
Y ascendieron los caballeros por aquella ladera hasta que llegaron a un gran fuego, donde hallaron una viuda cuitada retorciéndose las manos y haciendo gran llanto, sentada junto a una sepultura recién hecha. Entonces la saludó sir Mou, y demandó de ella por qué hacía tal lamentación; a lo que respondió ella, y dijo:
– Señor caballero, habla bajo, pues allá está un demonio, y si te oye vendrá y te destruirá; por desdichado te tengo; ¿qué haces aquí, en esta montaña? Pues aun si fueseis cincuenta como vosotros, no podríais hacer resistencia contra este demonio: aquí yace muerta una noble mujer, mi ama, la cual era la más hermosa del mundo; forzándola, este sir Drogas la ha matado, y desgarrado hasta el ombligo.
– Señora —dijo Mou—; vengo del noble conquistador rey Floper, a tratar con ese tirano en favor del pueblo vasallo.
– ¡Malhaya tales tratos! —dijo ella—. Mas si quieres hablar con él, en aquel gran fuego lo tienes, cenando.
– Pues cumpliremos nuestro mensaje —dijo Mou—, pese a vuestras espantosas palabras —y fueron por la cresta de aquel monte, y vieron dónde estaba sentado sir Drogas royendo un miembro humano, y calentando sus anchas y negras piernas al fuego, sin calzones, mientras tres hermosas doncellas daban vueltas a tres asadores donde había ensartados doce recién nacidos como pajarillos. No lejos de allí, sir Whisky libaba vino como si no fuera a llegar el mañana, danzando totalmente ebrio. Mou vio aquella escena lastimera y sintió gran compasión, al extremo que el corazón se le encogió de dolor, y los saludó de esta guisa:
– El que rige el mundo os dé corta vida y muerte vergonzosa; y el diablo tenga vuestra alma. ¿Por qué habéis matado a esos niños inocentes, y asesinado a esta duquesa? ¿No recuerdas, sir Drogas, cuando te conduje a tan altas glorias en Inglaterra? ¿Y tú, sir Whisky, así agradeces que te devolviera tu rango y honores?- Y diriéndose a sir Drogas, dijo: «Levanta y apercíbete, glotón, pues este día vas a morir de mi mano.»
Entonces se levantó el glotón de un salto, tomó una gran maza en la mano, y dio tal golpe a sir Mou que le arrancó el yelmo. Y sir Moy lo hirió a su vez, le rajó el vientre y cortó los genitales, de manera que le cayeron al suelo las entrañas e intestinos. Entonces el gigante arrojó la maza, agarró al Mou en sus brazos, y le estrujó las costillas. Las tres doncellas, entonces, se arrodillaron y clamaron por ayuda y socorro de Mou. Y acaeció que vinieron a parar adonde estaban sir Rolando y sir Úsil; y al ver éstos a Mou tan sujeto por los brazos del gigante acudieron a soltarlo, pero sir Whisky se interpuso y no quería permitirlo. Viendo esto sir Úsil, se apeó luego, y se acometieron como dos poderosos guerreros mucho rato, y ambos sangraban gravemente, pero a la postre sir Úsil tuvo lo mejor, poniendo en fuga a sir Whisky.
Entonces Mou mandó a sir Rolando que tajase la cabeza del gigante, la pusiese sobre el fuste de una lanza, la bajase de la montaña y le dijese al pueblo turco que su enemigo había sido muerto; «y después, haced atar esta cabeza a una barbacana para que pueda verla y contemplarla todo el pueblo». Y al punto se conoció esto por todo el país, por donde vino la gente a dar gracias a Mou. Y éste les respondió: «Agradecedlo a Dios, y repartid los bienes del gigante entre vosotros». Y después de eso ordenó, por mandato del rey Floper la construcción de una iglesia en el mismo monte, en honor de San Thiago Bernabéu, y con eso se dio por concluida la Cruzada.
