Vente a Alemania, Pepe

Luis Garcia
He drinks Sangria
He comes from Barca
To bring us glory

He’s five foot seven
He’s football heaven
So please don’t take our Luis away

Así jalean a Luis García en Inglaterra, pero a nosotros no nos pueden sacar del ¡Eppaña, Eppaña! porque somos minimalistas y repetitivos de puro modernos. Faemino y Cansado intentaron la revolución, pero sólo les salía ¡Eppañá, Eppañá! El español, cuando se pone a animar, llega a Manolo el del Bombo –al fin y al cabo, otra forma de ebriedad- o se queda en el alabim, alabam, alabimbombán o en el no menos lamentable aunque más voluntarioso “Este partido lo vamos a ganar”. Si tuviésemos talento para animar le podríamos haber entonado la canción del emigrante porque García se fue con el hatillo y ha sabido labrarse un capital como otros en las mismas tierras supieron montar su restaurante. Luis Garcia nos ha metido en el Mundial y de paso ha resuelto algunos enigmas; su partido -la más brillante demostración individual con la roja desde el Buitre- le regala la titularidad y con ella cierra el secular debate del sistema. Un 4-4-2 mondo y lirondo y que inventen ellos, que dijo ese extremo diestro del Athletic. Lo sentimos por Joaquín que debió dedicarse al flamenco, sector del show business, donde la gracia, la inconstancia y el derroche no están tan mal vistos.

Para un madridista sigue siendo posible hacer suyos, por un día, a los ídolos ajenos. Disfrutar con la elegancia de Pablo, con la manera de rumiar la jugada del gran Xavi -qué lastima que no pueda reprimir una mueca de asco cuando suena la marcha granadera-, con la potencia desbocada del niñato, con la seriedad de Albelda y, sobre todo, con el acrobático despliegue de Puyol, ese pedazo de tío al que yo, muy gustoso, sería capaz de aplaudir en Chamartín.

El Calderón y la selección hoy sí tenían alguna cosa inglesa, la variedad de banderas provenientes de todos los rincones de la España constitucional. Aficionados y peñas de mil lugares han dejado su rúbrica en las gradas -por una vez nuestras- del metropolitano. Es nuestra manera de decir que «tú no andarás sola, rojigualda».

Muy bonito todo, pero tengamos presente que no somos nadie y que el rival era una madre amantísima. No nos creamos que somos favoritos a nada. Rechacemos toda portada grandilocuente y soñadora. Somos buenos en hockey, en fútbol sólo ganamos si vamos de blanco. Vayamos a Alemania a ver gachises y a disfrutar de la segunda mejor Brasil de la historia.

Por cierto, ¿quién era ese señor alto y algo ausente que estaba al lado de Sánchez Arminio en la zona noble del estadio?

Uno más entre nosotros

Ronaldo ya es español. Hispanobrasileiro, matizan los chicos de la prensa. Ronie, a estas alturas, es de donde le sale del pijo. Floren diría que es patrimonio de la humanidad. De hecho, el día de su presentación alabó en él “esa universalidad que se contagia con sólo mirarle”. Ser universal es mucho, pero tener cara de universal debe de ser maravilloso, e irradiarla un don. Leí una vez que Ronie era amado en todo el mundo porque sus rasgos eran una mezcla de razas: ojos asiáticos, rasgos negroides, dientes de piraña biónica, un no sé qué mongoloide… Tiene sonrisa infantil, pero también pícara. Es un futbolista para todos los públicos. Un ídolo de los niños con cara de salido al que te puedes imaginar beneficiándose a una top model –probad a hacerlo con Ronaldinho: sale un tio con cara de calcamonia haciéndole a una chati el gesto del surfista. Ronaldinho es insoportablemente infantil-. Ronie es icónico y global como una botella de Coca Cola y su innecesaria españolidad alegra sobre todo a Luxa porque servirá para que podamos fichar otro brasileño. Más madera. Mais madeira.

Ha coincidido esta feliz nacionalización con una nueva objeción de la LFP a lo de Messi. La paletocracia del fútbol español y el tardofranquismo del cuñadísimo no son razones suficientes para unos clubes que se sienten traicionados. Y ya ha salido Eto’o (el Pi-Chichi), con la vieja y arbitraria autoridad que sólo tienen los ídolos culés, a sentenciar que Messi es español como Ronaldo y que debe ser dejado en paz. Ahora se supone que debemos decir “sí, bwana”. Veremos, en los próximos días, convertir un trato de favor en un nuevo martirio. Son únicos. Aunque no llegan al nivel del Ethnic Club. ¿Habéis oido a Heras decir que su cuerpo produce EPO? A Gurpegui le pillaron en un positivo colosal –ni todo un equipo femenino de la antigua RDA- y sólo se les ocurrió argüir que era endógeno. Es decir, que la producían sus huevos. Claro, hombre, y los mios destilan acido acetilsalicílico, no te jode. Y aún piden justicia, los euskachondos.

