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Qué cosa más kitsch.
Sí, bueno, ¿no? Estamos a un mes y cuatro días de las elecciones y aún no sabemos si España se irá a la mierda definitivamente por un puñado de votos. Sí, pueden ganar «las derechas», pero será por un margen estrecho, lo cual resulta paradójico cuando estamos en una encrucijada casi de vida o muerte para el país. ¿Por qué ocurre esto? Mientras cagaba en el baño, he llegado a la conclusión de que el motivo es que en las últimas décadas hemos perdido mucha población adulta en España; no me refiero a adulta por edad, sino por madurez intelectual y emocional.
Pensemos por ejemplo en el 15M. A día de hoy, todavía hay millones (!!!) de personas que piensan que fue un movimiento social de profundo calado. Unos cientos de desocupados y guarros okupando la principal plaza de España durante meses repitiendo consignas pueriles fue para todos esos millones un momento pivotal en su vida política. Lo cierto es que fue un fenómeno igual de cutre y vacuo que el Mayo del 68, pero sin tomarse la molestia de tirar adoquines y cócteles molotov.
No obstante, el 15M es sólo un síntoma: lo que subyace es una sociedad que quiere vivir eternamente en Nunca Jamás como el guarro de Michael Jackson. En la España de la Transición, a los 20 años ya tenías bigote y estabas pensando en casarte y tener una cipoteca (con razón, porque podías pagarla en cinco años). Hoy día, a los 40 estás pensando en «sentar la cabeza», a los 30 estás «en el momento de pasarlo bien» y a los 20 eres directamente un niño; un niño con derecho a voto, eso sí. Aunque discurriendo un poco puedo pensar en las ventajas del sufragio universal, las desventajas pesan tanto que inevitablemente pienso que hemos retrocedido al conceder este privilegio tan alegremente, lo que ha concedido que los líderes políticos vivan pensando en cómo hacer a sus electores promesas que nunca los saquen de su zona de confort. Y a medida que aumenten «movimientos» como el animalismo, esas promesas tendrán que ampliarse para incluir el garante del bienestar de chuchos, gatos, toros y demás seres irracionales (aunque la mayoría de animalistas no han visto un toro bravo en su vida, e ignoran que viven como verdaderos marqueses del mundo animal).
Puede que salvemos esta bola de partido, pero el problema estructural seguirá ahí. Ayer volvió Pablemos, y aunque ni siquiera fue capaz de llenar la modesta plaza del Reina Sofía, oye, aún van a votarle casi dos millones de panolis. Más los que votarán a la ETA. Y a los lazis. Y al Pacman. Y a la Colau. Mientras tanto, un partido como Vox es comúnmente denominado como extremista; que oye, yo no niego que puedan ser rancios, o que puedan tener muchos fachas sudaos entre su militancia o masa electoral, pero al menos han sabido identificar los temas claves para la supervivencia de la nación; no son ellos precisamente el peligro o el «extremo». En definitiva, tenemos que encontrar la forma de llenar nuevamente el país de hombres y mujeres, en lugar de «chicos» y «chicas». Eso o tirar la bomba.
Por cierto, hoy jugamos contra el Barcas de canastos.