¿Quién coño es este tío?

Podolski el alemanoski (¿o es polaco?). Amos hombre, seamos serios. Al que hay que traer es a ese chico que se llama Adriano y que va a ser el delantero más letal del mundo. ¿Dónde encajaría el menda este? A ver, a ver, cómo sería la delantera… Raúl, Cassano, Ronaldo, Podolski… demasiado gallo en el mismo gallinero. ¡Que no, hombre, que no!

Justicia poética

– ¡¡Ja!! ¡Esta vez metieron un gol fantasma y no se lo dieron! ¿Y ahora qué? ¿Eh, eh? ¡¡Que se jodan!! Bueno, otros tres puntos a la buchaca, qué grandes somos. Pero no obstante, recomiendo que no se confíen con López Ruaro, Ruaro, Ruaro.

Por cierto, Cicinho es taaan, pero taaan superior a Salgado, que si ponen a este último cuando se recupere, será un insulto para todas las peñas y afición, y habrá que rodear el estadio con antorchas y aperos de labranza. A ver si con la tontería al final va a morir alguien.

Celta: 1 (Un muerto de hambre)
Real Madrid: 2 (Robinho y Cicinho, sendos golinhos)

– Al Barça se le ve sin aire ya.

Cosas del Levante

Del espectáculo de anoche en Mestalla me han llamado la atención algunas cosas. En primer lugar, los prolegómenos. Las declaraciones de Quique han venido siendo de un bilardismo orgulloso, desvergonzado. Ese recurso al ambiente, a la presión, sorprende en un tipo encuadrado en el discurso de «el balón es mi amigo». Como jugador era blando y quebradizo, delicado, con su caracolillo en la frente, como un bailaor sodomita. Con la radiante camiseta del Madrid parecía un gitanillo lorquiano sudoroso entre nardos. Joder, me asusto de lo que escribo, parezco Luis Antonio de Villena… El único lateral derecho asmático resultó, ya de comentarista, un tipo con verbo prudente y con una fina capacidad para el análisis que sobresalía porque se recortaba sobre el fondo basto y rústico del Poli, Hipolitóxico Rincón, bravo delantero centro que fuera del Madrid y simpático y bullanguero crítico, en la línea desacomplejada y popular del ya mencionado Roncero. Bien, Quique se reveló como un hombre sentimental cuando en la retransmisión de la final de la copa de Europa entre Valencia y Bayern (felizmente decantada del lado alemán) rompió a llorar como una magdalena, acabando entre hipos y sollozos su análisis de la enésima impotencia ché. De su etapa en el Getafe no sé mucho, pues tengo por costumbre no atender noticias de equipos de barriada, pero de vuelta al Valencia el sobrino de la Lola se está destapando como un tipo de cuidado. Para empezar, es difícil olvidar su rapto sanguíneo en la sala de prensa de Getafe, donde estuvo literalmente a punto de rasgarse las vestiduras al más puro estilo Farruquito por no sé qué decisión arbitral. De la estampa suave y sobria de un Miguel de Molina estaba pasando a un tremendismo de manos al aire y gestos crispados, pero a la semana siguiente, tras haber sido beneficiado por la ruleta de Arminio en Chamartín, el gachó se salió por la tangente con un alarde de cinismo verdaderamente envidiable. Mmmm, aquí hay madera, pensé.

La eliminatoria de Copa ha confirmado a este personaje de nuestro fútbol en toda su dimensión; era de ver la manera en que vociferaba al árbitro: «¿Por esto suspendes el partido?». «Esto» era un juez de línea sangrando, a dos centimetros de quedarse tuerto. Sorprende el poder dañino de una moneda de cinco céntimos (y la fuerza con la que se lanzó; cuando se quiere hacer daño hasta una mirada basta) y sorprende también la fuerza vocacional de esta gente. Los jueces de línea están llamados por una poderosa voz que los lleva a superar el descrédito popular, insultos, escupitajos, cuando no la bárbara agresión de fiesta mayor. La Santa Iglesia Católica, ante la falta de vocaciones, quizás debiera poner como señuelo el banderín: sacerdocio previo a la sotana. Los tíos del banderín tienen más cicatrices que los toreros (particularmente conmovedora la imagen de la silla de madera quebrada en la testa, o el pobre trencilla corrido a paraguazos… cualquier cosa sirve…) y se adivina en ellos un puntito masoquista que hubiese hecho las delicias del marqués de Sade. Qué no haría el divino sádico con estos corderitos tan hechos al insulto…

