Politiqueando

Pongamos nuestro humor a prueba.

Hace unos días la Presidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, recomendó a los jugadores del Getafe que le “metiesen caña” – o leña, que viene a ser lo mismo- al que era su próximo rival, el Barcelona. La señora Aguirre, además de declararse liberal, conservadora y de no oficiar la fe feústica del feminismo, se ha declarado siempre y sin ningun complejo madridista. Por eso, sus palabras tenían un retintín de rivalidad y encono que le daba picante al asunto. No es lo mejor que ha dicho esta señora, pero nadie, al menos nadie normal, podría entender en ello una ofensa.

Ayer, Juan Manuel Rodríguez dedicaba su artículo en Libertad Digital a Raijard –si trato de ser fiel a su apelido me equivocaré-, porque éste había sugerido a raiz de la “ignominiosa” conducta de la Aguirre que no se debía mezclar política y fútbol… Sí, sí, habéis leido bien: el entrenador del Barcelona aconseja deslindar política y balón.

Pues bien, como soy más morboso que Pajares en sus viejos films, me he pasado por el Sport buscando alpiste. A ver si alguno de sus Pulitzer trataban el asunto con la ponderación y el cuidado estilo que han convertido al “diari més llegit de Catalunya” en una portada de referencia en el mundo de la psiquiatría.

Cuatro artículos de opinión y los cuatro dedicados al Madrid. Bien, ¿cómo es el refrán? “Ladran, luego cabalgamos” –que nadie entienda que les estoy llamando perros; si yo tuviese que animalizar a estos individuos optaría por el animal redondo y rosa que come bellotas y que al morir no es enterrado ni incinerado, sino convertido en alimento exquisito con forma de guitarra-.

Un señor muy feo, apellidado Mascaró, escribe lo siguiente:

«Estos últimos días hemos podido comprobar como todavía existen políticos que hablan sin pensar. Cargos públicos que, lamentablemente, no miden el valor de sus palabras ni las consecuencias de sus declaraciones. Y no me estoy refiriendo sólo a los exabruptos que se pudieron escuchar en el Parlamento con motivo del debate sobre el nuevo Estatut de Catalunya ni a las voces fundamentalistas de alguna emisora ‘nacional y católica’.

Ya dije la semana pasada que el Barça jugaba sus dos próximos partidos de Liga en ‘territorio comanche’. Por desgracia, no me equivoqué. La primera prueba de intolerancia la encontramos en el campo del Getafe, con pancartas alusivas a Carod Rovira, a los catalanes y a la inquebrantable unidad de España. Pero casi fueron peor los insultos racistas contra Eto’o, sobre todo por reincidentes. Ni siquiera los avisos por megafonía ni las declaraciones de buenas intenciones del marcador electrónico evitaron que un grupo de descerebrados repitieran las mismas estupideces de la temporada anterior.

Pero la culpa no la tienen estos cuatro indocumentados sino los que les provocan, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Sus palabras del pasado viernes –“¡Al Barça, leña!”– fueron una clara incitación a la violencia, dentro y fuera del terreno de juego. Una actitud intolerable en una señora que había llegado a ocupar la presidencia del Senado. ¿Se imaginan ustedes si Pasqual Maragall hubiera hecho un llamamiento similar? En Madrid le habrían crucificado sin juicio previo.

Nosotros, sin embargo, como somos mucho más tolerantes, hemos esperado a que pasara el Getafe-Barça para decirle a doña Esperanza que ha metido la pata hasta el fondo. Que confundir el nuevo Estatut –que ella y tantos de su partido odian– con un partido de fútbol es demostrar que no entiende nada de nada. Para decir según qué cosas, mejor que se esté calladita.»