Y se van decantando las posturas de cara al clásico. Toma partido, nos dice la campaña de publicidad, mientras nos muestra una España de dos bandos. Y es mentira -el Barcelona no es la mitad de la afición de aquí, por eso el derbi es su gran promoción publicitaria-, y por eso los antimadridistas se van del lado del Barça, parábola balompédica de la Antiespaña. Así Josetxo Romero –cuyo nombre es, en sí mismo, todo un conflicto- se ha posicionado. “Voy con el Barcelona porque no me gusta el Madrid”, ha dicho el individuo. Profesionalmente le interesa el empate, y ni siquiera ha esgrimido una simpatía hacia el otro equipo. Todos tenemos antipatías, pero existen enormes presiones que nos impiden manifestarlas. Por eso mentimos o gastamos una inútil cortesia. En España, sin embargo, manifestar abierta hostilidad hacia cierto equipo de fútbol se ha convertido en algo chic.

Con este paisanaje sólo queda irse al otro lado del globo. Y allá va Floren, para quien el mundo es una enorme posibilidad de negocio, abriendo mercados como quien abre corazones (algún día tendremos un presidente chino). Tras el pelotazo de BenQ, el acuerdo con el gigante chino, y el lunes los muchachos retozando en Valdebebas. Nosotros, a lo nuestro.

La primera peña del Castilla

Se acaba de fundar la primera peña del Castilla. Hecho importantísimo, pues aúna tres de las cosas mas importantes del fútbol: las peñas, el madridismo y el Castilla.

El madridismo es una fe. Es, en términos teológicos, un carisma, al que se puede llegar, también, por la razón, el análisis y, sobre todo, por la comparación, pues siempre será mejor que cualquier alternativa. Pero bueno, sobre el madridismo nos estamos ocupando habitualmente.

El Castilla es el exponente de la cantera más importante de España. La que nutre en mayor número a los equipos de primera división y la que quizá presente en mayor medida los defectos y virtudes de lo que conocemos como “jugador español”. Produce la fábrica jugadores equilibrados, pero faltos del atrevimiento y de la espontaneidad del callejeo, del potrero, que dirían los argentinos. Uno tiene la impresión de que son como productos de laboratorio. Se aseguran de que los jugadores cumplan determinados parámetros, que alcanzen una sobrada medianía en todo. El más claro ejemplo, en mi opinión, es Víctor, actualmente en el Depor. Lo hace todo bien, correctamente. En todas las facetas del juego puede pasar por jugador de primera división, pero en ninguna sobresale. Es –y esto es el mayor punto en común de nuestros canteranos- un tipo muy razonable. Le oyes hablar y se parece a esos niños aviejados que no han tenido juventud; esos mozalbetes que a los diez años hablan como subsecretarios. Víctor, Pavón, Núñez y compañía parecen aplicados estudiantes de derecho que, los sábados, se reunen a jugar al fútbol. El Madrid, la fábrica, el vivero de la ciudad deportiva es una escuela de prudencia. Un colegio de jesuitas que produce excelentes futbolistas para el Zaragoza. Tipos honestos, sobrios, que saben tocarla, que son disciplinados y que meten cinco goles por temporada.

Ha habido casos raros. La rebeldía de Guti, que desde chico fue un poco por libre; la obsesión goleadora, un poco autista y, desde luego, egoista de Portillo y –hay que ponerse de pie- el canibalismo de Raúl. Un tipo que no salió con el sello que les ponen a todos los canteranos. Hay que reconocer que llegó demasiado tarde –a los quince, creo- y que fue el Bernabéu, más que la Ciudad Deportiva, el que le hizo madridista.

Nuestra cantera ha dado otro tipo de futbolista que, para la propia cantera, se puede calificar de puñetero. La flor tardía. Caminero, Cañizares, García Calvo, Rivera, el mismo Eto’o… jugadores notables a los que les faltó ese hervor o esa pizca de decisión –o fortuna- en su momento y que se tuvieron que marchar para demostrar su valía. Son casos complicados porque se crian en el Madrid, aprenden lo mejor del club y luego acaban aplicándolo en clubes rivales. Cañizares y Benítez, dos madridistas, han hecho más por la grandeza del Valencia que toda Paterna; Eto’o y Luis Enrique son nuestros peores rivales. En realidad, nosotros somos los peores rivales de nosotros mismos. No hay peor enemigo que un ex-madridista.