Me desvío. Tratábamos del altercado de ayer. El otro elemento llamativo fue el orondo presidente del Valencia, Bautista Soler, hijo no precisamente aventajado del constructor Juan Soler, dueño de casi todos los ladrillos de este y otros lugares de España. Bien, este tipo, que a la vista está no ha jugado nunca al fútbol, afirmó que los rivales del Valencia «saldrían por los aires», expresión desafortunada y novedosa en el mundo del balompié, que sigue la senda del «bajarse del árbol» clementista como aportación violenta y descerebrada a la logomaquia futbolera. Con esos antecedentes, la parroquia valencianista, que no se caracteriza por su moderación y frialdad precisamente, tenía todos los estimulos para abandonarse a su propensión a la histeria colectiva. Tan evidente era la estrategia que el partido empezó con una fuerte entrada jaleada cerrilmente por la hinchada (más que hinchada, abotargada) y alcanzó un punto descollante con la agresión de Marchena, el ceceante central que se hizo pendenciero en el Sevilla y delicuencial en el Valencia (camino inverso y no menos agresivo siguiera ya Javi Navarro).

Tras la agresión aún restaba por ver el espectáculo de Albelda empujando a Scaloni delante del árbitro, ejerciendo de capataz de la finca más que de capitán, y al valencianismo en rebelión de masa desbocada esperando al árbitro en la calle, como cualquier chulo de discoteca extrarradial. «No vas a salir, no vas a salir», gritaban mientras el trío arbitral (por cierto,¿cómo lo hacen para montarlo? ¿se llaman y se dicen «oye, Fulánez López, que me ha dicho Zutánez Pelaez que si nos hacemos un trio»?) era sacado por la puerta de atrás, no fuera que les diera por linchar al de la brecha. Estos individuos, que en su idividualidad no es que sean unas lumbreras, se vuelven especialmente torpes cuando se «masifican», porque ya deberían saber por experiencias anteriores que Mestalla tiene dos puertas. Coño, la mitad al norte y la mitad al sur y le pilláis seguro.

En fin, la reacción de la prensa aborigen ya me la conozco: pasará poco, si no es que ha pasado ya, para que culpen de todo a una campaña mediática desde la capital para desestabilizar a este emergente Valencia. Divertido. Casi tanto como Relaño llamando irresponsable al colegiado. Creo que después de ser agredido nadie tiene la obligación de seguir con el ejercicio de su actividad. Me suena a un intento de Relaño por congraciarse con los del Valencia, de no hacer sangre y buscar una cierta comprensión, en previsión de futuras trifulcas que seguro tendrán lugar cuando el Real Madrid deba visitar ese circo romano que es Mestalla. Una salida política que irrita, no por ser absurda, sino porque se ceba en la víctima, que en este caso es el lado más débil. Los árbitros, hay que reconocerlo, están un poco solos.

Por mi experiencia (soy como la científica esa que vivió décadas entre gorilas estudiando sus extraños comportamientos) ya le digo a Relaño que va de cráneo. El valencianistus australophitecus es un primate bípedo mediterráneo y simpaticón que ha estado treinta años sin competir con nadie y no distingue la diferencia entre la rivalidad y el odio, entre el ardor y la llamarada.

Por un Real Madrid chino

No sé vosotros, pero yo empiezo a sentir un odio profundo y hepático hacia el Barcelona, Carod, ZP, su puta madre, Arminio y en general etarras, culés y demás gentuza, que para mí, enajenado y confundido como estoy, ya son lo mismo.

Retomo mi idea de independizarnos. Los 10 millones de madridistas podríamos desgajarnos de este maldito lugar, llevarnos a la Premier el jamón, las mujeres morenas, el museo del Prado, el 98, el 27, a los místicos, Lope, Quevedo, Cervantes, los toros, los pasodobles y Ana Obregón e instalarnos en algún lugar sin Oteguis.

¡¡¡Un Real Madrid planetario ya!!!

¡¡Vayámonos a jugar la liga japonesa!!

¡Mejor, a la china!

Seamos chinos, casémonos con chinas y fusionemos nuestro españolismo con la raza oriental y dejemos aquí al Barcelona y la Real Sociedad comiendo mierda. Con sus boinas y sus barretinas y sus caras de andar estreñidos. La China es el futuro, el país que habrá de dominar el mundo. No merece la pena ir en verano, quedémonos allí. Seamos el Real Madrid-Pekín… comencemos a construirnos un estadio capaz de albergar a 300.000 chinos y mantengamos el Bernabéu para pegar un pelotazo colosal que nos haga aún más ricos y que mate de úlcera a todos los polacos. En verano pasamos por aquí, para saludar a las peñas en el trofeo Santiago Bernabéu y para meterle 7 al Patético en el trofeo de la comunidad.