¿Qué? ¿Tremendo, verdad? En COU nos enseñaron a hacer comentarios de textos. Mi profesor era un absentista profesional, así que poco puedo hacer, Además, este texto, aunque escrito en castellano, en realidad está pensado en otro idioma que tampoco es el catalá, sino el idioma marciano que rige el pensamiento de esta gente. Con todo, se impone alguna matización (matización que se quedará en nuestro amado blog, porque me imagino que escribir una carta al director del sport será como escribírsela a Angelina Jolie. Perfectamente inútil):

– Hay que condenar los gritos racistas en los campos de fútbol. Lo que sufre Roberto Carlos desde hace una década en el Nou Camp no es racismo, no debe confundirse, es lo que los expertos denominan una “manifestación psicosocial y coral de discrepancia pigmento-futbolística originada por un conflicto dialéctico irresuelto en la organización territorial de un estado interiorizado por la psique posmoderna en su manifestación atávico-simbólica en ambiente lúdico”.

– La gente normal no odia. Y si se decide a odiar, con lo que eso cansa, odiará, en todo caso, a personas. Los textos legales –y mucho más los proyectos-, incluso cuando son desastrosos, no son objeto de odio. Se discrepa, se rebate o se limpia uno el culo con ellos, pero los que vivimos en territorios comanches no tenemos –todavía no, todo se andará- tal trastorno. ¡Qué confusión de emotividad y de ámbitos!

– No te confundas, Mascaró. En Madrid hay garantías judiciales y las crucifixiones van precedidas de juicio justo Lo que no exige juicio es la lapidación.

– La señora Aguirre, durante su periodo en el Senado, fue pionera en la introducción del uso del catalán. Anticatalana.

– Acierta en dos cosas el prosista. La primera es en eso de que “ellos son más tolerantes”. Es verdad, en tolerar mentecateces, pactos con ETA y golfadas varias no les gana nadie. Lo de la “inquebrantable unidad deEspaña” también es cierto, aunque creo que la Constitución –texto que Mascaró no habrá leído pero que seguro odia- dice “indisoluble”. En realidad, Mascaró se vuelve a equivocar, porque sí es quebrantable. Sí se puede romper con violencia y violación de ley.

El próximo día, como recomienda Raijard, hablamos sólo de fútbol.

Los 300 goles de Raúl

En tiempos de estrés y disfunciones eréctiles nada nos mantiene tan ligados al placer como los goles. Lo sabe Pelé, que durante la juventud se dedicó a repartir la alegría del gol y ahora, en el arrabal de senectud, sigue marcándole goles a la impotencia. El gol es el gran liberador de endorfinas. Y se trata de un placer enajenante. Un estallido que nos lleva a abrazarnos con lo primero que encontramos. Es un placer primario, que nos acerca al mono que fuimos, porque más de uno de nosotros se ha subido a una mesa, ha trepado, o ha liberado la mandíbula cual primate en pleno júbilo. Es el gol, también, un placer socializado que jamás se podria vivir en una cabina, clandestino como la paja del adolescente. Vivir un gol solo es una tristeza. Gritas, te levantas e, invariablemente, te acercas a la ventana a comunicar tu dicha al mundo, con la nariz chafada contra el vidrio, como un mimo desesperante. O mandas un sms a quien sea que pueda estar interesado en conocer tu felicidad. El gol es una experiencia de socialización, tan necesaria en el niño como el rito de la amistad –y no sabremos de qué pasta está hecho el niño hasta haber comprobado, ante el gol, si le va el pelo o la pluma, si es un tigre o un delicado gato de angora; si es un iracundo o un tibio-.

