
…Imagen escogida totalmente al azar.
Es un tema que sale a relucir con cierta frecuencia, pero en el que raramente se profundiza: el dopaje, también conocido como dóping, sustancias para el aumento del rendimiento, cochinaditas, droguitas… A este respecto, uno encuentra indicios que le hacen pensar:
– Equipos cada vez más fuertes físicamente (incluso aunque sus jugadores no tengan constituciones robustas).
– Picos de forma cada vez más localizados.
– Jugadores que alargan cada vez más sus carreras; si antes los 30 eran el inicio del fin, ahora marcan sólo un descenso de la explosividad, y el jugador sigue dando un rendimiento de élite hasta bien entrada la treintena.
– Jugadores que mueren repentinamente. Como muestra significativa, entre 2007 y 2012 fallecieron 84 futbolistas federados, una incidencia que parece anormalmente alta, pero que quizá no lo sea tanto considerando que existen unos 300 millones de fichas en todo el mundo. Sea como sea, siempre resultan casos llamativos.
Por ir directamente al meollo del asunto: creo que el dopaje en el fútbol no sólo existe, sino que está cada vez más generalizado. De hecho, estoy convencido de que no existe una sola disciplina de élite que no lo aplique. Me guío simplemente por la navaja de Ockham: si en un deporte que mueve relativamente poco dinero como el ciclismo (donde una superestrella gana 4 millones y uno en la cola del pelotón 60.000 €) el dopaje es el pan nuestro de cada día, pese a controles cada vez más sofisticados y estrictos, ¿cómo pensar que en el fútbol, el deporte más popular a nivel global, van a resistirse a esta tentación que tantos réditos proporciona y tan pocas consecuencias tiene en la práctica?
Una cosa que hay que tener muy clara es que el deporte limpio, si bien como ideal suena muy bien, no interesa más que a un puñado de personas, que pradójicamente no suelen ser fans «hardcore». Al aficionado que hace de los deportes que sigue una parte importante de su rutina, lo de la limpieza le importa bien poquito: lo que quiere es ver espectáculo, que los suyos ganen y a poder ser gracias a su ídolo, al que lógicamente quiere ver en activo los más años posibles. ¿La prensa? Huelga decir que sus intereses son similares a los del aficionado (su cliente), y además los periodistas hacen todo lo posible por compadrear con los jugadores (sus fuentes de información); ellos buscan lo que han buscado siempre: la polémica, la rivalidad y darle al espectador esos ídolos que busca. Las grandes figuras no abundan, y cuanto más tiempo duren, mejor para todos. ¿Las federaciones? Son negocios cuya materia prima son los deportistas; obviamente les importa más que dichas materias primas rindan a una idealista «limpieza del deporte».

Obviamente esto tiene dos objeciones éticas: es injusto para los que compiten limpios, y puede ser peligroso para la salud de los deportistas. Respecto a lo primero, puesto que en la práctica no se produce un contro estricto (por los motivos que acabo de listar), se asume que si quieres competir al máximo nivel te tienes que dopar, por lo cual existe una «justicia de los tramposos», en el sentido de que todos cuentan con similar ayuda. Para entender esto, son interesantes obras como «Ganar a cualquier precio», donde el ciclista Tyler Hamilton cuenta el proceso que lleva a un deportista limpio a aceptar estas reglas del juego. Por supuesto, a veces no gana el que tiene mejores condiciones naturales sino el que lleva mejor «mandanga», pero eso no quiere decir que los que quedan cerca no estén dopados; los verdaderamente limpios quedan muy atrás o se han marchado a casa, los demás han aceptado el juego. Luego tenemos el tema de la salud, que tiene mucho que analizar.
¿Cuán peligroso es doparse? Puesto que es una actividad clandestina, resulta muy difícil hacer una evaluación precisa, pero mi pálpito es que tiene cada vez menos riesfos. Los médicos que administran estas sustancias conocen lo último de lo último en cuanto a rendimiento y, si bien los resultados que proporcionan a sus clientes de ningún modo podrían lograrse de modo natural, no es lógico pensar que quieran matar a la gallina de los huevos de oro. Y si uno se fija en los deportistas de élite, la gran mayoría llegan a edades avanzadas saludablemente; si, ahí tenemos a esa Florence Griffith que palmó, pero también a Carl Lewis, Michael Johnson, Serguei Bubka… además de multitud de baloncestistas, nadadores o los propios ciclistas. Obviamente hablamos de una práctica de riesgo y hay casos sonados de excesos resultantes en muerte, pero por mal que suene decirlo, la mayoría de dopados llegan a viejos sin consecuncias aparentes. Cuando una estrella va a un pueblo perdido a ver a un «especialista», quizá no sea el que más le mejore, sino el que le ofrezca más inocuidad para el organismo. ¡Pero atención! Incluso cuando hay riesgos, el deportista los asume con plena consciencia porque la recompensa, simplemente, es demasiado alta.
Los ejemplos más paradigmáticos son la NBA y la NFL, dos negocios masivos cuyas respectivas federaciones (o «comisiones») han hecho tan pocos esfuerzos por atajar el dopaje que su práctica generalizada es un secreto a voces. Pensar que las grandes ligas europeas de fútbol son distintas en este aspecto, cuando los controles sanguíneos siguen siendo una rareza en las mismas, simplemente es una ingenuidad. Repasemos mentalmente los tipos que han encabezado las federaciones más importantes en las últimas décadas: Havelange, Blatter, Grondona, Platini, Villar… ¿De verdad alguien puede creer que fueron personas preocupadísimas por la limpieza del fútbol? En fin… Tampoco puede argüirse que «en el fútbol el dopaje no aumenta el rendimiento»; en el actual contexto competitivo, donde la forma física decanta un altísimo porcentaje de partidos y de actuaciones individuales (ahí está el rendimiento desigual de los jugadores en distintos tramos de la temporada), el que no entiende la ayuda que pueden proporcionar estos métodos no se entera de nada.

¿Qué actitud adoptar ante esto? Una opción es desengancharse, y otra simplemente entender que es parte del juego (usando la palabra «juego» en dos sentidos). Dudo muchísimo que nadie que se entere de que su equipo/jugador favorito va dopado vaya a dejar de seguirlo por eso; antes lo justificará o ignorará el hecho, igual cuando defraudan a Hacienda o cometen cualquier otra irregularidad. Después de todo, no es que el aficionado al fútbol suela serlo en el tiempo que le deja libre su adicción a la lectura o actividades similares con las que podría llenar su tiempo. El deporte es un espectáculo/industria que mueve mucho dinero, y donde todos tienen claras las reglas. Desde luego, pueden producirse cacerías contra países que coyunturalmente no caigan muy bien (ahí está la reciente suspensión de los atletas rusos, como si fueran más «puestos» que los chinos o cualquiera otros), pero la «limpieza total» ni se busca ni llegará, porque simplemente le importa a muy pocos.
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