Entre las pocas certidumbres de esta noche está el hecho de que uno de los dos equipos, Real Madrid o City, se irá a casa con el ano bien dilatado y escocido, cada cual por sus propios motivos. Si pierde el Real Madrid, por quedarse en la orilla de la final por segundo año consecutivo y a manos de uno de sus enemigos más odiados, Pepita Guardiola, de quien tanto nos separa a nivel ético y estético. Si pierde el City, por el enésimo fracaso de su proyecto europeo, levantado sobre enormes pilas de billetes de 50 libras (no los hay más grandes). Ser eliminado no resultará agradable para ninguno, aunque la diferencia es que el Madrí ya ha ganado su título de Liga y el City todavía debe pelearlo a sangre y fuego con los revoltosos chicos de Klopp.
Una cosa bonita sería que hoy el Real no se autosabotease con una alineación -tan típica en los últimos tiempos- que desaproveche parte de nuestras fortalezas y no minimice nuestras debilidades. Sé que en estos días en que Carletto ha ganado su quinta liga en 25 años está mal visto incidir en sus carencias, pero estas siguen ahí, como el dinosaurio del cuento. Hasta yo, que debo ser de los socios del Madrí que menos saben de táctica, me doy cuenta de que el Shitty es un equipo extremadamente físico y rápido, y de que poner a señores mayores en el centro del campo para intentar cortar el flujo de su juego es más fútil que intentar introducir el mar en una concha. Y ya sé que hoy es un partido de mística, escudo y todas esas vainas, pero de verdad que estaría bien salirse del guión y plantear el partido en términos estrictamente futbolísticos; los intangibles ya los aportarán los de corto.
Si hoy los blancos no pasan, su temporada habrá terminado a efectos prácticos. Ha sido un curso que vuelve a dejar sensación de trabajo en ídem, impresión potenciada por el conocimiento de que el principal crack mundial (después de Benzema) está ya en capilla y por ese estadio que ya no es el antiguo, pero aún no es el nuevo. La cosa ha tenido final feliz principalmente por los dos animales que juegan arriba, pero el año que vine sería bonito ver por fin a un Madrid a todo gas. Y claro, si pasamos a la final se escribirá un nuevo capítulo de este cantar de gesta que dura ya más de un siglo. Sin duda, la excepcionalidad del Madrid es ser sobresaliente una y otra vez pese a estar radicado en una nación tan empeñada en sublimar la mediocridad.