El gol se apaga, poco a poco, y su influencia remite –como el rostro se recompone tras la carcajada-, y al hacerlo nos sentimos más felices, más plenos, más indulgentes. Incluso diríamos que mejores personas si no fuese porque, a veces, el gol es una modalidad del placer que admite el reproche. No es infrecuente acompañarlo con ostensibles cortes de manga dirigidos al televisor, la radio o la afición contraria y, en esos casos, una sed interna de justicia, una llama justiciera nos obliga a proferir, violentos como escupitajos, cortantes “jódete” o rotundos “cabrones”, según el objeto de la ira sea individual (Luis Enrique, el vecino…) o colectivo (toda la gentuza que en el mundo gusta de animar al club estatutario). El gol es, por si fuera poco, memorable. Es habitual que, pasado el tiempo, disfrutemos recordando sus pormenores, sus detalles, las circunstancias y consecuencias que lo acompañaron. En esos momentos sentimos el placer evocador del gol, el placer sabio de recordar y la apetencia de nuevos goles. Creo que la felicidad se parece a uno de esos montajes en que engarzan todos los goles mientras suena una canción. Uno sabe qué hacia y cómo era cuando entraba cada uno de ellos. El gol, por tanto, también nos puede hacer sentir el paso del tiempo. Y como no somos enteramente responsables, el gol debería ser un eximente. Cuántas veces no hemos leído que Fulano descuartizó a Zutano por una discusión futbolera en el bar de la esquina–y esas trifulcas comienzan siempre con el gol, porque nada jode más que sufrir el gol en contra y que encima haya recochineo-. En el gol somos mejores amigos y peores enemigos. Es el punto culminante de nuestro fanatismo. Sí, también es espiritual porque nos depura.

El gol, por todo eso, es similar a un orgasmo, de la misma familia. Más limpio y menos esforzado, pero no menos placentero. Quien ha vivido el gol en plenitud, sabe poner al sexo en el lugar secundario que merece. El gol, además, es más natural, menos complicado que la jodienda: nadie necesita de una Lorena Berdún que le explique cómo vivirlo. El gol es más libre. Y a menos que te anulen el gol, no hay gatillazos. Nadie se siente defraudado y nadie finge. No hay, tampoco, las complicaciones sentimentales del sexo, porque uno sabe, desde que nace, a qué equipo quiere hasta morir. En el gol no hay infidelidades.

Raúl está a un gol de los trescientos oficiales con la camiseta blanca del Madrid y la roja española. Trescientos orgasmos nos ha procurado ya, uno cada dos partidos, es decir, uno por semana, frecuencia de marido responsable, de matrimonio consolidado. Puedo decir que, a estas alturas de mi vida, nadie me ha proporcionado placer físico en tantas ocasiones como Raúl. Así de importante es en mi vida.

Tarde de otoño

El Bernabéu siempre ha tenido su tendido del siete. Ese público intratable, despótico, que se sabe dueño y actor principal, protagonista. Un público juez, emperador, pulgar arriba o abajo. Ha sido, toda la vida, un público taurino, de fácil olé –decían olé ante lo meritorio como yo canto gol cuando la mete Rakocevic; por costumbre-. En la actualidad es una masa silente que no transmite ningún estímulo al equipo y que parece haber dimitido de su responsabilidad. Alguien dijo que el público de un estadio era el DNI de las multitudes. Pues no se hable más, ya podemos decir algo de la sociedad española viendo la actitud del forofo merengue. Floren debería reconsiderar sus inversiones en el estadio. Tantas comodidades van a convertir Chamartín en un gigantesco salón de té. En una de las tribunas han colocado unos palcos roland garros que son antifutbolísticos: provocan aislamiento, estratificación y contribuyen al amodorramiento. Hoy, a medida que me irritaba viendo el partido –motivos, más abajo-, me he ido fijando, durante los planos cortos, en los rostros del respetable y me he dado cuenta de que el Bernabéu está lleno de viejas. Las mocitas madrileñas del himno se han hecho mayores y ya son venerables ancianas. Parece que la fundación del club haya firmado un convenio con el Imserso y que los viejos de España -los que levantaron el país que ahora se van a cargar otros-, en lugar de Benidorm, hayan escogido Chamartín como nuevo destino. Con este panorama, podemos presumir de un público sabio, juicioso, ponderado, ecuánime, tranquilo, pero absolutamente incapaz de transmitir al equipo la descarga de electricidad, el electroshock que a veces necesita. ¡Grada joven ya!

