
Se ha hablado últimamente en la bitácora de cuál es la esencia del Madrid. Se trata de una cuestión complicada. Si me preguntaran a mí, la resumiría en dos palabras: Excelencia y caballerosidad. No obstante, existen varios aspectos de nuestra historia que contradirían lo de la caballerosidad: ¿Era Hugo Sánchez un caballero? ¿Lo era Juanito? ¿Hierro? Yo creo que no, ni por asomo, pero los tres forman parte inextricable de la leyenda madridista. Creo que la caballerosidad siempre ha sido deseable en el Madrid, pero no una condición sine qua non. Si yo fuera presidente (Tola dixit) siempre intentaría buscar esta caballerosidad, pero si me ofrecieran por ejemplo a Wayne Rooney… la tentación sería demasiado fuerte. Aunque quizá después de ficharlo intentaría hacerle formar; quién sabe. Pero a lo que voy es que, al final, con lo que nos quedamos es con la excelencia, la búsqueda de la excelencia, y lo que debemos debatir es la forma de alcanzarla, o más concretamente quién puede en estos momentos llevarnos a ella.
Y para hallar la respuesta yo creo que todo se reduce, aunque pueda sonar cursi, a quién quiere más al Madrid y está dispuesto a ponerlo por encima de sus intereses particulares. A este respecto, los últimos tiempos han resultado demoledores, hasta el punto en que he llegado a cuestionarme mi madridismo. Parece que, de todo el conglomerado social que rodea al club, sólo una exígua minoría está dispuesta a trabajar de por él de forma desprendida, sin servirse de la institución. Parecemos el Barcelona, coño.
El personaje que más he pecado últimamente de este defecto es sin duda Juan Miguel Villar Mir. El hecho de que alguien aún pueda defender al veterano empresario y sus motivaciones resulta para mí absolutamente desolador, un fracaso de esta bitácora y hasta una razón para olvidarme del Madrid. Es el suyo un caso tan flagrante de egolatría y ambición personal que me deja pasmado que no sea evidente para todo el mundo. Dejemos las cosas claras: Villar Mir (alias Iznogud) ha sido siempre un empollón: Matrícula de honor en todo desde la guardería, veintiséis carreras, diplomado cum laude y lo que a usted se le ocurra. Lo sé porque su currículum completo aparece hasta tres o cuatro veces en la red (lo cual no me parece muy normal), y él se encarga de recordarlo allá por donde va. Se trata de un empresario exitosísimo y riquísimo. Pero no ha dejado nunca de ser un señor con corbata un tanto aburrido. Y de repente, tras toda una carrera y con casi 80 años de edad, se da cuenta de que nunca se ha hablado tanto de él como desde que se ha relacionado con el Real Madrid. Al embarcarse en la carrera por la presiencia, probablemente pensó: «Esta es mi ocasión. Ahora todos sabrán lo listo que soy». Aprovechando un sistema electoral altamente defectuoso y fagocitando a Carlos Sainz, pensaba tenerlo todo atado y bien atado para firmar un nuevo éxito, realizando una campaña soooosa e inefectiva. Pero Ramón Calderón, un pez pequeño y díscolo («¡¿quién es éste?!», debió pensar Villar Mir), lo descolocó todo con su recurso judicial. No obstante, el empresario esperaba llevarse el gato al agua en el voto presencial. Por supuesto, de haber ganado entonces, las sacas del juzgado le habrían importado un pimiento, y se habría proclamado presidente legítimo e incuestionable. La derrota debió suponerle un trago amarguísimo («¡perder contra ese don nadie!»), y desde entonces ha convertido al Real Madrid en un asunto personal. ¿Le preocupan a Iznogud los resultados de la semana que viene, respetar el proyecto ya iniciado? ¿Le preocuparía si, por ejemplo, su desembarco se produjera en vísperas de una eliminatoria decisiva de Champions? En absoluto. La única prioridad en su cabeza es la vendetta personal contra Calderón. Así pues, la cuestión que nos planteamos en este artículo, su amor por el club, queda meridianamente clara: Es algo residual y secundario para él. Por tanto queda absolutamente incapacitado para ser presidente, ahora o en el futuro.
Su segundo de a bordo, Sainz, sí ha demostrado preocuparse más por la imagen de la institución al apartarse de la contienda poselectoral, pero por desgracia no ha salido a los medios a posicionarse en un sentido o en otro. Éste, como Zidane, es uno que no se moja ni debajo del agua. Si bien quiere al club más que su jefe, su ambigüedad y grisura lo inhabilitan también. Lo que Hughes vio como una «lección de caballerosidad» en la noche del famoso debate con Camacho, para mí sólo fueron balbuceos inefectivos de un personaje a todas luces blandito. Sin duda un objetivo extremadamente fácil para los perros de presa prisaicos (los PPP).