Partieron entonces los caballeros de la Mesa Blanca adonde los aguardaba a Merlín, pues no sabían qué rumbo tomar en la demanda del Grial. Y mientras cabalgaban, sir Karino tenía el semblante muy demudado, pues cada vez hacía peor en las acciones de guerra, y eran ya varios quienes cuestionaban su caballería. Y de improviso saltó de su caballo al suelo, y allí con espinos se arañó la cara y el cuerpo; y echó a correr sin saber adónde, loco de furia como nunca hubo otro hombre; y así anduvo varias semanas, sin que hombre alguno pudiera tener la gracia de conocerle.
– Por mi cabeza, dijo Mou, debemos dar con sir Karino-, y envió a sir Arbelus y a sir Jedira en su busca, con encargo de llevarlo de vuelta a Chamartín si lo hallaban. Al poco, Mou y los restantes caballeros donde los esperaba Merlín, acompañado de Cara de Anca, el fiel escudero de Mou.
– Gris semblante tenéis, fiel Cara de Anca. ¿Qué nuevas traéis de nuestro reino de Chamartín?
– Ninguna buena-, repondió Cara de Anca.- Sir Campílloris de la Marca y el Bizconde de la Almorrana se han llegado con una gran hueste, compuesta de muchos señores y caballeros, poniendo cerco al castillo del Rey. Han hincado allí muchos pabellones y ha habido gran guerra por ambas partes, con mucha gente muerta. Y el rey rehusa usar su espada Excalibur, con la que podría abatir a cualquier enemigo. Los hombres sabios dicen que lo aqueja un extraño mal, por el que cualquier pequeña herida permanece abierta, manando sangre, y cualquier pequeña fiebre lo mantiene postrado.
– En verdad, mucho me apena oir esto-, dijo Mou. Por Dios que el paso de los años ha hecho mella en nuestro buen rey, y ahora, por malencolía o hechizo, no es capaz de defender el Reino de Chamartín como sería menester. Por ende, debo apartar esta demanda del Grial y acudir en su auxilio.
Merlín mostró gran desazón, y le dijo: «Si ahora te vas, ayudarlo podrías, pero… destruirías todo aquello por lo que ha luchado y sufrido.»
– ¡Ché, boludo, vamos a por la copita! ¡La copa, vieeeejo! – , exclamó sir Iwain.
– Nada ha de torcer mi determinación-, respondió Mou. Y con eso, abandonó el lugar al galope, dejando tras de sí a Merlín, sir Rolando, sir Iwain, sir Úsil y sir Mordred.
– ¡Necio!- gritó Merlín.- ¡Sólo el vaso sagrado sanará al Rey!

…Castillo de Burg-Satzvey, en Renania-Westfalia.
Tras cabalgar hasta el mediodía, Sir Mou vio venir una nave diestramente en el mar, como si todo el viento del mundo la empujase. Y cuando vio esto, cabalgó hacia allá y halló la nave cubierta con una seda más negra que ningún oso, y en ella estaba una dueña de gran belleza, e iba ricamente vestida, de modo que ninguna podía ir mejor. Ella le dijo muy fieramente: «Sir Mou, ¿qué hacéis aquí?»- Si me aseguras -dijo ella- que harás mi voluntad cuando yo te emplace, te prestaré ésta mi nave, que te llevará adonde tú quieras. Sir Mou alegró de su oferta, y le aseguró cumplir todo su deseo.
– Vuestra es, pues-, y tras decir así, la dueña bajó de la nave.
Sir Mou era muy osado y saltó al navío sin hacer cuenta de sí mismo. Y tan presto como estuvo sobre él, comenzó a navegar más rápido que el viento. Al cabo de una hora y menos lo había llevado a cuatro días de jornada de allí, hasta que llegó a una costa de agua agitada y rugiente; y a sir Mou le pareció que hervía aquella agua, tras lo cual se sintió desvanecer. Y no despertó hasta que fue día en la mañana, hallándose solo en la costa empedrada. Entonces vio que estaba en una montaña fragosa, la cual estaba cercada casi toda por el mar, de manera que no podía ver tierra ninguna en derredor suyo que pudiera aliviarle, sino sólo bestias salvajes.
