya produce un hastío excesivo. Ahora bien, si juega el acabado veremos un horror ético y estético, pero también una poderosa lección, un paradigma, de cómo incluso hasta las entidades más poderosas pueden ver su rumbo torcido por la incompetencia, la mediocridad y los intereses bastardos. Que cada uno lo extrapole a lo que quiera. En fin, veremos si tras nuestro paso por la «cocina del infierno» del Calderón salimos con el patrimonio intacto -y aun enriquecido- o sin la cartera, la cadena y el peluco.