El mundo del fútbol tiene tan poco movimiento en estas fechas que podemos permitirnos hablar de ese pseudodeporte llamado «fútbol femenino», concretamente de un dato aparentemente inocente publicado en prensa: de las 92 jugadoras que van a disputar las semifinales de la Euro femenina, sólo una es madre. Asimilen lentamente el dato, síntoma de una sociedad en estado de podredumbre avanzada. Resulta que este centenar de muchachas, todas de países europeos y en el pico de su fertilidad, dan más importancia a patear un balón (se figuran en su mente que a nivel profesional) que a dejar descendencia en el mundo.
No intento dar la alarma sobre una despoblación planetaria: de hecho, cada vez somos más, y la humanidad jamás desparecerá, porque es prodigiosamente adaptable; ni siquiera una guerra nuclear se la llevaría por delante (todas las cabezas atómicas del mundo no cubrirían ni un 1% del planeta de radiación, e igualmente esta se dispersaría en semanas; el «invierno nuclear», por su parte, fue un dislate bienintencionado de Carl Sagan); pero sí hay sociedades que deciden suicidarse estupidamente, como es la del Viejo Continente.
Por matizar aún más, no creo que la raza blanca, caucásica o como la queramos llamar vaya a desaparecer de Europa estrictamente hablando, pero sí puede culminar su actual decadencia y volverse casi irrelevante, al menos del Meridiano 30 Este hacia la izquierda (los rusos y demás europeos orientales se cuidan bien de no mezclarse con la mi… con otros pueblos). Esta sociedad nuestra ha fomentado la ficción de que las mujeres pueden vivir de un deporte de hombre que sólo ven hombres, el cual practican de forma trágicamente incompetente y que no ve absolutamente nadie, en lugar de aportar lo que más necesita desesperadamente el continente: niños.
El artículo de El Mundo resulta revelador: no se embarazan porque sus clubes «lo verían peor que una lesión». Aquí un adulto debería hablarles despacito y explicarles que: primero, no son deportistas célebres y nadie se enteraría; segundo, que si esperan a que termine su «carrera», van a ser madres viejas, aunque en eso no se diferencien de la mayoría de europeas; y tercero, que si quisieran se podrían embarazar a final de temporada y estar disponibles casi toda la siguiente, si es que prefieren seguir jugando contra otras lesbianas en lugar de estar cuidando a su hijo.
Claro que ahí está la clave: la mayoría de futbolistas son lesbianas, lo cual dificulta mucho su vida reproductiva y sólo aumenta la antipatía que puede generar este pseudodeporte en cualquier persona con una mínima noción de los órdenes naturales de la vida. ¿Por qué se jalea toda una disciplina deportiva practicada casi en exclusiva por desviadas sexuales? Respondo yo mismo: porque nos gustan estos jueguecitos de supuesto «avance social», pese a que no tienen ningún tipo de repercusión benéfica en la sociedad. ¿Qué tipo de rol positivo representa un personaje como Jenny Hermoso? ¿Queremos que una niña sueñe con dedicarse a un deporte de nulo seguimiento, en el cual van a tratar de pervertirla, se tratará con gente vulgar y acabará autonegándose la reproducción? ¿Por qué intentamos dar gusto a analfabetas funcionales como Ione Belarra e Irene Montero -que no han visto deporte por ocio en toda su vida- en lugar de intentar recuperar una sociedad viable?
Esta anécdota de las futbolistas que no dan a luz, siendo eso, una anécdota, nos dice mucho sobre lo estúpidos, autocomplacientes, pasivos y cortos de miras que nos hemos vuelto. Mientras Mohammed da la bienvenida a su quinto hijo en un hospital de la Seguridad Social española, estas pazguatas quieren casito, proclamándose «iguales que Messi, menos en la velocidad», aunque cualquier equipo de chicos quinceañeros les pase por encima. Yo no digo que una marimacha no pueda dedicarse al fútbol si esa es su inclinación, pero dentro de una ley de mercado pura y dura, o sea sin ser subvencionadas por los equipos masculinos. Veríamos entonces cuántas podrían tenerlo de profesión.
Estas «chicas futbolistas», en realidad, sólo son la cara más llamativa de un fenómeno mucho más amplio: el de la mujer metida en el mundo laboral porque sí, porque «lo exigen los tiempos», innovación que nos ha llevado a una de las épocas más disfuncionales e infelices de la historia occidental. No es tan distinta la que se cree a la par con Messi o Mbappé que la que piensa que su llamado en la vida es ser la jefe de Recursos Humanos de la Empresa X; ambas son parecidamente obtusas y se autoprivan de su prodigioso don biológico. ¿Pero qué opina la sociedad en su conjunto de esta crisis civilizacional? Mayormente, que a ver si empieza de una vez la temporada masculina…