Glosas madridistas

La gran noticia de la semana ha sido la Copa. Tenemos servida una doble revancha que cierre la herida sangrante y purulenta (ay, ángel del madrid, esas lágrimas deben ser vengadas) de esos dos desatres que fueron el centenariazo y la final post-11M de Barcelona. Ambos equipos fueron algo desagradables con nosotros, y en algunos casos se hizo difícil separar la legítima alegría de la simple burla. No sé vosotros, pero yo voy a vivir intensamente esos partidos y no admitiré otra cosa que no sea la conquista brillante y avasalladora de nuestra decimoctava Copa. Echo de menos un título, la imaginería de nuestras celebraciones: La histeria feliz en torno a la diosa nutricia, el ondear blanco y rojigualda y la necesaria restitución del orden necesario. Cada copa, ahítos de historia como estamos, es un no va más. Se abrirá la entraña del Bernabeu, el joyero un poco hortera de la sala de trofeos y todos acabaremos peregrinando para dar un beso a la copa. No porque la Copa valga mucho, sino porque es nuestra y porque somos insaciables y nos empalmamos contando títulos. La Copa es un torneo menor que nos ha dado tremendos disgustos y que nunca interesó a Bernabéu. Los grandes equipos del Real Madrid pasaron por la Copa como los ciclistas grandes por la Vuelta, como un trámite cicloturístico. Y sin embargo, la última copa tuvo la virtud de hacer justicia con Benito Floro, evitando que su trabajo, animoso y lleno de laboriosidad, fuese en balde. Quizá esta Copa tenga también su necesidad. Debería recompensar la buena labor de Caro y, sobre todo, servir de digna despedida a Zidane. Lo ha ganato todo con nosotros y sólo le falta una Copa. ¿Quién hará de Juanito y subirá a hombros al gran Zizou? Personalmente, la Copa es especial. Yo era un chaval cuando el Madrid ganó su última Copa en Valencia. Yo estaba allí, boquiabierto, disfrutando de la última gran noche del Buitre. Me di cuenta entonces de eso que llaman la «transversalidad» del Madrid. Marcó Lasa y nos abrazamos como unos julais sin complejos un anciano manchego, un camionero extremeño, un santenderino y yo, un muchacho valencianomadridista. Ensartados todos oblicuamente por un madridismo enloquecido. Cantábamos todos «¡a la Cibeles! ¡nos vamos a la Cibeles!» como si la tuviésemos al lado, cuando en realidad unos se iban al coche para cruzarse España entera y otros a la cama con el transistor, a escuchar al Butano mortificarse con el triunfo taaaaaaaaaan justo de la Quinta.

Otro hecho noticioso ha sido la florentinina en el canal del club. La entrevista ha sido comentada con cierta acritud. Se ha criticado el tono general de la conversación. Algunos puristas de la cosa han venido a decir que los toros estaban recortados, como si en un país en el que se excarcela a criminales en serie ante la general indiferencia fuese necesario someter al presidente del Madrid a un tercer grado con flexo dirigido y hostias arremangadas. Hay una serie de periodistas colchoneros que siguen la actualidad del club que insisten en utilizar categorias como «verdad», «periodismo» o «investigación». Además de cursis son crueles porque en el fútbol no hay verdad alguna que desvelar, no hay Watergates (los hubo en Tenerife, pero con esos no hay huevos); hay ilusión, cuando no ilusionismo, y se sabe que todo ilusionismo tiene su trastienda. Hay que ser muy aguafiestas para pretender desvelarnos las pequeñas miserias del vestuario, todas las intrigas que se producen en los intestinos del Bernabéu. Me molesta esa presunción de llamar «verdad» al chisme y la maledicencia. El fútbol es un deporte que ha seguido el camino doble de la masificación identitaria, por un lado, y de la interiorización sentimental, por otro; pero es que, además, es el territorio de la infancia y aún de adultos sentimos por los futbolistas una adoración infantil, incondicional, que no admite mácula. Las pasiones infantiles son desbordantes y no deben ser frustradas. No siento interés alguno por saber las intimidades de las relaciones entre club y jugadores o por que me desvelen la turbia realidad en un fichaje. Por otra parte, no creo que haya madridista alguno que obtenga la más mínima satisfacción en escuchar a Floren reconociendo errores e hincando la rodilla ante cuatro plumillas. ¿Para qué gente hacen algunos sus programas? El periodista se sabe si es madridista o anti por su orientación en la pregunta. El madridista mira al futuro, el amarillista o el enemigo remueve el molino de Del Bosque o el caso Makelele, por ejemplo.

