
Mi trilogía apocalíptica sobre el fracaso del proyecto deportivo blanco no podía dejar fuera a los jugadores del Real Madrid. Se trata de los principales trabajadores del club y sus mayores generadores de imagen, lo que los hace piedras angulares en nuestro funcionamiento, pero desgraciadamente hace décadas que no están a la altura. Esto se debe principalmente a la perpetuación de un modelo disfuncional, en el que los jugadores pasan a formar parte de la jerarquía del club, dentro de una dinámica orientada a proteger sus propios intereses y a hacerles ostentar más poder que su entrenador o incluso su presidente.
Una vez más, el mal comienza tras la muerte de Bernabéu, personaje que aún no ha tenido relevo digno. Si bien el jugador de fútbol siempre ha tenido tendencia al caciquismo, valiéndose de su potencia mediática, Santiago Bernabéu jamás permitió a sus estrellas salirse de su sitio, marcando una línea clarísima entre jefes (presidente, socios, entrenador) y empleados. No es que no existieran jugadores con tendencias caciquiles (Di Stéfano, Pirri, etc.), sino que se les dejaba claro que, aunque tenían su cuota de poder en el césped y en el vestuario, había una línea que no se podía cruzar. Tras el fallecimiento de Bernabéu y la etapa de Luis de Carlos, los sucesivos presidentes del club han tenido un extraño complejo de inferioridad que les ha llevado a buscar una relación idílica con los jugadores, basando en ellos su poder y borrando esa frontera que tan eficaz se había mostrado en épocas anteriores.
Esta tendencia arranca con las famosas «trillizas» de Ramón Mendoza (Míchel, Butragueño y Sanchís), «niños mimados» que empiezan a tener una relación demasiado cercana con el presidente, incluso antes de la era de los teléfonos móviles. Mendoza tuvo algún amago de resistencia, como el traspaso de Martín Vázquez por pedir demasiado dinero, pero paradójicamente luego se repescó al jugador, incluso mejorando las cantidades que había pedido en un primer momento. Se ve también en esa época un cambio en la tipología del jugador: frente a los toscos, casi rurales, futbolistas que predominaban hasta los primeros 70, empieza a imponerse el jugador infantilizado, que tiene claro desde pequeño que va a vivir del fútbol y consciente de su tirón mediático. Comprensiblemente, la imagen es importante para ellos: hoy conocemos la frustración de Míchel en aquella época por no encontrar en esa época lugares donde se realizara la manicura masculina.
Mendoza es desalojado, en una maniobra oscurísima (de la que ciertamente se ha hablado muy poco), por Lorenzo Sanz, y el gris empresario madrileño se siente en una necesidad aún mayor que su predecesor de legitimarse. En esa época Hierro ha tomado el relevo de las trillizas, y el poder de los jugadores está ya muy asentado. La falta de seriedad en el club es absolutamente patente: Fabio Capello, primer entrenador de Sanz, dura sólo un año, sin que el presidente haga ningún esfuerzo por retenerlo. Empieza así un carrusel infernal de técnicos que raramente superan el año en el banquillo, estando ya vigente la máxima de que «es más fácil echar a uno que a veinte», por otro lado tan típica del fútbol español. Es vox populi que los jugadores madridistas pueden «hacer la cama» a su entrenador, y de hecho vemos numerosos ejemplos. Benito Floro, el mismo día en que es destituido, tiene que espetarle a sus futbolistas: «¡¿Cómo se puede ser un jugador y no llegar sufriendo a un balón?!»
La época actual
Lamentablemente, el patrón se ha repetido en las dos etapas de Florentino Pérez, un presidente que nunca supo capitalizar sus altos niveles de aceptación entre los socios. Entramos de pleno en la etapa de los jugadores inmaduros, a menudo con una imagen extravagante, mitad estrella de rock, mitad futbolista. El caso paradigmático es Guti, quien inexplicablemente permanece 14 temporadas en el club, cuando debió ser traspasado una década antes por su escandalosa falta de profesionalidad. El gran cacique es Raúl, de la mano de su representante Ginés Carvajal, quien, aprovechando la debilidad del presidente, aprovecha para colocar varios jugadores de su «cuadra» en el club, llegando incluso a designar a dos entrenadores (López Caro y Juande Ramos). Se fragua también en esa época la popularidad de Casillas, quien -al igual que Raúl- tiene como principal herramienta de ascenso a la prensa, la cual eleva sus meritorias carreras deportivas a la categoría de míticas, ensalzándolos fuera de toda medida razonable, por supuesto para cobrarse la factura luego. Al dimitir abruptamente en su primera etapa, Pérez cita expresamente el excesivo acomodamiento de los jugadores.
