El asunto de ayer con la votación sobre el Qatar Stadium me ha llevado a expandir mis reflexiones previas sobre el modelo de gestión de los clubes en España. Esta votación se tenía como la trascendente para la entidad en las últimas décadas, pues se decidía sobre una colosal inversión (600 minolles de euros para empezar) y un previsible cambio de nombre del estadio (lo que los hijos de puta llaman «rebranding»). Actualmente la Far$a tiene unos 160.000 socios (exactamente el doble que el Madrid), de los cuales tienen derecho voto unos 118.000, y el día del partido contra el Betis, durante el cual se votó, acudieron al Kampf Nou unos 88.000 socios. Pues bien, de toda esa gente sólo ejercieron su derecho unos 37.000, o sea que la participación fue de un paupérrimo 31%. Finalmente salió el Sí con unos 27.000 votos, con lo que esta decisión vital para el club se ha aprobado únicamente, ¡por el 22% de los socios con derecho a voto! Si incluímos a los que aún no tienen derecho, sería únicamente el 16%.
¿Estamos hablando de una conspiración de la directiva blaugrana para llevar adelante este plan? No, simplemente hicieron una propuesta y comprobaron que la masa blaugrana se come lo que le echen. Dejando aparte algunas buenas ideas, como poner el pabellón de basket junto al estadio, el proyecto tiene dos grandes problemas: la enorme inversión para simplemente cubrir un estadio ya hecho (mismo error que el Madrid) y la conversión de facto en una propiedad de la dictadura qatarí, que -no lo duden- es quien pondrá la mayoría del dinero. Pero los sosis han preferido, en una abrumadora mayoría, ni opinar sobre el tema.
Y siendo sincero, estoy convencido de que en el Madrid pasaría casi exactamente lo mismo. Basta que con ver que a las asambleas de compromisaurios -que te quitan sólo una mañana de tu vida al año- únicamente acuden la mitad de los electos (¡¿para qué se presentan?!), y si el presidente es popular cualquier barbaridad que proponga será aprobada casi por unanimidad. Para el compromisario blanco, chocho y pedorro, sólo hay dos líneas rojas: conservar su abono y que el Madrid siga siendo formalmente un club, aunque luego voten por medidas que reducen el asamblearimo y la gestión democrática a su mínima expresión: las últimas elecciones fueron en el año 2006 y no volverán a ser -si las hay- hasta el 2017. Además, cuando se celebraban, la participación raramente llegaba al 40%, e incluso se podían manipular y ganar mediante un puñado de votos por correo.
…«¿Votos a favor de que las elecciones sean cada 50 años?»
Yo he sido defensor apasionado del sistema del Madrid, porque permitía que el club se renovara constantemente desde su base, pero ahora debo ser crudamente honesto: ninguna democracia funciona si el gobernado no está preparado para ejercerla y se convierte en sujeto pasivo, que es lo que ocurre no sólo en el fútbol sino en la sociedad española en general (recordad lo que contaba del 40% de abstención cuando los donostiarras decidían si los gobernaría ETA). El Madrid actual no se merece el modelo antiguo, porque sus propios socios lo han despreciado de facto, y por ello para mí sólo caben dos salidas: vender el club a alguien que se rija únicamente por criterios de eficiencia deportiva y económica (en vez de ser rehenes de un puñado de jugadores endiosados y paletos) o pasar al modelo alemán.
Sí, el modelo alemán ha sido un verdadero milagro futbolístico. Fue necesario que quebrara Kirch Media (el equivalente alemán a Prisa y Mediapro) para que los clubes se dieran cuenta de que no podían depender de los ingresos televisivos, sino de poner culos en sus estadios. El resultado lo vemos 12 años después: campos llenos al 90% y equipos con deuda prácticamente nula. Su modelo de gestión es una mezcla entre club y S.A., en la que el socio es también accionista y obtiene dividendos en caso de que se produzcan beneficios (aunque con la excepción del Dortmund no cotizan en bolsa). Por ley, un mínimo del 51% de las acciones han de estar en manos de estos socios, siendo el resto, por lo general, propiedad de empresas patrocinadoras.
Prefiero este sistema porque ser dueño efectivo de un porcentaje del club me parece una «propiedad» mucho más real que tener un abono y un ficticio derecho al voto; y aunque se antoja casi imposible poner a un presidente escogido por las bases, cabe pensar que movilizando a suficientes accionistas esto sería posible, sin necesidad de encontrar a un candidato ultramillonario. En todo caso, es un modelo mucho más sincero y eficiente que el descontrol de nuestras S.A. y el simulacro democrático de Madrid y Barcelona, aunque sin duda los socios de estos dos últimos seguirán jactándose mucho tiempo de ser los «dueños» del club y quienes dirigen su destino.