Floren, hay que reconocerlo, es de un optimismo blindado en esas entrevistas. Eso molesta muchísimo y le critican aún más, hasta que a algunos les sale el espumarajo rojiblanco por la boca. Los antimadridistas quieren escuchar miserias, no les interesa la enmienda, porque ésta ya se ha producido (en parte) de forma silenciosa, y porque no les interesa, ya lo he dicho, el futuro. Los «anti» de turno quieren una confesión pública de error, porque ellos, pese a reirse, son los únicos, acomplejados y atemorizados como están, que piensan que Florentino es un Ser Superior. Le temen más que a un nublado y quieren desacreditarlo, vencerlo en el titular. Pillarle en el renuncio mayúsculo y traidor de la derrota argumental. Floren, que es más listo que el hambre y que sabe que el marketing es anímico y espiritual, lanza mensajes institucionales de una esperanza acrítica y rendida, pero lo hace porque no hay más huevos: uno de los activos del club es su estado de ánimo. El pulso de la hinchada, la fe en la camiseta es casi tanto como el signo de una cotización imaginaria, es un activo inmaterial y valiosísimo que debe mimarse. Cuando Floren dice que podemos ganar la triple corona no se lo cree ni él, pero es que no puede decir otra cosa. El gran merito del presidente es haber resistido la integridad de su mensaje, inconmovible ante las embestidas de la prensa. El modelo sirve, sigue sirviendo y corregido debidamente no debe cambiarse ni una letra. Hay que ser independientes y fervorosos, un poco sectarios. Así nos quiere el presi.

Hoy mismo hay nueva jornada. Se supone que Baptista volverá al banquillo y que, ante la lesión de Beckham, Cicinho será el interior y Salgado el lateral. Hemos esperado largamente a Baptista. En el Sevilla era un llegador y en todo este tiempo en el Madrid no ha llegado nunca. Hemos aguardado con paciencia a este forzudo que llegó como un Victor Mature o un Schwarzeneger y que se quedó en Sansón menor, estilo Álvaro de Luna. Le han puesto de 9 y ha sido más ancla que sorpresa, más boya que tiburón, aunque ha acabado siendo invisible, refugiado en esa generosa y sorda labor táctica en la que uno advierte cierta demagogia. Está bien que un Makelele se aplique a ello, mas cuando lo hacen Raúl o Baptista hay honradez, pero también cierta incapacidad que se camufla. Se ha dicho de él que ha estado haciendo el trabajo invisible que sólo se ve en el campo, como esos jugadores de baloncesto que meten dos puntos y cogen cuatro rebotes y sin embargo son considerados valiosísimos. El fútbol se ve en la tele, donde sólo se percibe el rodar del balón y donde sólo el gol, la agresión o la polémica merecen repetición. Baptista es un valor del club y exige paciencia, pero que no nos convenzan con lo del «trabajo oscuro». Eso son gaitas para entrenadores. El fútbol es grande cuando admite ser encapsulado en un resumen impactante de tres minutos. Baptista vino como goleador, no como fontanero. El Baptista sevillista sorprendía. No ha de llevar el balón, sino empujarlo llegando al espacio vacío. Me parece que el número de jugadores así que puede soportar un equipo es limitado. Hay algo un poco irritante en ellos. Cierto desentendimiento, algo egoista, un escaqueo que puede enojar si no aparecen, porque de su absentismo sólo les redime el gol. Pero en un equipo como el Madrid son necesarios los jugadores del tipo opuesto. Los de presencia segura. En realidad se trata de furbolistas verdaderos que llevan el balón, que asumen la responsabilidad de esa patata caliente que es a veces una bomba de relojería. Esos jugadores taurinos, retadores, que entran en un combate danzarín de fintas y regates. Figo era la quintaesencia de ese estilo. Presente siempre hasta llegar a la omnipresencia ralentizadora del último Figo decadente y chepado, en el que cada vez eran más evidentes sus orígenes de labriego lusitano, mucho más labriego y mucho más lusitano cuando contrastaba con la rubia irradiación de la sueca.

Salgado, que vuelve al once, amenaza con parodiarse a si mismo, convirtiendo el partido en un monólogo dramático. Mucho ruido y pocas nueces, que tambíén cabe la comedia. Mienten quienes afirman que en Italia le apodaron como «il due». Allí le llamaron «la Magnani», por sus dotes para el histrionismo. Mañana repartirá melenazos, resoplidos, pechazos y aquilatará esa mirada y ese gesto hosco de malo de spaghetti western, una mirada de una dureza innecesaria. La agresividad exteriorizada hasta lo desagradable. Y lo va a pagar Cicinho, pues este se luce cuando exhibe su velocidad. La velocidad se define con tiempo y espacio, y si sale de interior se mata el espacio y sólo queda el tiempo, concretamente 90 minutos largos en los que Salgado inventará un nuevo puesto: el omnilateral o el todocarrilero, pues es de presumir que corte la jugada, suba el balón y busque, con ese estilo subterráneo y cabizbajo que tiene, la jugada personal que le reivindique de forma definitiva (y es de esperar que el corifeo periodístico acompañe toda la performance con interjecciones). Míchel Salgado debe asumir su noble condición de refresco, de pulmón algo nicotínico ya, de respetado macho madridista, versión gallega y pajiza del incansable y atropellado Chendo. El tartamudeo de nuestros doses, tan distinto de esa fluidez esbelta y renacentista de un Cafú o de un Jorginho. Pero que nadie se equivoque, al gran Míchel Salgado le debemos la Octava, pues su ardor, algo innecesario y efectista por lo general, resultó definitivo en Old Trafford (autogol de Keane), en el Bernabéu contra el Bayern (autogol de Jeremies –el Keane alemán-, los machos muy machos europeos ridiculizados por Míchel, en cuya camiseta en vez de un 2 debería aparecer «UN PAR») y en París. Pero aún entonces, es de apreciar que siempre llegó al gol por la vía interpuesta del tropezón y el atropello. Míchel es así, no mete el gol, ni siquiera lo da en clara asistencia, más bien percute, nos acerca al gol poco a poco, a base de embestidas, con la aguerrida determinación de un jugador de rugby.