El segundo penalti lo tenía que haber tirado Robinho. En cualquier caso, ya sabemos qué le ocurre al muchacho. Es evidente que está ansioso por agradar y que tiene un conflicto interno por resolver. Si llegas a un sitio y las portadas te comparan con Pelé, Fleming, Edison, Napoleón , Mozart y Newton, es difícil asumir que, al día siguiente, los referentes sean Geovani, Giovani, Denilson y Renato. En cada jugada un montón de ideas le llegan a la cabeza y acaban por provocar el colapso. Quiere demostrarnos que es buenísimo y alguien le debería decir que ya lo sabemos, que no dudamos y que tiene una década y media para demostrárnoslo. Pero claro, es muy rentable abrir debates sobre Robinho. Es la típica cosa que suscita el interés de los partidarios y de los detractores, de los optimistas y de los cenizos; la típica cuestión que, en fin, se presta a la polémica. Es una grave irresponsabilidad del Madrid haber dejado a Robinho solo ante el peligro. El control que ha provocado el segundo penalti es excelente. Lleva tres partidos haciendo cosas decisivas para el equipo y tiene 21 años. Ya está bien, coño.

Lamentable el brujuleo de Beckham. Cuando sale de la banda se convierte en un nadacampista y hasta parece más feo. Su papel en el club tendría que ceñirse a meter centros desde la cal y a sonreir a las jovencitas en los desplazamientos.

¿Y Luxemburgo? Probablemente su portugués resulte cerrado incluso para sus propios compatriotas. Luxe, decididamente, no es valiente con la cantera. De la Red y Jurado deberían haber jugado esta semana. Valdano apostó por Raúl, Guti y Rivera. El primero le dio la razón al instante, el segundo a los cinco años y el tercero a los diez. Pero acertó. Hay que apostar por el talento de la fábrica. Ganancia asegurada.

Y tenía que pasar. En un corner, al principio, Woody y Milito se han cruzado. Se han mirado temerosos, algo cortados. Había algo de gafancia cómica e inevitable en el ambiente. Una especie de destinos intercambiados, un “oye tío, tu historia me pertenece”. Tenía que pasar, y al final pasó. Esfuerzo del central inglés y un crack lleno de melancolía en sus delicadas fibras musculares. Un hurra por los servicios médicos del club.

Real Madrid: 1 (Roberto Carlos, pen.)
Zaragoza: 0

¡Hala mañoooooos!

Llegan al Bernabéu los nobles baturros del Zaragoza. Club respetable que, desde tiempos de Lapetra, ha ofrecido al fútbol español magníficos conjuntos. Es de esperar que jueguen con su equipaje de avispa, indumentaria algo llamativa que nos puede ayudar, en caso de aburrimiento, a imaginar que estamos ante Peñarol en plena Intercontinental.

El partido tiene su intringulis, no obstante. Viene a culminar un mes que se prometía horrible y que, si ganamos, se quedara sólo en desagradable. Pero hay que ganar. Después llegará el bodrio de la selección y luego la insufrible visita del Barcelona. Moneda al aire, estrépito mediático y vuelta a empezar hasta Navidad.

El partido es, en mi opinión, más importante que el del Barcelona y no se presenta fácil, porque el Zaragoza llega con varios ex. El Madrid debe de ser como un amante castigador que acostumbra a despreciar a sus conquistas a poco que éstas no le satisfacen. Un don Juan altanero que las desvirga, las goza y las abandona. Y siendo así, es comprensible el aire de revancha y despecho que tienen estos reencuentros.

