Llegó por fin el día de las elecciones. Florentino acude al estadio muy procupado, preguntándose qué pasará al final del día si realmente pierde el control, tan precidado para él, del club blanco. Cientos y cientos de socios van pasando por el recinto habilitado para votar, en una elecciones que han despertado un inusitado interés, y cuya campaña ha estado cuajada de toda clase de ataques furibundos contra la candidatura de Pérez, principalmente por parte del poder fáctico ampliamente conocido. En la candidatura de Sanchís el optimismo es patente. Mientras se pasea con su séquito entre las mesas de votación, Florentino repara en un peculiar personaje: un hombre de treinta y tantos años que, sentado en una silla y con gafas de sol, observaba con total tranquilidad todo el proceso, sosteniendo en su mano el sobre que presumiblemente contiene su voto, pero sin decidirse a depositarlo. También tiene una tablet, con la que parece estar escribiendo en una web madridista. ¿De qué le suena su cara a Floper? ¿Ha hablado en alguna asamblea? Florentino vuelve a su sede electoral sin lograr recordarlo.
Poco antes del cierre de la votación, el aún presidente vuelve a las mesas para dar un último vistazo. El personaje misterioso sigue allí, sin haberse desprendido aún de su sobre. Justo a las 19:59, un minto antes del fin de las votaciones, este hombre se levanta, se dirige a la mesa que le corresponde con su carnet de socio y depostia finalmente su voto. Una vez lo hace, se vuelve hacia el lugar preciso donde está Floper, dedicándole una inquietante sonrisa. Pocas horas después se hacen los resultados de las elecciones: se ha alzando ganadora, contra pronóstico, la candidatura de Florentino Pérez, por un solo voto. Floper no logra salir de su asombro, y tiene la intensa sospecha de que aquel hombre miserioso le votó a él, aunque quizá sin muchas ganas. De ser así, le debería aquella ajustadísima y crucial victoria. En cualquier caso, tanto él como el club tienne ahora una nueva oportunidad.
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Año 2020. En un acto solemne y festivo, va a inaugurarse en la Ciudad Real Madrid de Valdebebas el flamante Nuevo Estadio Santiago Bernabéu, aclamado universalmente como el más espectacular y mejor equipado de todo el planeta. Ya muy cerca de finalizar el que será su último mandato, Florentino Pérez, ya mayor pero aún enérgico, dirige un orgulloso discurso a la gran multitud de periodistas y aficionados congregada. Muy pocos podrían hacerse imaginado hace cinco años que este proyecto sería realidad, pero tras ganar la Décima y la Undécima Copa de Europa, lo cierto es que entre el madridismo cundió una sensación creciente de que eran necesarias nuevas emociones y retos.
Promovida muy especialmente desde ciertos sectores renovadores, la idea del nuevo estadio era justo lo que se necesitaba para completar la transición hacia una nueva época dorada. Sus 120.000 localidades, de las cuales 30.000 estaban disponibles a precios populares en todos los partidos, lo convertían en el recinto deportivo europeo con mejor y más caldeado ambiente. No había sido el único avance de los últimos años: rotos todos los lazos contractuales con el siniestro Jaume Roures, todos los partidos locales del Madrid empezaron a disputarse en horario diurno, aumentando exponencialmente su valor para el mercado asiático -loco por ver al legendario multicampeón de Europa-, con los consiguientes y jugosísimos beneficios.
Otras cosas habían cambiado también: con el diario As cerrado hace años por falta de ventas y el Marca convertido en publicación gratuita, la información del club corría principalmente a cargo del propio periódico del club -llamado «Con el Pito»- y su canal de TV. Tras una ardua tarea didáctica de estos medios, se había conseguido por fin que el aficionado dejase de reclamar cambios de entrenador constantes, «gente de la casa» y jugadores canteranos. Tras concluir la alocución del presidente, la multitud, enfervorecida, empezó a reclamar que hablara el gran responsable de todos estos cambios, D. José Mourinho, poseedor de la Insignia Laureada del Real Madrid, quien había aceptado extender su contrato con el club el año anterior. Un poco a regañadientes, el portugués accedió a dirigirse al público.
«Queridos madridistas: Sé que cuando llegué aquí, hace ya unos años, algunos no me queríais y otros no me entendíais. Gente que no era madridista nos bombardeaba una y otra vez con su ruido y sus mentiras para romper el trabajo y la armonía de nuestro club, pensando únicamente en sus propios intereses. Pero supimos resistir y hoy estamos aquí, en el estadio más bonito del mundo, con más títulos europeos que nadie y con una gran ilusión para el futuro. Entre todos hemos escrito una historia de éxitos inigualable, pero quiero deciros algo: algún día los que estamos ahora nos iremos, como se fueron los madridistas del pasado que ya son parte de la leyenda blanca. Y los que vengan pueden encontrarse enemigos como los que nos tocaron a nosotros, empeñados en destruir la grandeza, cada vez mayor, de nuestro Real Madrid.
Por eso os digo que ayer, hoy y siempre, el deber de todo madridista es defender al club con inteligencia, independencia y coraje. Pero me sinto tranquilo, porque ésas son cualidades que nos distinguen a la mayoría de nosotros. No olvidemos nunca lo que nos hace grandes. ¡¡Hala Madrid!!»
Y tras su enardecedor discurso, sorpresivamente, la multitud enardecida comenzó a gritar «¡¡Presidente!! ¡Presidente!! ¿Sería ése el futuro del club, Mourinho dirigiendo sus destinos? Florentino, sonriendo desde su asiento, parecía estar muy complacido con la idea.