Cosas del Levante

Del espectáculo de anoche en Mestalla me han llamado la atención algunas cosas. En primer lugar, los prolegómenos. Las declaraciones de Quique han venido siendo de un bilardismo orgulloso, desvergonzado. Ese recurso al ambiente, a la presión, sorprende en un tipo encuadrado en el discurso de «el balón es mi amigo». Como jugador era blando y quebradizo, delicado, con su caracolillo en la frente, como un bailaor sodomita. Con la radiante camiseta del Madrid parecía un gitanillo lorquiano sudoroso entre nardos. Joder, me asusto de lo que escribo, parezco Luis Antonio de Villena… El único lateral derecho asmático resultó, ya de comentarista, un tipo con verbo prudente y con una fina capacidad para el análisis que sobresalía porque se recortaba sobre el fondo basto y rústico del Poli, Hipolitóxico Rincón, bravo delantero centro que fuera del Madrid y simpático y bullanguero crítico, en la línea desacomplejada y popular del ya mencionado Roncero. Bien, Quique se reveló como un hombre sentimental cuando en la retransmisión de la final de la copa de Europa entre Valencia y Bayern (felizmente decantada del lado alemán) rompió a llorar como una magdalena, acabando entre hipos y sollozos su análisis de la enésima impotencia ché. De su etapa en el Getafe no sé mucho, pues tengo por costumbre no atender noticias de equipos de barriada, pero de vuelta al Valencia el sobrino de la Lola se está destapando como un tipo de cuidado. Para empezar, es difícil olvidar su rapto sanguíneo en la sala de prensa de Getafe, donde estuvo literalmente a punto de rasgarse las vestiduras al más puro estilo Farruquito por no sé qué decisión arbitral. De la estampa suave y sobria de un Miguel de Molina estaba pasando a un tremendismo de manos al aire y gestos crispados, pero a la semana siguiente, tras haber sido beneficiado por la ruleta de Arminio en Chamartín, el gachó se salió por la tangente con un alarde de cinismo verdaderamente envidiable. Mmmm, aquí hay madera, pensé.

La eliminatoria de Copa ha confirmado a este personaje de nuestro fútbol en toda su dimensión; era de ver la manera en que vociferaba al árbitro: «¿Por esto suspendes el partido?». «Esto» era un juez de línea sangrando, a dos centimetros de quedarse tuerto. Sorprende el poder dañino de una moneda de cinco céntimos (y la fuerza con la que se lanzó; cuando se quiere hacer daño hasta una mirada basta) y sorprende también la fuerza vocacional de esta gente. Los jueces de línea están llamados por una poderosa voz que los lleva a superar el descrédito popular, insultos, escupitajos, cuando no la bárbara agresión de fiesta mayor. La Santa Iglesia Católica, ante la falta de vocaciones, quizás debiera poner como señuelo el banderín: sacerdocio previo a la sotana. Los tíos del banderín tienen más cicatrices que los toreros (particularmente conmovedora la imagen de la silla de madera quebrada en la testa, o el pobre trencilla corrido a paraguazos… cualquier cosa sirve…) y se adivina en ellos un puntito masoquista que hubiese hecho las delicias del marqués de Sade. Qué no haría el divino sádico con estos corderitos tan hechos al insulto…

Me desvío. Tratábamos del altercado de ayer. El otro elemento llamativo fue el orondo presidente del Valencia, Bautista Soler, hijo no precisamente aventajado del constructor Juan Soler, dueño de casi todos los ladrillos de este y otros lugares de España. Bien, este tipo, que a la vista está no ha jugado nunca al fútbol, afirmó que los rivales del Valencia «saldrían por los aires», expresión desafortunada y novedosa en el mundo del balompié, que sigue la senda del «bajarse del árbol» clementista como aportación violenta y descerebrada a la logomaquia futbolera. Con esos antecedentes, la parroquia valencianista, que no se caracteriza por su moderación y frialdad precisamente, tenía todos los estimulos para abandonarse a su propensión a la histeria colectiva. Tan evidente era la estrategia que el partido empezó con una fuerte entrada jaleada cerrilmente por la hinchada (más que hinchada, abotargada) y alcanzó un punto descollante con la agresión de Marchena, el ceceante central que se hizo pendenciero en el Sevilla y delicuencial en el Valencia (camino inverso y no menos agresivo siguiera ya Javi Navarro).