Llegan César, Celades y Savio. El primero es un portero correcto al que ha perjudicado, sin duda, su aspecto de recién levantado de la cama. Tiene cara de buen tipo y una locuacidad algo innecesaria en las ruedas de prensa. Nunca supimos por qué Del Bosque lo escogió en lugar de Casillas. Será un misterio hasta que alguien desclasifique los papeles reservados del salmantino. Su lesión en Glasgow fue uno de los hechos más afortunados de la historia del club.

El habilidoso Savio dejó entre nosotros un buen recuerdo. Su pase a Anelka en Munich valió media Octava y siempre fue del agrado del público de Chamartín –público antojadizo como pocos, la verdad sea dicha-. Excelente, en mi opinión, pero un poco por definir. Ni la solidez de un interior, ni el gol de un segundo punta. Liviano y, a ratos, inconsistente. Un extremo zurdo para un equipo que lleva cuarenta años sin jugar con extremo zurdo, porque cuando se marchó Gento no se le retiró la camiseta, se le retiró la demarcación. Poco después llegaría Munitis, que era como Savio, pero en bruto. Y con él el Bernabéu no iba a ser tan comprensivo. Trató de pulirlo a base de silbidos y acabo por desquiciar al muchacho. Pero esa es otra historia…

Y ojo con Celades. La Ley de Murphy aplicada al Real Madrid nos hace temer un partidazo suyo, con gol incluído. Incoloro, inodoro, insípido y, probablemente, uno de los jugadores más blandos que hemos podido padecer los madridistas. Fue, durante años, nuestro representante en la selección catalana –por cierto, Celades acudió siempre al sonar del Segadors mientras medio Barcelona se ausentaba. Algo parecido pasa con la selección valenciana, Vicente se va a Londres a pasar el weekend mientras Raúl Bravo, «el traidor», sacrifica sus vacaciones para jugar interesantes amistosos contra la selección de Zambia-.

Pero los ex no llegan solos. Imagino que por allí asomará el careto el simpático de Movilla. Antimadridista conspicuo que protagonizara, años ha, una polémica delirante en el Atleti. Creo que era Movilla versus Manzano –como Del Piero vs. Capello, pero en cateto-. Horas de radio, chorros de tinta, los colchoneros desgañitándose por su Movilla. «¡Movi, Movi!», gritaban los infelices. Y Movilla, que decía ser más indio que Cochise, a las primeras de cambio, al primer buen contrato que le ofrecieron, se fue pitando hacia Aragón, donde es de presumir que a estas alturas ande dando lecciones de baturrismo al mismísimo Labordeta. Tras irse, quiso hacerse perdonar por la afición rojiblanca pasándose de hostil con el Madrid. Lo habitual. En fin, espero que se le pite bien. O no, mira, ni siquiera eso, que el Bernabéu no interrumpa su plácido sestear para pitarle al piernas de Movilla. Eso sería una ordinariez; mejor la indiferencia. Desde las alturas del estadio, Movilla debe verse como una chincheta.

Y olvidaba que regresa Milito. La más despechada de las amantes. Y encima se trae a un hermano. Uno se imagina que los Milito –papá Milito, mamá Milito e, incluso, el abuelo Milito- se reunen todas las semanas frente al televisor para celebrar las derrotas del Madrid. No podríamos reprochárselo, lo suyo fue una putada.

¿Y el Madrid? Ramos y Robinho crecerán otro centímetro más el domingo. Han de ir creciendo, poco a poco, hasta alcanzar la altura extraordinaria de Hierro y de… y aquí está el interés, en saber hasta dónde llegará Robinho.

Convite de empresa

Debe ser incómodo que aparezcan a tu lado un montón de agresivos periodistas a fotografiar el instante previo a la pitanza. En ese momento en que los jugos gástricos anticipan el dulce placer de las viandas, los fogonazos de los flashes han de cortar el rollo, por fuerza. El ratito en que media humanidad está tentada de comerse el pan o empezar a desmigar el mendrugo. Uno, antes de comer, no sabe que hacer con las manos y es normal adoptar la postura del gran Arrigo: codos apuntalados en la mesa sin ningún complejo, manos entrelazadas y a esperar, un poquito envarado. La postura, después del café, será la misma, pero con los movimientos mandibulares de quien se hurga ,con disimulo, el espacio entre las muelas con la lengua.