Huyamos, a algún lugar sin Arminios, sin Laportas, sin extremeños culés…

Por cierto, ¿alguien se acuerda de nuestros delanteros titulares, los otrora imprescindibles… sí, venga, cómo se llamaban… Laul y Lonaldo? Caro, la revolución silenciosa. Aunque se va soltando en las ruedas de prensa, y poco a poco va dejando prendas nuestro elocuente sevillano, nuestro Séneca. Los entrenadores estimulan su verbo a base de victorias; no hay más que oir a Quique, el faraonito, que parece que está dando un master en cada rueda de prensa, con su sempiterno y mayestático «nosotros», al más puro estilo Del Bosque, otro que hablaba siempre desde el colectivo o desde el trono. El plural, en los entrenadores, sugiere trabajo en grupo, consenso de coaches, managers y assistant coaches, a lo anglosajón, una especie de laboratorio de técnicos que someten a rigor científico y a un auténtico brain storm. Antes no era así, y por eso Aragonés nunca utilizó el plural, dejando en la sombra y sin pronombre a Paredes, ese individuo carpetovetónico que le acompaña en los banquillos y que luce barriga, chándal y pinta de haber salido de alguna tasca gaditana o de algún programa de Jesús Quintero.

Por cierto, nuestro buen Caro tiene también sus gestos (salvo Lobanovski y Del Bosque, dos entrenadores estatuarios, los entrenadores o caminan o chupan chupa chups o corren o se rascan o corrigen a sus jugadores con movimientos rápidos de manos que dibujan un dentro-fuera posicional que siempre es el mismo). No gesticula mucho, pero sí que acostumbra, como si fuera miope, a achinar los ojos de forma que se le van acusando las patas de gallo, formando un auténtico abanico de pliegues que presagian el envejecimiento dermático de todo un Antic, ese entrenador lechuza que ha pasado a la historia por:

1- Ser despedido como líder.

2- Haber cobrado tres veces del Atleti, siendo así el único individuo que timó a Gil.

3- Hablar el español (pese a llevar décadas en España) como un sioux y sin embargo ganarse la vida como comentarista.

4- Por no haber reconocido nunca, durante su larga carrera de comentarista, mérito alguno a entrenador vivo o muerto que no se llamase Radomiro.

5- Por ser un ultranacionalista serbio y por haber mantenido una polémica cainita con Kresic, croata y tampoco manco en lo de llevar las cosas a un extremo absurdo y parapolítico.

Nuestro Caro, del que ya comentamos su filiación dentro de esa corriente teórica de los entrenadores-maestroescuela, está empezando a asomar la patita y a soltar apotegmas como bombas silenciosas. Lo hace, eso sí, amparado en la general indiferencia de quienes le han tomado por un tolili, pues en esta España nuestra si vas a misa te toman por deshuevado. Yo digo lo contrario: en Caro no sólo hay un míster sino que además hay un hombre, un hombre de cuerpo entero, de esos de los que diría García que se viste por los pies, aceptando implícitamente la posibilidad de que existan hombres que se vistan por la cabeza.

En fin, me desviaba de mi inicial propósito de ponderar la invisible figura de López Caro, un entrenador excéntrico que ha sido capaz de introducir conceptos tan
extraordinarios como la simetría en bandas, la presión adelantada, el sentido común y la meritocracia. Sí, esa creencia antigua que atribuía una virtud a los méritos contraidos y que pasó al catón futbolero en la máxima «se juega como se entrena»… si se entrena, dirían algunos de nuestros recordados cracks.

Por último, quiero advertir el carácter mesiánico de Robinho, el ungido. Una vez cada veinte años nace un muchacho esmirriado para guiar al pueblo madridista por el largo desierto. Butragueño, Raúl, ahora Robinho, han sido los llamados a liberarnos del yugo nazionalculé. No tenemos que animarle, ni aplaudir, es algo más, tenemos que seguirle.