Tras la agresión aún restaba por ver el espectáculo de Albelda empujando a Scaloni delante del árbitro, ejerciendo de capataz de la finca más que de capitán, y al valencianismo en rebelión de masa desbocada esperando al árbitro en la calle, como cualquier chulo de discoteca extrarradial. «No vas a salir, no vas a salir», gritaban mientras el trío arbitral (por cierto,¿cómo lo hacen para montarlo? ¿se llaman y se dicen «oye, Fulánez López, que me ha dicho Zutánez Pelaez que si nos hacemos un trio»?) era sacado por la puerta de atrás, no fuera que les diera por linchar al de la brecha. Estos individuos, que en su idividualidad no es que sean unas lumbreras, se vuelven especialmente torpes cuando se «masifican», porque ya deberían saber por experiencias anteriores que Mestalla tiene dos puertas. Coño, la mitad al norte y la mitad al sur y le pilláis seguro.

En fin, la reacción de la prensa aborigen ya me la conozco: pasará poco, si no es que ha pasado ya, para que culpen de todo a una campaña mediática desde la capital para desestabilizar a este emergente Valencia. Divertido. Casi tanto como Relaño llamando irresponsable al colegiado. Creo que después de ser agredido nadie tiene la obligación de seguir con el ejercicio de su actividad. Me suena a un intento de Relaño por congraciarse con los del Valencia, de no hacer sangre y buscar una cierta comprensión, en previsión de futuras trifulcas que seguro tendrán lugar cuando el Real Madrid deba visitar ese circo romano que es Mestalla. Una salida política que irrita, no por ser absurda, sino porque se ceba en la víctima, que en este caso es el lado más débil. Los árbitros, hay que reconocerlo, están un poco solos.

Por mi experiencia (soy como la científica esa que vivió décadas entre gorilas estudiando sus extraños comportamientos) ya le digo a Relaño que va de cráneo. El valencianistus australophitecus es un primate bípedo mediterráneo y simpaticón que ha estado treinta años sin competir con nadie y no distingue la diferencia entre la rivalidad y el odio, entre el ardor y la llamarada.

Por un Real Madrid chino

No sé vosotros, pero yo empiezo a sentir un odio profundo y hepático hacia el Barcelona, Carod, ZP, su puta madre, Arminio y en general etarras, culés y demás gentuza, que para mí, enajenado y confundido como estoy, ya son lo mismo.

Retomo mi idea de independizarnos. Los 10 millones de madridistas podríamos desgajarnos de este maldito lugar, llevarnos a la Premier el jamón, las mujeres morenas, el museo del Prado, el 98, el 27, a los místicos, Lope, Quevedo, Cervantes, los toros, los pasodobles y Ana Obregón e instalarnos en algún lugar sin Oteguis.

¡¡¡Un Real Madrid planetario ya!!!

¡¡Vayámonos a jugar la liga japonesa!!

¡Mejor, a la china!

Seamos chinos, casémonos con chinas y fusionemos nuestro españolismo con la raza oriental y dejemos aquí al Barcelona y la Real Sociedad comiendo mierda. Con sus boinas y sus barretinas y sus caras de andar estreñidos. La China es el futuro, el país que habrá de dominar el mundo. No merece la pena ir en verano, quedémonos allí. Seamos el Real Madrid-Pekín… comencemos a construirnos un estadio capaz de albergar a 300.000 chinos y mantengamos el Bernabéu para pegar un pelotazo colosal que nos haga aún más ricos y que mate de úlcera a todos los polacos. En verano pasamos por aquí, para saludar a las peñas en el trofeo Santiago Bernabéu y para meterle 7 al Patético en el trofeo de la comunidad.

Huyamos, a algún lugar sin Arminios, sin Laportas, sin extremeños culés…

Por cierto, ¿alguien se acuerda de nuestros delanteros titulares, los otrora imprescindibles… sí, venga, cómo se llamaban… Laul y Lonaldo? Caro, la revolución silenciosa. Aunque se va soltando en las ruedas de prensa, y poco a poco va dejando prendas nuestro elocuente sevillano, nuestro Séneca. Los entrenadores estimulan su verbo a base de victorias; no hay más que oir a Quique, el faraonito, que parece que está dando un master en cada rueda de prensa, con su sempiterno y mayestático «nosotros», al más puro estilo Del Bosque, otro que hablaba siempre desde el colectivo o desde el trono. El plural, en los entrenadores, sugiere trabajo en grupo, consenso de coaches, managers y assistant coaches, a lo anglosajón, una especie de laboratorio de técnicos que someten a rigor científico y a un auténtico brain storm. Antes no era así, y por eso Aragonés nunca utilizó el plural, dejando en la sombra y sin pronombre a Paredes, ese individuo carpetovetónico que le acompaña en los banquillos y que luce barriga, chándal y pinta de haber salido de alguna tasca gaditana o de algún programa de Jesús Quintero.