Hay que evitar esa fuga de talento porque con ellos se va un pedazo de historia del club. Se va lo que de diferente tiene el Madrid y no queremos que clubes tan indeseables como los antes citados aprendan a tener parte de lo que nunca tuvieron.

En la actualidad, destacan algunos jugadores. El portero, Palencia, Arbeloa, Tébar, De la Red, Balboa, Jurado y Soldado. Creo que todos los mencionados servirían para completar las fichas 15 a 22 del Madrid.

Mi debilidad es Jurado. Un futbolista artista que hace un fútbol desmayado, torerísimo, con la elegancia dejada, displicente, de Martín Vázquez. Tiene el mismo modo de caminar con el balón. Jurado no corre, Jurado avanza con el esférico. Torres, por citar a un gran jugador, corre con la pelota. Va trotando y lleva el balón como quien lleva un problema. Tiene Jurado, eso sí, el problema del físico. Es regordete y pequeño, y en eso, ay, recuerda a Sandro o al mismo Rivera. Por eso, por no tener la potencia fácil de un Balboa, sus regates deben ser obras de arte. Necesita burlar para avanzar, necesita el ardid y la prestidigitación. Pero tiene pase, visión de juego y un sentido del tiempo, una tranquilidad muy necesaria en el primer equipo.

Floro dijo de Sandro que era un jugador de futbito. ¡Error! Sandro es un jugador de fútbol en la era del doping, en la que los campos de fútbol están llenos de jugadores de futbito, cuando no de meros atletas, los deportistas inútiles, los predeportistas, pues el atletismo es el fundamento de los demás deportes, la introducción.

En realidad, Pelé no jugaba así y quizá los Guti, Jurado, Rivera no seaan sino el intento español de dar un jugador específicamente de aquí. Por eso salen abortados: o gordos, o inestables, o inmaduros o como un cencerro. Una ganadería tarda tiempo en lograr la depuración racial, la joya; la historia de la ciudad deportiva está repleta de cadáveres y proyectos de genios hispanos del balón. Jurado está cerca y esperemos que teniendo la condición de artista y futbolista le acompañe el físico.

De la Red, sin embargo, tiene un físico cuajado, planta de futbolista. Tener planta de futbolista es lo que tenía Míchel, y no debe confundirse con tener un cuerpo atlético. Los hijos de Sanz, por ejemplo, eran altos y fuertes, pero no andaban como futbolistas. A éstos, como a los toreros, se les pide un paso distinto –en realidad, cada especialización determina nuestro caminar-.

De las peñas hablaremos otro día, en esta especie de peña cibernética que ha montado el socio. De la cantera, por fortuna, se puede seguir hablando siempre. Como esos viejos que se pasaban la jubilación en la ciudad deportiva, auspiciando a los jóvenes prodigios.

La zamarra

La selección se ha convertido en una excusa para hacer negocio. Yo no sé quien se llevará la pasta –aunque puedo imaginármelo-, pero es obvio que en torno a este equipo hay siempre asuntos comerciales. Cada reunión es un spot.

Esta vez se trataba de la camiseta que llenaremos de sangre, sudor y lágrimas en el mundial de Alemania. Son muy optimistas los de Adidas. La zamarra recupera los tradicionales colores de España: el luminoso azul de nuestro cielo, el rojo sangre de toro y los ribetes amarillos. Está para hacerle un pasodoble y empezar a españolear. Se agradece la retirada de banderas, sin embargo. Durante la temporada de clubes hay un exceso de banderías y la selección no es oficial, no es España, aunque lo represente -el Estatuto de la selección es una cosa complicada, entre pública, privada y metafísica-. Además, así evitamos conflictos identitarios en algunos de nuestros chicos –bajadas de medias, arremangamientos vergonzantes…-. En tiempos de Clememte nuestros colores se oscurecieron hasta llegar a una especie de azulgrana. Eso casaba con el general desapego de la afición y con un aire entre siniestro y bronco del equipo. Ahora es de esperar que la alegría del nuevo equipaje traiga algo de ilusión. Los porteros, se me olvidaba, irán de un riguroso blanco, algo que no nos puede disgustar.

Hablando de porteros. Casillas, según la prensa, es seriamente pretendido por el Manchester. Dicen que Glazer –que hasta el momento no se ha gastado un euro en futbolistas- quiere comenzar un proyecto con Iker. La cosa es difícil de creer y más parece un señuelo, otro más, de Carvajal, representante del cancerbero, para meterle un mordisco a las arcas del club. Acordémonos de Abramovich, en su día perdidamente enamorado de Salgado… en fin, espero que Floren sea razonable.