Examinemos ahora a otro bando aspirante a llevar las riendas del Madrid: Los camachistas. De ellos se ha dicho ya de todo aquí, y su inaceptable sentimiento de posesión del club resulta tan patente que poco más se puede incidir en ello. El problema de Camacho es que se ha creído su propio mito. Si los medios no se hubieran encargado de agrandar la figura de este muchachote murciano, probablemente lo recordaríamos con gran cariño como ese defensa de coraje ilimitado, largos servicios al club y algo corto de luces, más tarde corajudo y simpático entrenador. Pero alguien que andaba en busca de esas «esencias madridistas» (¿realmente valdrá la pena buscarlas?) llegó a la conclusión de que Camacho era una parte esencial las mismas, símbolo y depositario. Y el de Cieza, que ya tiene que esforzarse para no hacer el ridículo en los anuncios de Citroen o en los de Polaris World, se lo creyó, se creyó ese personaje. Cual retrato de Dorian Gray, Camacho ha sufrido una degeneración progresiva. En su segunda dimisión, decía «creo que lo mejor es que me marche», sin decir a las claras que el club le parecía un desastre. Ya en campaña se soltó la melena: su grupo daba a entender sin compeljos que «el Madrid era ellos», y él en concreto empezó a despotricar contra todo lo que se movía en el club (particularmente vergonzosa su cateta intervención en el Ferrándiz). Ya en tiempos poselectorales ha perdido todo sentido de la medida, convencido de que ganó las elecciones (vaya, igual que Iznogud), y sin importarle la retirada de su cabeza de cartel, Juan Palacios. Como los hermanos Marx, está dispuesto a seguir adelante aunque haya que quemar en la caldera los propios vagones del tren. Después de todo, parece pensar, «si Camacho es líder, es referencia, ¿por qué no puede ser presidente?» Por supuesto, mandar una temporada o dos más a la basura es un mal menor para él.

Su principales acólitos, Pirri y Del Bosque, estaban tan acostumbrados a recibir un cheque mensual del club que parecen haber desarrollado síndrome de abstinencia. Pero claro, de cobrar del club a quererlo hay una distancia. Del Bosque, por ejemplo… ¡ni siquiera es socio! Después de tantos años en los que la institución ha puesto un plato sobre su mesa, podría haberse acercado a sacarse el carnet, Don Vicente… son sólo 150 euros al año. En definitiva, toda la facción camachista suspende también estrepitosamente el examen de amor al Madrid.
Y es que ha habido muchos personajes del madridismo, con tantos o más galones que todos estos, que nunca han salido a darse golpes de pecho, que no se han constituido en «entorno». Pensemos en gente como Amancio, Goyo Benito, Sanchís… ¿alguien conoce declaraciones de Francisco Gento? Durante los años de ostracismo que pasó Di Stéfano, ¿alguien le oyó despotricar contra la gestión del club? Todos estos madridistas me merecen mil veces más respeto que los hasta ahora citados. Me valen la pena.
Llegamos hasta la directiva actual, los Calderón y cia. Tengo que romper una lanza a su favor. Ramón Calderón ha estado durante lustros al pie del cañón, formando parte de la vida del club, asistiendo a las asambleas de compromisarios y demostrando un compromiso. Quizá no haya sido el único ni el que más ha hecho, pero ahí está el historial. Hemos dicho más arriba que probablemente nuestra única seña fija de identidad es la excelencia. ¿La busca Calderón? Yo creo que sí. Es el único que ha hablado de la NBA, y de empezar a construir un pabellón ya mismo. Quizá no lo consiga, pero ahí está la idea, el ansia de expansión. En cuanto al otro requisito, el amor al Madrid, ¿lo tiene este presidente? Sinceramente pienso que sí. ¿Defectos? Por supuesto, muchos. Tiene una cierta tendencia a meter la pata, se ha contradicho en varias ocasiones y está haciendo todo el autobombo posible de su gestión. Sin embargo, yo, que suelo ser algo malpensado, no alcanzo a ver tintes de mala voluntad en su mandato. Creo que le encanta ser presidente del Madrid y que hará todo lo posible por no marcharse, pero si llega el momento en que le desalojen, creo que lo hará sin mirar atrás. Sin abrir más heridas, sin intentar bloquear la vida del club. También tiene sus porsonalismos, por supuesto, y comete errores, pero pienso que, de todos los que ansían dirigir el Madrid ahora mismo, es el único al que el club le importa algo más que su poder personal. Creo que cambiar el proyecto ahora, pasar el testigo a cualquiera de las hienas que ambicionan hincar el colmillo a la entidad, sería el primer paso para que el Madrid se convirtiera en algo impersonal y vacío; un instrumento al servicio de ambiciones bastardas. En definitiva, algo que, en lugar de amar, nos importaría un pimiento.