Por cierto, nuestro buen Caro tiene también sus gestos (salvo Lobanovski y Del Bosque, dos entrenadores estatuarios, los entrenadores o caminan o chupan chupa chups o corren o se rascan o corrigen a sus jugadores con movimientos rápidos de manos que dibujan un dentro-fuera posicional que siempre es el mismo). No gesticula mucho, pero sí que acostumbra, como si fuera miope, a achinar los ojos de forma que se le van acusando las patas de gallo, formando un auténtico abanico de pliegues que presagian el envejecimiento dermático de todo un Antic, ese entrenador lechuza que ha pasado a la historia por:

1- Ser despedido como líder.

2- Haber cobrado tres veces del Atleti, siendo así el único individuo que timó a Gil.

3- Hablar el español (pese a llevar décadas en España) como un sioux y sin embargo ganarse la vida como comentarista.

4- Por no haber reconocido nunca, durante su larga carrera de comentarista, mérito alguno a entrenador vivo o muerto que no se llamase Radomiro.

5- Por ser un ultranacionalista serbio y por haber mantenido una polémica cainita con Kresic, croata y tampoco manco en lo de llevar las cosas a un extremo absurdo y parapolítico.

Nuestro Caro, del que ya comentamos su filiación dentro de esa corriente teórica de los entrenadores-maestroescuela, está empezando a asomar la patita y a soltar apotegmas como bombas silenciosas. Lo hace, eso sí, amparado en la general indiferencia de quienes le han tomado por un tolili, pues en esta España nuestra si vas a misa te toman por deshuevado. Yo digo lo contrario: en Caro no sólo hay un míster sino que además hay un hombre, un hombre de cuerpo entero, de esos de los que diría García que se viste por los pies, aceptando implícitamente la posibilidad de que existan hombres que se vistan por la cabeza.

En fin, me desviaba de mi inicial propósito de ponderar la invisible figura de López Caro, un entrenador excéntrico que ha sido capaz de introducir conceptos tan
extraordinarios como la simetría en bandas, la presión adelantada, el sentido común y la meritocracia. Sí, esa creencia antigua que atribuía una virtud a los méritos contraidos y que pasó al catón futbolero en la máxima «se juega como se entrena»… si se entrena, dirían algunos de nuestros recordados cracks.

Por último, quiero advertir el carácter mesiánico de Robinho, el ungido. Una vez cada veinte años nace un muchacho esmirriado para guiar al pueblo madridista por el largo desierto. Butragueño, Raúl, ahora Robinho, han sido los llamados a liberarnos del yugo nazionalculé. No tenemos que animarle, ni aplaudir, es algo más, tenemos que seguirle.

Temporada bisagra

Una de las cosas más sobresalientes que ha sucedido en los últimos tiempos ha pasado inadvertida. En el amistoso que enfrentó a nuestro Madrid con el Atleti, Jurado hizo una jugada que yo interpreté como un aldabonazo. Agarró el balón en posición de interior izquierdo y montó el contragolpe. Condujo la jugada con su elegancia habitual, cada vez más parecida a la de Martín Vázquez, y luego, cuando el runrún denotaba que la morosidad había acabado por abortar la sorpresa, soltó un disparo potentísimo que rozó la portería. De haber sido gol, es de suponer que Jurado hubiese ganado para sí y para la cantera –esa horrenda expresión que nos hace imaginar que los jugadores salen como cantos, a martillazos- un par de portadas en plena navidad. El sopor turronero, la abstinencia futbolística, habrían favorecido algún debate sobre la conveniencia de apostar un poco más por ellos. Además, y como juradista confeso, aprecié ese disparo como un gesto de autoridad de quien se sabe con capacidad suficiente para poner patas abajo un estadio. Jurado tiene toda la clase del mundo, si además tiene potencia y huevos, la cosa pinta bien. Todas las revoluciones del talento han sido arriesgadas. Es necesaria ilusión y un mecenazgo, pues Jurado no es un futbolista, es un artista. No garantiza la alta productividad de Raúl. Es otra cosa, y su inclusión en el equipo exige un héroe, un visionario arriesgado que sepa ver lo que los demás no ven. Y que sepa explicarlo. Un Valdano, vamos.

El fútbol, queramos o no, no es la actividad más refinada del intelecto humano. No se puede matizar mucho porque se trata de algo que se registra en tablas clasificatorias y en quinielas. 1-X-2, siendo la x una cosa insatisfactoria que en algunas competiciones se elimina mediante esas variantes del sadismo que son los penaltis. Es decir, no importa cuántos ataques cardiacos generen, ni cuántos traumas infantiles, a las doce las televisiones cierran y hay que buscar un ganador. Siendo así, es imposible el equilibrio. El fútbol no es que sea resultadista, es que impone sólo dos visiones de las cosas. La euforia o la depresión, y entre las dos cabe poco. Nosotros, los madridistas, estamos a punto de vivir uno de esos estadios intermedios. Algo que podríamos llamar un optimismo resignado, o una resignada esperanza. Es decir, uno de esos extraños y matizados grises que no se suelen dar en el fútbol.

