Por Hughes
Juan Manuel Gozalo, alias Kubalita, se va de la radio. Llevo años sin escuchar su programa, Radiogaceta, pero siento la noticia como otro aldabonazo en la conciencia. Envejecemos de forma irremediable y mientras lo hacemos se va apoderando de nosotros el extrañamiento porque nos quedamos un poco solos. Mi manera de entender el deporte está conformada por el juicio de Gozalo y es normal que me sienta perplejo al ver la Secta. Me hice enfermizamente madridista con este horario: radiogaceta de ocho y media a nueve y media más o menos, hasta el momento en que empezaban a hablar de deportes minoritarios que a mí me deprimian. Luego, a las once, el psicodélico Pedro Pablo Parrado y a las doce, ya en la cama, como si de una oración se tratase, el Butano, o luego, más tarde, De la Morena, que luego descubrimos era otra forma de totalitarismo radiofónico más sutil y por ello más peligrosa. Uno se dormía y en ese territorio incierto del duermevela reinaba butanito. Dios sabe qué efectos habrá tenido en nuestras psiques que haya sido, semejante personaje, el cancerbero de nuestros sueños.
Otro rasgo que echaré de menos será la voz de Juan Manuel Gozalo. Los antiguos locutores tenían voces inconfundibles, trabajadas, con poso, con una cierta dureza equivalente a la que los callos muestran en las manos. Gozalo, que empezó de niño, se ha tirado una vida frente al micrófono, y no me consta que haya pasado por la inútil facultad de periodismo, una institución que ha llenado de mediocridad, cursilería y homosexualismo los medios de comunicación. Para mí, toda tertulia futbolera remite un poco al entorno del bar, y en los bares uno se encuentra con individuos que por turnos manosean «la Marca» entre voces que suenan recias, viriles y normalmente poco cultivadas. El periodismo deportivo no debería olvidar que se debe a los taxistas. No soporto a esta generación actual de periodistas con voces blancas, ni a los lumbreras cientifistas del fútbol internacional, indefectiblemente afeminados, ni a los tertulianos que empiezan todo parlamento con el repugnante «desde la distancia». Parrado, Gozalo y no te digo ya nada García, hablaban siempre desde el corazón de la noticia y no se andaban con relativismos ni paños calientes. España se rompe cuando para opinar sobre el Deportivo de la Coruña hay que cambiarse el nombre por Xosé, echar acento de pusilánime y doctorarse en galleguismo.
Gozalo compartió con esa generación la incomprensible afición por el fútbol sala. Es un deporte feo, barato y peligroso por el que media España se ha pelado las rodillas. Según Wikipedia, Gozalo ha sido uno de los grandes impulsores de este deporte horrible, adaptando sus normas e impulsando la creación de la Liga Nacional que llegara a presidir. Fue tal su implicación con este pseudodeporte que escribió el ensayo «Fútbol-sala, pasado, presente y futuro», aunque me imagino que no hubo de encerrarse en la biblioteca Nacional para tamaña obra. Se aprecia en esta parte de su trayectoria ese cariz institucional que asumió siempre en la radio, locutor de la santa casa, un poco ajeno a las trifulcas del prime time. También asoma la sombra alargadísima del Butano y las inevitables comparaciones con él, incluso en la parafilia esa del fútbol sala, como mandamás que fuera García del Interviú, ese pequeño Real Madrid. De hecho, la única explicación que yo le encuentro a ese deporte estriba precisamente ahí: el fútbol-sala lo creó García como un pequeño fútbol donde crear un pequeño Real Madrid en el que él pudiera ser un pequeño Santiago Bernabéu para ganar pequeñas Copas de Europa. Es decir, García inventa un microfútbol, un fútbol enano, adaptando el universo balompédico a su estatura.
No tengo mucho tiempo y me olvido de glosar la figura de Gozalo. Gozalo fue siempre el locutor de los entendidos. La gente menos extremista, los menos radicales simpatizaron siempre con su estilo. El tipo de gente que participa en maratones, o que anima al Rácing. Los cicloturistas, los alpinistas, los miembros de la federación de softball. Era un periodista para las minorías dentro de lo masivo del medio. Yo fui más de radiogaceta que del tablero deportivo. Esa entradilla de sintetizadores acompañó miles de mis cenas en la mesa familiar. No puedo olvidarme, ahora que hago memoria, de su escudero tranquilo, el antecedente de Bustillo, ese Sancho Panza de los micrófonos que fue, que es, el señor Celemín, don Alfonso, que después salía en los telediarios siguiendo al Madrid por Europa, agarrando el micrófono como si se lo fueran a quitar los cacos.
Yo creo que Gozalo es madridista. No recuerdo que me crispara al hablar del Madrid y sabe Dios que para eso hace falta muy poco. Aunque es posible que fuera porque trató a nuestro club con el mismo respeto, mesura y propensión al buen humor y a la distensión que aplicó durante décadas al entero panorama deportivo español. Que es un buen tipo y un hombre cabal lo demuestra el hecho de que tras su prejubilación haya decidido asumir la candidatura a alcalde de su pueblo, Camargo, por el Partido Popular (la humildad y el realismo de Gozalo: él se prejubila, mientras que a otros los retiran supuestos complots y fantásticas manos negras). Creo que a don Juan Manuel le hubiese perdonado yo hasta el puño y la rosa, de tantas como fueron las veces en las que yo, siendo chico, mientras ayudaba a mi madre a poner la mesa le decía, calla, mamá, que van a hablar del Madrid, para escucharle. No me leerá, seguro, pero que vaya bien y muchas gracias.