Y cuando fue noche y se hubo quedado dormido, soñó un sueño maravilloso: que venían a él dos damas, y una venía sentada sobre un león, y la otra, que era quien le había dado la nave, venía sobre una serpiente . Y que la primera de ellas era joven, y la otra vieja; y le pareció que la más joven le decía: «Señor Mou, mi señor te saluda, y te envía nueva que te aparejes y aprestes, pues pronto habrás de luchar con uno de los más fuertes campeones del mundo. Y si fueses vencido, no saldrás quito de perder alguno de tus miembros, sino serás avergonzado para siempre hasta el fin del mundo.»
Entonces vino la otra dama que cabalgaba sobre la serpiente, y dijo: «Señor Mou, de vos me quejo que me hayáis hecho esto sin que yo os haya ofendido».
– Ciertamente, señora- dijo él-, ni a vos ni ninguna dama he ofendido jamás.
– Sí- dijo ella-; y os diré por qué. He criado durante mucho tiempo una serpiente, la cual me sirvió mucho; y vos la matásteis cuando tenía a su presa, un león. Decidme por qué causa la matásteis.
– Señora -dijo sir Mou-, por mi vida no sé de qué habláis, pero de haber visto tal cosa habría abatido a la serpiente, pues el león es de naturaleza más gentil. ¿Qué más querríais que hiciese?
– Quisiera, dijo ella, por la enmienda de mi bestia, que os convirtiéseis en mi hombre-.Y él respondió: «Eso no os lo quiero otorgar».
– ¿No? Pues os aseguro que, allá donde pueda veros descuidado, os tomaré como hice con tantos hombres-. Y se partió de sir Mou, y lo dejo durmiendo, el cual se sintio muy trabajado de su vision. Y por la mañana se levanto, se santiguó y se sintio muy debil. Entonces miro sir Mou hacia la mar, y como dos días atrás vio venir una nave hacia él. Y fue sir Mou a la nave y la halló por fuera y por dentro cubierta con jamete blanco. Y en ella estaba un anciano vestido con un sobrepelliz, a la manera de un capellán.
– Dios os guarde-, dijo el hombre bueno.- ¿De dónde sois?
– Señor, dijo Sir Mou, soy de la corte del rey Floper, y caballero de la Mesa Blanca, que estoy en la demanda del Santo Grial, la cual abandoné por auxiliar a mi señor. ¿Quién sois vos?
– Señor, dijo el anciano, soy de un pais extraño, y aqui he venido a confortaros.
– Hombre bueno-, dijo Sir Mou-, ¿qué significa el sueño que soñé esta noche?
Y allí se lo dijo todo: «La que cabagaba sobre el león significaba la ley de la Mesa Blanca, que es a saber: fe, buena esperanza, coraje y victoria. Que pareciese mas joven que la otra es en gran razón, pues la que cabalgaba sobre la serpiente representaba a la Marca, Polanconia y sus reinos aliados, y la serpiente sos sus lacayos. Y por qué te culpaba de matar a su siervo, fue porque abatísteis a Carmodia de la Colina, al duque Relañus y a los caballeros del Reino de los Campanarios, con quienes tienen una y la misma causa. Y cuando ella te pidió enmienda, y que te convirtieses en su hombre, era para convertirte en su esclavo como antes lo fueron otros capitanes del rey Floper.
– Bien veo que obré con tino al rechazarla, mas no así al dejar la demanda del Grial. Y ahora estoy aquí en gran congoja, y no es probable que pueda escapar de estas soledades.
– No os duela eso, pues en este blanco navío saldréis de aquí.
– ¿Pero adonde habré de ir? No escuché los augurios del buen Merlín.
– ¡A Germania, a Westfalia! Ésa es la penúltima etapa en la búsqueda del cáliz, y allí te esperan ya tus compañeros. ¡Parte presto!
Y entonces el hombre bueno desapareció. Y sir Mou tomó sus armas, entró en la nave blanca y se partió de allí.