Pero, además de este universal lenguaje gestual de los restaurantes, en la foto de ayer destaca la distribución de los comensales. Una simetria negociadora nada casual. Floren y el capitán, frente a frente, practicando eso tan dificil que Luis reclamaba a Romario, ese “mirarse a los ojitos” que sólo pueden hacer las personas con conciencias y cuentas claras. Y a sus flancos, los lugartenientes, los vicecapitanes y los vicetiples técnicos de Floren. En cualquier caso, lo de ayer parece la representación de la negociación laboral en nuestro Madrid. Patronal y sindicato, frente a frente. No cuesta imaginarse a Roberto Carlos sacando las estadísticas macroeconómicas del ejercicio y un gráfico con la evolución del IPC.

En el fútbol se admiten las medidas de conflicto colectivo. Derecho constitucional, en todo caso. Una huelga de futbolistas sirvió como anticipo de la Quinta, cuando un Michel juvenil marcó un gol fantasma que el destino, ese hijo de puta con calculadora, habría de quitarle en México 86. Y hace un par de temporadas, un equipo entero de segunda decidió encerrarse en el vestuario en huelga por los impagos. Fue una original aportación del fútbol al mundo de la protesta, porque los huelguistas contaban com playstations y servicio de catering.

Pero estos capitanes nuestros de hoy son poco comparado con Hierro. Sin Hierro casi puede decirse que ha llegado la paz social al club pues el de Velez (Málaga) –a Hierro siempre le acompañaron esos apellidos toponímicos- era un sindicalista duro. Un convencido con conciencia de clase. Él era futbolista puro dentro del campo y futbolista igualmente íntegro fuera del cesped. De los que cuando mueren, a los ochenta y tantos, se dice eso de que ahí se va un futbolista. Un pelotero vocacional. Con el famoso «código del fútbol», un tocho como el código civil que se edita en Argentina. Hierro convertía el vestuario del Madrid en la «Ley del silencio», aunque cuesta imaginarle, con su cara de banderillero, haciendo de Marlon Brando. A la que Floren se descuidaba, Hierro le montaba un motín. El motín de Mónaco, el motín del Txistu… La escena clara: Hierro sacando su largo dedo acusador, ese dedo de ET que sacaba a los árbitros cuando protestaba, con su cara de pena e indignación, como de cantar saetas… Méndez y Fidalgo, a su lado, unos maricas burgueses.

Pero es que Hierro, ya digo, era un clasista. Creía que el futbolista se regía por unas leyes y un estatuto aparte. Tan rígidos como los que protegen al sexador de pollos o al fresador. Hierro era un piquetero y ha establecido unas primas que ya no se negocian, que sólo se indexan al IPC y tirando.

Lo de anteayer, por tanto, no era sino el anual refrendo de lo que Hierro negociara en su día. Lo han disfazado, también, con la palabra conjura, pero me da que no. El socio ilustró la última Florentinina –tras la derrota destroy en Getafe- con una foto que era reveladora: Floren como profesor de escuela y todos los galácticos oyéndole sentaditos. Ahí había superioridad y jerarquía, lo de anteayer era un «tête a tête», algo distinto.

Floren dijo hace poco que los veinte futbolistas del primer equipo le daban más quebraderos de cabeza que sus miles de empleados en ACS y es que, no nos engañemos, aunque se habla de paz social y de calma en el vestuario, también se ha dicho últimamente que el club estaba pensando en Hierro como enlace entre la plantilla y la directiva. Mal asunto si el mediador ha de ser ese Demóstenes moderno.