La contratación de media docena de jugadorazos de veintipocos años y los achaques de nuestros vejestorios han acabado por renovar el equipo. La media de edad ha bajado y se nota en el campo, pero se notaría aún más si la renovación fuera completa. Falta, además, el gesto, el simbolismo que lo haga claro a los ojos de la historia. Raúl sentó a Butragueño y remachó el ataud de la quinta, que era como un muerto viviente durante media década. Algo así pasa con los galácticos, que no se mueren nunca. Es uno de los procesos degenerativos, de las decadencias más largas y patéticas que han alumbrado los siglos. La caida del Imperio Romano fue más rápida. Claro, allí aparecieron los bárbaros, pero aquí no se vislumbra el elemento cafre que acabe con esa maraña de nostalgia e intereses creados en torno a los Fab Flo (los fabulosos de floren). ¿O sí lo hay? Podría haberlo si Caro se la jugase con los canteranos. Los nombres, los sabemos todos. No es necesario insistir.

Ha bastado una eliminatoria de copa para que prenda la ilusión, pero la copa no deja de ser un torneo menor donde atreverse es fácil. Caro se tiene que retratar en Liga y cuando todos estén disponibles. Reunirlos a todos en el campo de entrenamiento, mirarles a los ojos, tragar saliva y con fingida voz decir eso de: «Salgado, Helguera, Raúl, Zidane, Gravesen, Pablo García… aquí tienen el peto de suplentes». El Madrid, estos meses, debe parecerse cada vez más al Ajax. Llenar el equipo de juventud y dar experiencia y peso a quienes lo necesitarán en el futuro. Ramos es un prodigio que recuerda a Raúl, él no ha necesitado padrinos, ha visto un hueco y lo ha ocupado, pero es posible que otros jugadores sí lo necesiten. Jurado, al que no le entró ese gran disparo, es un ejemplo.

Por cierto, ningún periodista ha llamado la atención sobre la maravillosa relación que puede haber entre Robinho y Cassano. Tienen una década para dividir a la parroquia maerengue entre robinhistas y cassanistas, como sucedía antes con la afición taurina. Esas guerras civiles de café… Hubo dos Italias en torno a Mazzola y Rivera. Aquí tenemos dos virgueros, dos geniecillos que pueden dar lugar a una de las rivalidades más hermosas de la historia del club. Un club muy dado a las unanimidades.

Para terminar. Me pregunto qué sentirá Raúl al lado de Ramos en el vestuario. Cómo Zidane en los entrenamientos al lado de los arriba mencionados. Se está produciendo un cambio de papeles en el equipo. La continuidad dinástica garantizada. Temporada bisagra, transitiva. Esperemos.

El carné de entrenadores lo invento Martínez Soria

Pasmao me quedé, pasmao. Yo estaba fregando y por la radio alguien preguntaba a Floro a qué se había dedicado últimamente. «A dar conferencias», contestó el técnico, y yo adopté semblante estatuario y agarrado al plato hice la estampa de discóbolo doméstico. No menos pasmao cuando a la misma pregunta Camacho, a la sazón seleccionador murciano, contestó que «a ver fútbol y a conocer nuevas formas de organización». Esto, dicho así, no parece mucho, pero hay que ponerlo en labios camachiles para que gane prestancia, ese tono cabreado y atropellado que parece sólo natural si se remata con un «coño» tabernario. Hombre, lo de estudiar las nuevas formas de organización supongo que será para conocer el modo más efectista de tomar las de Villadiego al quinto día de trabajo. Esa manía de los jugadores por meterse a técnicos ha acabado con el mito pundonoroso de Camacho, el bravo defensa, el castizo defensor al que nada podía, ni la fiebre, ni un nudo marinero en los ligamentos; ese titán se ha convertido en un rajao, el rajao por antonomasia y de la misma forma que ser un Poulidor es ser un segundón profesional y hacer un Montilla es hacer un sinpa financiero, hacer un Camacho es pirarte a la francesa, dejando, eso sí, un perfume de hombría y refrito en el ambiente.

López Caro, que se ha hecho a sí mismo a base de geometría por correspondencia y del estudio de los coleccionables RBA de tácticas militares, no tiene esos problemas: no nos puede decepcionar porque no esperamos nada de él, Juan Nadie, el hombre del traje gris, nowhere man, mister nobody. Sus declaraciones nos revelan a un Juande Ramos un poco más apuesto, con un perfil no bajo, diminuto, dispuesto a dejarse comer como buen cristiano por los leones perfumados del vestuario blanco. Aunque es fácil decir eso de que es sólo un Floro meapilas no debemos ceder a la tentación de hacer chistes con la fe religiosa de las personas. Aún recuerdo escandalizado el cuestionario que cierto periodista con un ojo a la birulé le hizo al bueno de Caro. ¿Crees en Dios? ¿Rezas? ¿Vas a la Iglesia? ¿Los domingos?¿Todos los días? ¿Practicas?… Sí, hombre, practico con tu puta madre, no te jode… La Constitución dice muy claro que en materia religiosa esos interrogatorios sobran. Probad a poner en el lugar de Caro a un musulmán, hubiesen saltado todas las alarmas de la corrección política a la segunda pregunta. En fin, miserias de un país a la deriva.