Temporada bisagra

Una de las cosas más sobresalientes que ha sucedido en los últimos tiempos ha pasado inadvertida. En el amistoso que enfrentó a nuestro Madrid con el Atleti, Jurado hizo una jugada que yo interpreté como un aldabonazo. Agarró el balón en posición de interior izquierdo y montó el contragolpe. Condujo la jugada con su elegancia habitual, cada vez más parecida a la de Martín Vázquez, y luego, cuando el runrún denotaba que la morosidad había acabado por abortar la sorpresa, soltó un disparo potentísimo que rozó la portería. De haber sido gol, es de suponer que Jurado hubiese ganado para sí y para la cantera –esa horrenda expresión que nos hace imaginar que los jugadores salen como cantos, a martillazos- un par de portadas en plena navidad. El sopor turronero, la abstinencia futbolística, habrían favorecido algún debate sobre la conveniencia de apostar un poco más por ellos. Además, y como juradista confeso, aprecié ese disparo como un gesto de autoridad de quien se sabe con capacidad suficiente para poner patas abajo un estadio. Jurado tiene toda la clase del mundo, si además tiene potencia y huevos, la cosa pinta bien. Todas las revoluciones del talento han sido arriesgadas. Es necesaria ilusión y un mecenazgo, pues Jurado no es un futbolista, es un artista. No garantiza la alta productividad de Raúl. Es otra cosa, y su inclusión en el equipo exige un héroe, un visionario arriesgado que sepa ver lo que los demás no ven. Y que sepa explicarlo. Un Valdano, vamos.

El fútbol, queramos o no, no es la actividad más refinada del intelecto humano. No se puede matizar mucho porque se trata de algo que se registra en tablas clasificatorias y en quinielas. 1-X-2, siendo la x una cosa insatisfactoria que en algunas competiciones se elimina mediante esas variantes del sadismo que son los penaltis. Es decir, no importa cuántos ataques cardiacos generen, ni cuántos traumas infantiles, a las doce las televisiones cierran y hay que buscar un ganador. Siendo así, es imposible el equilibrio. El fútbol no es que sea resultadista, es que impone sólo dos visiones de las cosas. La euforia o la depresión, y entre las dos cabe poco. Nosotros, los madridistas, estamos a punto de vivir uno de esos estadios intermedios. Algo que podríamos llamar un optimismo resignado, o una resignada esperanza. Es decir, uno de esos extraños y matizados grises que no se suelen dar en el fútbol.

La contratación de media docena de jugadorazos de veintipocos años y los achaques de nuestros vejestorios han acabado por renovar el equipo. La media de edad ha bajado y se nota en el campo, pero se notaría aún más si la renovación fuera completa. Falta, además, el gesto, el simbolismo que lo haga claro a los ojos de la historia. Raúl sentó a Butragueño y remachó el ataud de la quinta, que era como un muerto viviente durante media década. Algo así pasa con los galácticos, que no se mueren nunca. Es uno de los procesos degenerativos, de las decadencias más largas y patéticas que han alumbrado los siglos. La caida del Imperio Romano fue más rápida. Claro, allí aparecieron los bárbaros, pero aquí no se vislumbra el elemento cafre que acabe con esa maraña de nostalgia e intereses creados en torno a los Fab Flo (los fabulosos de floren). ¿O sí lo hay? Podría haberlo si Caro se la jugase con los canteranos. Los nombres, los sabemos todos. No es necesario insistir.

Ha bastado una eliminatoria de copa para que prenda la ilusión, pero la copa no deja de ser un torneo menor donde atreverse es fácil. Caro se tiene que retratar en Liga y cuando todos estén disponibles. Reunirlos a todos en el campo de entrenamiento, mirarles a los ojos, tragar saliva y con fingida voz decir eso de: «Salgado, Helguera, Raúl, Zidane, Gravesen, Pablo García… aquí tienen el peto de suplentes». El Madrid, estos meses, debe parecerse cada vez más al Ajax. Llenar el equipo de juventud y dar experiencia y peso a quienes lo necesitarán en el futuro. Ramos es un prodigio que recuerda a Raúl, él no ha necesitado padrinos, ha visto un hueco y lo ha ocupado, pero es posible que otros jugadores sí lo necesiten. Jurado, al que no le entró ese gran disparo, es un ejemplo.

Por cierto, ningún periodista ha llamado la atención sobre la maravillosa relación que puede haber entre Robinho y Cassano. Tienen una década para dividir a la parroquia maerengue entre robinhistas y cassanistas, como sucedía antes con la afición taurina. Esas guerras civiles de café… Hubo dos Italias en torno a Mazzola y Rivera. Aquí tenemos dos virgueros, dos geniecillos que pueden dar lugar a una de las rivalidades más hermosas de la historia del club. Un club muy dado a las unanimidades.

Para terminar. Me pregunto qué sentirá Raúl al lado de Ramos en el vestuario. Cómo Zidane en los entrenamientos al lado de los arriba mencionados. Se está produciendo un cambio de papeles en el equipo. La continuidad dinástica garantizada. Temporada bisagra, transitiva. Esperemos.