Por, cierto, en la expresion de Messi, el nuevo De la Peña, encontré algo raro. Una ligera turbación química, un halo artificial en la mirada, como el de aquel colega que se pasaba con las raves. Una cara congestionada, rara. Y como soy un cabrón me he ido al Google y he cruzado “Messi” con “EPO”. Lo primero que me ha salido ha sido esto:

http://espndeportes.espn.go.com/story?id=375145

¿Os imaginás algo así con Robinho? ¿Merecería portadas en los periódicos? Ay, la prensa libre…

Back in the 90s

El director del diario AS, Alfredo Relaño, debe, cada tiempo, purgar sus complejos a costa de sus lectores. Dirige un diario orientado hacia el público madridista, pero semejante vulgaridad le obliga a desmarcarse. Roncero y Guasch le hacen el trabajo sucio y él, super progre, se puede dedicar a hablar del Betis, de Ormaetxea o del balón de oro.

Esta vez, el diario AS, en otro ejemplo de acomplejamiento capitalino, va más lejos que nunca, y reclama el trofeo para Ronaldinho y Maldini. Los enemigos naturales del Madrid. Los jugadores que mueven las visceras de sus lectores. Ni la Gazzetta, ni siquiera la prensa catalana, llegan tan lejos en sus ditirambos. Ronaldinho, siendo buenísimo, no es el indiscutible número uno mundial, no mientras jueguen a ésto Ronaldo, Adriano, Robben, Lampard o Kaká. Y Maldini no debería tener lo que no han tenido Hierro, Raúl o nuestro Roberto Carlos. A ver, lo repito alto y claro: Roberto Carlos ha sido trescientas cincuenta veces mejor lateral que Maldini y tiene mejor palmarés.

El diario AS tuvo siempre una sección, la chica del AS, para alegrar la vista de sus lectores –por lo general, machos primarios-; una jaca de bandera de las que colocan siempre los tabloides británicos. Fue desembarcar Prisa, y con Prisa Relaño, y sustituir el par de domingas diarias por un artículo de opinión femenino. Cosa muy loable que, sin embargo, fue rápidamente abandonada. En la actualidad, sin sección fija, pero con periodicidad diaria, las pin-ups han vuelto a la contraportada. Y es que los complejos de su director pugnan duramente con el gusto de su clientela.

Por cierto, ha vuelto, por cuarta o quinta vez en la última década el dream team. Eto’o, ese Stoichkov negroide, ha dicho en L’Equipe –el prestigio que entre todos le regalamos a esta publicación es otro ejemplo de papanatismo insuperable- que si el Chelsea vence él se retirará del fútbol. Han vuelto. Ya se oyen los alaridos panfletarios en la ciudad de lo prodigios y los aleluyas de su coro de voces blancas madrileñas: ha vuelto el fútbol.

Durante el lustro en que el Madrid ganó tres Copas de Europa (hecho sin precedentes en Europa desde tiempos del Liverpool glorioso) los estetas futbolísticos de la prensa, esos gurús, decidieron que el Madrid ganaba, sí, pero por pura acumulación de talento. En eso no había esfuerzo, ni virtud, tan solo mera facilidad. El buen fútbol y el triunfo moral eran patrimonio del Celta de Víctor Fernández. ¿No os acordáis? Yo sí, e incluso puedo recitar de memoria, como padrenuestros, los artículos en que Palomar –lo repito:el juicio tan desviado como la mirada- dudaba de Zidane.

Es decir, que las cosas vuelven donde estaban. Si les ganamos siempre será con el «sí, pero…» y si perdemos por actuaciones arbitrales estilo Tenerife en ello no dejará de haber cierta justicia. Porque, sépanlo todos –sépanlo advenedizos del Chelsea, Juventus o Milan- el fútbol se inventó en Barcelona y si hay justicia tendrá que ganar el Barça. Lástima que el dios del fútbol lleve un siglo empecinado en no hacer ni puñetero caso a semejantes merluzos.