Floro empezó como Caro y el tiempo ha terminado por rehabilitar su figura. Sus tecnicismos, su obsesión tacticista, sus carreritas postpartido, su psicólogo (esta vez volverá a ser revolucionario si contrata a un educador infantil o un pedagogo especializado en border-lines), su 4-4-2 con barra metálica de futbolín (de tan inflexible), todo eso, que chirriaba en tiempos de la fantasia cruyffista y del carajillo mecánico de Aragonés, ha terminado por convertirse en el abc del fútbol, el catón de cualquier manchapizarras. Pese a todo, pese a lo simpático que nos resultó ese señor manchego (que como el Moro resulta que no es de allí), tan maltratado por la prensa, la fortuna y los árbitros, he de decir que su fichaje es la demostración de que Florentino ha perdido el rumbo. Me imagino que viene en calidad de Molowny a la espera de que López Caro sea destituido cuando el Arsenal nos meta media docena y se disparen los tratamientos por depresión entre la grey madridista. Floro es el enésimo clínex de esa devoradora de hombres que es Floren. Su fichaje nos devuelve, como si fuésemos todos Michael J. Fox, al principio de los noventa. Es una nueva recaída madridista en el revival. Antes Beenhaker y Toshack, luego será Capello. De nuevo a revivir la década pasada, síntoma claro de que no hay ideas y de que somos un club ensimismado en un pasado glorioso y en unas ideas paralizantes. Los equipos avanzan, sin más, sin tanto miramiento, sin conjurar el pasado como si fuésemos una máquina hegeliana, un artefacto cíclico.

Floro y Caro son dos paletos, seamos claros. Hay entrenadores que no lo son. Benítez no lo es. Pero estos tipos sí y no está mal ser un paleto, yo quizás lo sea. Un paleto en este ámbito del fútbol es alguien que no te puedes tomar en serio, carne de categorías inferiores. El problema es que la inseguridad de estos tipos les lleva a insistir en sus trucos, en su jerga, en esa manera cansina de subrayar la humildad, de modo que cuanto más altos están más ridículos parecen. De hecho, Floro y Caro comparten un rasgo común: el miedo al periodista. Hablan con el culo prieto y sueltan las palabras tras haberlas repensado como quien chupa un caramelo. De la logorrea del brasileiro al ni esta boca es mía. A los dos se les ve que no dan el nivel, que a mitad de frase pierden la concordancia y cambian singular por plural y viceversa. Uno, modestamente, les pediría más naturalidad. Trappatoni no era Dante, ni Miguel Muñoz decía palabras esdrújulas. Floro ya ha vuelto a dejar clara su enfermiza propensión a lo numérico, por ejemplo, como si utilizando cifras las cosas pareciesen más meditadas, más técnicas. Promete un porcentaje 50-30-20 de canteranos-españoles-extranjeros, de modo que volvemos al dogma y a regalar titulares y eslóganes a la prensa. En los noventa, los madridistas nos sentíamos un poco así, un poco paletos frente al glamour y al cosmopolitismo culé. Ahora volvemos a depender de señores que dicen «de que», y no me vale eso de que Floro ha viajado. Viajar, en fútbol, es ir al norte, como Benítez, ir a Italia o a Inglaterra. Lo de México, Japón y demás lugares no da prestigio, lo resta. A Florentino sólo le queda contratar a Bora Milutinovic.

En fin, amigos, hoy me parece que hay un amistoso Patético-Real Madrid. La cosa tiene gracia. Es un homenaje póstumo a Gil, y el Madrid, que si es más pupas nace gilipollas, pues allí que va presto a ver si el trofeo nace de pie. Hombre, Gil, para el Madrid, fue un enemigo, una persona ingrata que no dejó nunca de atacar a su memoria y a sus aficionados. Está muy bien ir, pero debería constar en acta que ese señor era un indeseable. El homenaje va de cinismo, además, porque el segundo propósito del partido es eso tan socorrido de «ir contra el racismo». Gil no era precisamente Luther King. Si la prensa madrileña no fuera radicalmente colchonera podría complementar la información del encuentro con entrevistas a Donato, Valencia y Musampa. Y ni hablamos de los muchachos del Calderón, que son tan gilipollas que se llaman indios cuando lanzan plátanos al primer moreno que aparece.

Por cierto, Raúl vuelve a correr (con balón). Supongo que toca alegrarse.

