¿Por qué los vídeos de resúmenes del Real Madrid empiezan con unos retrasados berreando algo ininteligible?
El reducido grupo que sigue mis peripecias quizá recuerde que residí unas semanas en Vallecas, justo al lado del metro Alto del Arenal, es decir Vallecas Villa, en oposición al tradicional «Vallecas Puente»; fue tiempo suficiente para tomar las pulsaciones de la barriada. Se trata de una zona de gran diversidad, hasta el punto de que se ven incluso españoles, y sin ser especialmente glamurosa es perfectamente vivible, con avenidas anchas, un coqueto nodo comercial (Alcampo, MediaMarkt y Mercadona a pocos metros entre sí) y uno de los espacios verdes más interesantes de Madrid, el parque del Tío Pío, que el acervo popular llama «de las tetas» por sus montículos, sin duda el mejor mirador de la capital. También abundan las casas de apuestas donde jugarse el ingreso mínimo vital, quizá apostando al equipo del propio barrio.
El campo del Rayo es realmente una entidad aislada de la Villa, más territorio del Puente, un entorno más sucio y urbano; ni siquiera desde las alturas del Tío Pío es claramente distinguible. Los más finolis se quejan de sus dimensiones, pero no es tanto el rectángulo de juego (como nos han recordado las redes estos días, mide lo mismo que Anfield), sino la estrechez del perímetro exterior y, sobre todo, la fealdad; es un campo tosco y antiestético, como de 2ª B o como se llame ahora, sin que nadie haya intentado nunca embellecer ese brutalismo barrial; uno de los fondos es directamente un muro liso, un paredón literal donde se fusilan las ilusiones de muchas victorias visitantes.
Yo no estoy necesariamente en contra de que la Primera División española tenga este recinto anodino y gris. El efecto gran ciudad propicia que clubes del estilo Rayo lleguen a la máxima división de varios países, por puro peso poblacional y económico, y estos estadios son un recordatorio a los futbolistas megamillonarios de que hay un mundo más allá de la adulación, las putas y los coches; supone una prueba psicológica de gran desgaste, que puede dejar tocados a los menos fuertes mentalmente tras dos horas largas de fealdad, estrechez y fútbol primario. Sobre todo, sirve como tests de la madurez de los proyectos; normalmente un equipo ha de tener ya muchos recursos para llevarse los tres puntos sin sufrir en exceso.
Fue en ese entorno hostil donde se le vieron las costuras nuevamente al equipo de Slownso, incapaz de encontrar ventajas ante un equipo bien cerrado y muy comprometido. Se rumorea que el tolosarra ha perdido el control del vestuario desde el reciente episodio disciplinario de Vini, y eso sería grave, la verdad; nada peor que un entrenador que empieza a hacer demasiado caso de las dichosas jararquías. Para eso puedes tener a un Schuster de la vida, o al propio Ancholoto. Efectivamente, el acto de traición y de lealtad definitivo es pasarte por el forro ese código que tratabas de imponer al míster cuando eras jugador. Pero bueno, algunos dicen que el Madrid no ganó porque el álbitro dejó de pitar un agarroncillo; victimismo culero que yerra totalmente el diagnóstico.
¿Y qué decir de los bukaneros? Bueno, son gente así de ultraizquierda, es decir a favor de cualquier causa criminosa, estúpida y antipatriótica que se pueda concebir. Como regla de oro, cualquier tema sobre el que se posicionen, hay que opinar justo lo contrario: por supuesto son propalestina, proindependentismo, proETA, etc. Ahora se han encontrado con el shock de un presidente de derechas, Martín Presa, que poco menos que les llama piojosos (lo que son). Una situación similar a la de Teresa Rivera, quien tras mantener vivo al club vivo tres lustros vio cómo se borraba toda mención a su presidencia una vez esta concluyó. Y realmente uno piensa que algo debe desaparecer, o el campo costroso o la afición costrosa; los dos al mismo tiempo es demasiado. Recuerdo de mi etapa vallecana que los días de partido la policía solía bajar hacia el campo escoltando a un grupo de unos 30 de estos botarates, empleando a diez agentes y dos «lecheras»; y claro, ellos se creían más importantes que el papa… si dependiera de mí, como mucho habría puesto para vigilarlos un portero de finca con una porra.
En fin, salieron de Vallecas los jugadores madridistas con rostros tensos, la mirada perdida, mostrando los primeros síntomas de estrés postraumático… «No, no, no, ser jugador del Madrid no es esto… a mí lo que me gusta es meterle cinco a Las Palmas en casa». Nuevamente fallaron la prueba vallecana, y lo saben; si siguieran jugando a esta hora, probablemente no habrían marcado aún. Una sucia mancha en su historial, de la que hablan con patente horror; Vini no deja de repetir que no encuentra las piernas de Mbappé. Probablemente ya no vuelvan a ser los mismos… o bueno, seguramente ya estén de nuevo con sus putas y coches.
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