…Éste también viste discreto.
Viajaba hoy en un tren de Cercanías cuando me fijé en un hombre que entraba al vagón en una de las estaciones. Se trataba de un señor más bien esmiriado, vestido con un traje barato. En la solapa lucía un pin del Real Madrid. «Un madridista», me dije, haciendo gala de mis capacidades de deducción. Fijándome un poco más, pude ver que su corbata también llevaba estampado repetidas veces el escudo del club, lo cual indicaba que me encontraba ya ante un verdadero hincha. Por un momento me pregunté si no sería el mismísimo Juan Pípez.
Poco antes de que el señor tomara asiento, pude ver más muestras de iconografía madridista. Colgando de la cintura, a la derecha, llevaba un llavero de metacrilato (ese material), en cuyo acristalado interior podía verse también -cómo no- el escudo del Madrid. Pero ahí no acababa la cosa, en la izquierda tenía OTRO llavero de diseño distinto, pero también con la enseña del club. La verdad es que tampoco me habría extrañado que llevara el escudo en los calzoncillos, y, si fuera un poco más joven, quizá hasta tatuado en los cojones. Estaba claro que no estábamos ante un «Boixos Nois».
Tal profesión de madridismo me llamó la atención no sólo por su abundancia, sino por el portador de la misma. Como digo, se trataba de un señor más bien poca cosa, con pinta de oficinista antiguo o de secundario de peli de Alfredo Landa, con abundantes patillas setenteras y un aire general de fragilidad. Inmediatamente pensé que su motivación para lucir nuestros emblemas debía ser totémica: el arrollador poder de victoria de nuestro club podría quizá traspasarse a su espíritu y darle el aplomo que le faltaba en su vida diaria. Como los salvajes que se comen las entrañas del enemigo para lograr su fuerza, este madridista raso quería probablemente imbuirse del espíritu ganador de la camiseta.
La gente dirá que este señor lo tiene fácil, porque el Madrid siempre gana, pero bien sabemos sus sufridos seguidores que no es así. Seguro que el hombre lo ha pasado mal, porque en el fútbol lo difícil no es ir con el ganador o el perdedor: lo difícil (como en otros ámbitos de la vida) es mantener la fidelidad al mismo equipo, cualquiera que sea el motivo por el que ésta nació. Y estoy casi seguro de que este señor cargaba con su metacrilato hasta en los momentos más oscuros de la etapa de López Caro. Claro que será pipero e incluso raulista cerrao, pero en cierta forma es un hombre anuncio del club que le ofrece su amor de forma incondicional.
Y lo cierto es este cabllero no está solo, porque muchos de nosotros portamos objetos del Real Madrid que seguro en más de una ocasión han servido para darnos confianza en un momento crítico. ¿Y qué decir de las alineaciones imaginarias que todo el mundo ha recitado en la cabeza? ¿Y de las jugadas que esos jugadores realizarán? ¡Y de los goles!
Sí, pensar en nuestro equipo nos reafima, mantiene entrenada la parte lúdica de la mente y seguro que nos produce alguna endorfina. Se comprende pues que el hombrecillo gris como el que me encontré necesite a veces una dosis extra de madridismo. Quién sabe, quizá ese mismo día entró en la oficinal de su superior y le espetó: «Jefe, (que será un bastardo del Paleti) estoy hasta los cojones de usted, me voy. Y además que sepa que a su equipucho le van a borrar el cero la Champions dentro de nada.» Pero claro, aún no he sido testigo directo de nada precido, así que estos poderes no son por ahora más que una hipótesis. Por si acaso, la próxima vez que tengáis un compromiso importante, llevad con vosotros un escudo del Madrid (quizá oculto en una zona íntima). Podremos ver entonces su efectividad.
Y termina así la entrada nº 1000. ¡La de chorradas que hemos llegado a decir!