Benítez II

Lo que ha hecho Florentino está muy bien. Nada es enteramente bueno o enteramente malo y si deportivamente la cosa está mal en otros ámbitos su legado es ya historia de oro del club. Deja un estadio ampliado y modernizado al que se le puede sacar un rendimiento antes del necesario cambio a un CocaCola Arena. Deja un proyecto de ciudad deportiva que va a ser señero en Europa; un club organizado, serio, profesional. Deja canales de comunicación con su afición, una imagen reforzada y limpia, una marca en todo el mundo. Y, sobre todo, queda una manera elegante y respetuosa de proceder. Ni la chulería algo barriobajera de Sanz, ni la chulería de alto standing de Mendoza. Floren cae mal a los antimadridistas, pero porque ha salvado al club. De él no ha salido una mala palabra, ni un mal gesto. En eso, más que en otra cosa, se encuentra su vuelta a los origenes. De ese señorial comportamiento tuvimos un ejemplo el sábado.

En mi opinión, Floren se equivocó lanzándole un temerario reto al fútbol. Cuando ganó la última liga decidió prescindir de Hierro y Del Bosque y poco después dejó marchar a Makelele. En esas decisiones se suele datar el origen del desastre cuando en mi opinión el problema estuvo en lo que sustituyó a ese proyecto. Un entrenador de “perfil bajo” y la radicalización sin red de los Zidanes y los Pavones. Recordemos que ese equipo de Queiroz –zzzzz…-eran once más Solari y cinco muchachos no precisamente brillantes (Pavón, Raúl Bravo, Rubén, Borja y el sin par Portillo). Ese equipo resistió hasta el 11M, después una final de copa que nunca debió haberse celebrado y de ahí en adelante cuesta abajo y sin frenos hacia la gran leche.

A partir de ese momento, Florentino fue abandonando sus dogmas, sus estrambóticas ideas que al principio nos parecieron geniales y luego han resultado surrealistas. Empezó a fichar defensas, a jugadores de clase media y este año ha optado por volver a fichar jugadores jóvenes, estrellas en ciernes. Es decir, el fútbol, con sus viejos axiomas y sus esquemas ya centenarios, pudo más que sus intuiciones. El fútbol está inventado; fútbol es fútbol, quien perdona lo paga, las ligas la ganan las plantillas, once jugadores no hacen un equipo y toda la larga cadena de tópicos que aburren pero que son verdad. Se da el agravante de que esta plantilla vieja y cascada ha tenido que soportar el calendario más exigente de la historia del fútbol sin refresco alguno. Raúl y Zidane han jugado a ritmo de NBA durante años. Nadie puede exigir regularidad a la genialidad. Florentino les ha sacado hasta la última gota de sudor y no es justo que les critiquemos ahora. Hemos exprimido el limón de Zidane y no creo que a este hombre le queden ganas de volver a jugar al fútbol.

¿Qué queda entonces? Pues en mi opinión queda darle la razón al fútbol de forma definitiva. Volver plenamente a la ortodoxia. Una de los eslóganes célebres de Floren –esos que repite con frecuencia de líder de secta religiosa-ha sido el de volver a la normalidad. “Trabajemos desde la normalidad”, nos dice con su voz aflautada y nasal. Eso es, precisamente, lo que no ha hecho. Ha optado siempre por entrenadores sin prestigio y sin fuerza suficientes para llevar el club. En el fútbol se inventó, hace ya muchas décadas, la figura del entrenador. El mal necesario, dicen algunos. Es un señor que se viste de traje y suele utilizar un lenguaje forzosamente técnico –toda profesión tiene su jerga para blindarse, ellos no van a ser menos-, un individuo itinerante y anodino que suele ver tarde o nunca lo que toda su afición ve en un instante. Un tipo caprichoso que gusta de ofrecer soluciones complicadas a problemas simples y que suele llevar bajo el brazo un compendio de geometría y frases sacadas de un manual de psicología que se denomina “su sistema”, artefacto técnico-ideológico por el que es capaz de vender a sus hijos . Los entrenadores, pese a todo, parecen ser vitales en los equipos y hay grandes misters para grandes clubes. Sucede a veces, por inexplicable que resulte, que algunos grandes se peguen por un mismo entrenador. En el fútbol hay porterías, banderines de córner que solo sirven para que Eto’o vaya allí a hacer el gilipollas, masajistas que llevan un milagroso linimento, directivos bocazas que se dedican a la contrucción y fuman puros contaminantes , árbitros amanerados que sacan tarjetas como puñales, futbolistas toscos que se llaman defensas, futbolistas hábiles o medios, acróbatas locoides que responden al nombre de porteros y egoístas patológicos que nunca bajan y están para empujarla y ligarse a la más golfa. Y hay entrenadores. Así que Floren debería dejar de descubrir mediterráneos y darle la responsabilidad a un entrenador-manager que tome las decisiones. Toda la vida se ha dicho eso de “Fulano no es entrenador para el Madrid”. Pues eso, uno que esté a la altura de este glorioso club al que amamos con loca pasión de gavilanes. Ayer hablamos de Benítez. Puede ser él o puede ser Capello. En otras circunstancias podría intentarse una solución más arriesgada y “belcalcistica”, pero estamos desesperados y me temo que sólo ellos dos garantizan un 100% de aciertos. Apuesta segura, competitividad garantizada. Tres años sin ganar títulos en el Madrid son una eternidad.