https://youtu.be/OIpmQKEQh40
El terror ha golpeado por enésima vez las calles de Europa. Se ha convertido casi en lugar común tras estos atentados islamistas decir que «nos están exterminado», aunque obviamente ese no es el caso desde un punto de vista numérico. Tampoco sé hasta qué punto es factible el plan de suplantación cultural que al parecer es motivo último de todas estas acciones. No obstante, aunque puede que no perdamos nuestras vidas ni nuestro territorio, sí se nos va escapando algo fundamental: la tranquilidad que teníamos garantizada al caminar por prácticamente cualquier ciudad europea, esa paz mental que daba el saber que vivíamos en un continente próspero y sólidamente estructurado, a salvo del caos, la delincuencia y la muerte que imperaban en otras zonas del mundo.
Vivir sin esto es vivir sin dignidad, sin orgullo y sin garantía de futuro, sabiendo que nuestros seres queridos o nosotros mismos podemos ser asesinados aleatoriamente en cualquier momento por una bomba o un vehículo manejado por un fanático; mina la moral de todo el continente, nos devuelve a tiempos superados y es inaceptable. Es por ello imperativo actuar con urgencia, y el único camino es cambiar el paradigma que ha dominado Europa durante muchas décadas ya, el de la sociedad infinitamente abierta, que es casi el reverso perfecto de los antiguos nacionalismos. La mezcla con el islam ha sido un trágico fracaso, y existen medidas concretas que pueden tomarse desde ya para revertirla. Lo que expondré a continuación son simples sugerencias, que pueden ser más o menos afortunadas, pero que en mi opinión van como mínimo en la dirección correcta.
Europa debe volverse aislacionista en el buen sentido, sin complejos y sabiendo que ello no nos hace intolerantes ni xenófobos; simplemente necesitamos un modelo que funcione y que garantice nuestra seguridad. Debe elaborarse un índice de países ordenándolos según su idoneidad como emisores de inmigrantes, poseyendo por ejemplo Portugal e Italia la máxima calificación y todos los musulmanes la mínima. Los ciudadanos de estos países sólo podrían ser considerados para permisos de residencia bajo circunstancias excepcionales (como poseer una cualificación profesional muy cotizada) y tan sólo tras exhaustivas comprobaciones por parte de las autoridades migratorias. Por supuesto, es urgente acabar con la laxitud en las fronteras, implantando una estricta política de devolución en frío para las embarcaciones, reforzando al máximo los pasos terrestres y eliminando las subvenciones a ONGs que basan su actividad en facilitar la entrada a inmigrantes indocumentados. En cuanto a los visados turísticos, su duración debería restringirse a un mes e implicar la obligación de estar siempre localizable. Cualquier individuo con un visado vencido pasaría de inmediato a situación de busca y captura. No es nada distinto de lo que aplica por ejemplo EEUU con varias nacionalidades.
Resulta imperativo también reducir al mínimo la necesidad de recibir inmigración, y eso sólo puede hacerse de una forma: au-men-to-de-po-bla-ción. Tiene poco sentido discutir que nuestra crisis demográfica viene en buena parte por la desproporcionada presencia en el mercado laboral de la mujer, que ha renunciado a la maternidad por las dudosas ventajas de la vida asalariada. El mismo poco sentido tendría intentar devolverlas a las hogares a base de discursos y apelaciones a su feminidad o el bienestar nacional; el marxismo cultural es hegemónico y sería un batalla perdida. Simplemente, hay que lograr que tenga el mismo o más sentido económico para ellas formar una familia que quemar horas en un trabajo mediocre. Para ello, se imponen medidas como desgravaciones sustanciales (y quiero decir sustanciales) por cada hijo tenido, no sólo fiscales sino también para la adquisición de vivienda, alimentos, sanidad, etc. Un hijo es un patrimonio para el país, hagamos que eso sea tangible.
Si mediante estas y otras medidas logramos reducir al mínimo la población musulmana en Europa, toda la logística para la realización de atentados se dificultará extraordinariamente, desde el simple reclutamiento de aspirantes a mártir a la circulación física, la obtención de lugares donde ocultar materiales y planificar acciones, etc. Los jóvenes autóctonos podrían optar de nuevo a los trabajos manuales o poco cualificados, que han estado copados durante años por la inmigración, y que no tienen por qué ser menos dignos que otros. Citando de nuevo a Suiza, sería muy reomendable la implantación de un servicio militar/social limitado pero obligatorio, que implicara a todos los ciudadanos en la defensa del país y de paso les inculcara nociones importantes sobre el mismo (historia, constitución, valores, etc.) Por supuesto, debería reforzarse al máximo la amistad y la colaboración con EEUU, incluso pudiendo contarse con agentes de inteligencia estacionados permanentemente, igual que existen bases militares.
Todas estas propuestas pueden parecer algo ingenuas, pero sin duda serán más eficaces que poner flores o repetir mecánicamente que es posible integrar el islam en la cultura occidental. Europa necesita una reinvención y un líder político que pueda encabezarla con valor, vigor y responsabilidad. Sin embargo, hoy día no se vislumbra quién puede ser esa persona.