Así, no es de extrañar que hoy sea casi imposible ver a jugadores comprometidos ante todo con el proyecto deportivo del Madrid, y no con sus propios intereses. Es además una época de jugadores con poca personalidad, que muy raramente van a salirse de los tópicos futboleros en sus declaraciones, por lo que resulta dificilísimo verlos defender con rotundidad a su entrenador, por más que éste sea clave en el éxito del proyecto. Yo no les pido que digan al club explícitamente que tiene que mantener a un técnico, pero es fácil usar expresiones que lo ensalcen sin entrar en terrenos pantanosos («para mí es el mejor», «la continuidad es fundamental para el éxito», «con este entrenador podemos ganarlo todo», etc.).
Pero claro, ¿es que acaso tienen los jugadores la inteligencia suficiente para darse cuenta de qué entrenador les conviene? En el caso de Mourinho parece que no ha sido así. Los apoyos han llegado tarde y mal. De repente, nuestro futbolistas parecen haber recordado que tenían cuentas en redes sociales desde las que podían mandarle mensajes de adhesión. ¿Por qué ahora los elogios en twitter y en Instagram, y no a mediados de temporada, cuando nos asaltaban las dudas deportivas? Hasta Wellington, de un equipucho como el Málaga, ha demostrado más categoría, escribiendo una sentida misiva al entrenador saliente. ¿Tantas ganas tienen los blancos de volver a una vida más cómoda, o tan pocos cojones para enfrentarse a los popes del vestuario, que en realidad son unos mindundis? Es realmente desolador que dos analfabetos funcionales como Casillas y Ramos hayan podido tirar el único proyecto solvente del Madrid en décadas, por motivos, dejémoslo muy claro, per-so-na-les. Tan sólo Arbeloa, en un último arranque de orgullo, se ha arrancado a sacarles la vergüenzas a estos dos personajes, mandándoles un recado meridianamente claro.
El santo temor al traspaso
La solución, por supuesto, sería aplicar un «modelo Manchester» en el que las estrellas siempre son susceptibles de traspaso si ponen palos en las ruedas del proyecto. Entiendo que pueda haber casos especiales como el de Kaká, que no pueden venderse sin anotar pérdidas tremendas en el balance, ¿pero cómo puede justificarse mantener contra viento y marea a tipos amortizadísimos como los citados Ramos y Casillas? El presidente alude a la «paz institucional» o «paz social», que en realidad quiere decir que le acojona que le critiquen en la prensa, causando así un gravísimo perjuicio al club. No, querido señor Pérez: vender a las vacas sagradas que se han salido del corral no sólo sería bueno: sería un verdadero hito en la historia del Madrid, que restituiría por primera vez desde los tiempos de Bernabéu la jerarquía natural: los de arriba marcan la estrategia, los futbolistas se dedican a ser profesionales honrados y a mirar por el colectivo.
Considerando todo lo anterior, no podemos dudar que los futbolistas del Madrid son una parte grave de sus problemas, incluyendo a los canteranos, esos muchachos que, pese a haberse criado en la institución, son incapaces de comprender los intereses de la misma. Se habla mucho de los valores del club, pero nadie se los inculca en absoluto: ni se les enseña nuestra historia, ni se les dan unas pautas de comportamiento que protejan nuestra imagen institucional. ¿Alguien les ha enseñado que simular faltas es un atentado al espíritu del juego, que escupir no es una necesidad fisiológica, que cubrirse la piel de tatuajes y lucir peinados ridículos es totalmente antiestético? ¿Cuáles son los «valores» madridistas, pues? ¿Dar entrevistas al Marca? Como digo, tanto los criados en casa como los fichados fuera se han convertido en colaboradores fundamentales del enésimo proyecto fracasado, por no saber arropar al hombre que representaba su mejor oportunidad de alcanzar un palmarés glorioso.