Los periodistas estajanovistas que siguen la concentración de la selección –entre los cuales Pipi Estrada, pichabrava oficial y galán corresponsal, sobresale por su manera de arrimarse- han advertido cambios de sistema. Por lo visto, Raúl, Reyes y Torres estarán acompañados por Alonso, Xavi y Albelda, Trivote y olvido de las bandas, lo que parece dar la razón al maltratado y ya definitivamente incomprensible Luxe. Ningún gran equipo ha sido nunca simétrico –los jugadores grandes rompen los esquemas y los adaptan a sí mismos- y lo mejor que tenemos hasta que llegue la “mezcla” -término que Luis utiliza para aludir al mestizaje racial de nuestro fútbol- es esa colección de alfeñiques con poco gol, ningún desborde y gran capacidad para mantener la posesión del balón sin intención aparente de chutar. Eso es lo que hay. Los excluídos, Vicente y Joaquín, achacan su desventura a motivos diversos. El primero a las maniobras de la prensa madrileña –que ha preferido colocar al madridista Xavi-, el segundo a su condición periférica de Bético. Joaquín debería preguntarse si no ha sido precisamente su condición de andaluz la que le ha llevado al lugar de privilegio que ocupó. Etxeberría era de una regularidad anodina y todo el mundo se puso del lado de la alegría del gaditano. El regate le sale una vez a las mil, pero por lo menos le sale, dirá su padre.

Oremos para que Aragonés la organice de aquí al partido. Una concentración sin conflictos diplomáticos con Inglaterra es aburrida, por mucho que JJ abra su información con música de epopeya. Los periodistas andan ensayando todas las combinaciones posibles de culés y merenges para sus reportajes y algunos, los de Marca, perseveran en su intento de hacer de Torres lo que no será nunca. Aunque él y Raúl se complementan bien. Nuestro siete tiene inteligencia, astucia y clarividencia, pero le falta velocidad; Torres corre que se las pela, pero no es precisamente sutil. Juntos son un magnífico delantero.

Para terminar, una cita; de Camacho, filósofo socrático y exjugador de fútbol: “Torres se parece a Van Basten en el cielo de la boca”.

Politiqueando

Pongamos nuestro humor a prueba.

Hace unos días la Presidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre, recomendó a los jugadores del Getafe que le “metiesen caña” – o leña, que viene a ser lo mismo- al que era su próximo rival, el Barcelona. La señora Aguirre, además de declararse liberal, conservadora y de no oficiar la fe feústica del feminismo, se ha declarado siempre y sin ningun complejo madridista. Por eso, sus palabras tenían un retintín de rivalidad y encono que le daba picante al asunto. No es lo mejor que ha dicho esta señora, pero nadie, al menos nadie normal, podría entender en ello una ofensa.

Ayer, Juan Manuel Rodríguez dedicaba su artículo en Libertad Digital a Raijard –si trato de ser fiel a su apelido me equivocaré-, porque éste había sugerido a raiz de la “ignominiosa” conducta de la Aguirre que no se debía mezclar política y fútbol… Sí, sí, habéis leido bien: el entrenador del Barcelona aconseja deslindar política y balón.

Pues bien, como soy más morboso que Pajares en sus viejos films, me he pasado por el Sport buscando alpiste. A ver si alguno de sus Pulitzer trataban el asunto con la ponderación y el cuidado estilo que han convertido al “diari més llegit de Catalunya” en una portada de referencia en el mundo de la psiquiatría.

Cuatro artículos de opinión y los cuatro dedicados al Madrid. Bien, ¿cómo es el refrán? “Ladran, luego cabalgamos” –que nadie entienda que les estoy llamando perros; si yo tuviese que animalizar a estos individuos optaría por el animal redondo y rosa que come bellotas y que al morir no es enterrado ni incinerado, sino convertido en alimento exquisito con forma de guitarra-.

Un señor muy feo, apellidado Mascaró, escribe lo siguiente:

«Estos últimos días hemos podido comprobar como todavía existen políticos que hablan sin pensar. Cargos públicos que, lamentablemente, no miden el valor de sus palabras ni las consecuencias de sus declaraciones. Y no me estoy refiriendo sólo a los exabruptos que se pudieron escuchar en el Parlamento con motivo del debate sobre el nuevo Estatut de Catalunya ni a las voces fundamentalistas de alguna emisora ‘nacional y católica’.

Ya dije la semana pasada que el Barça jugaba sus dos próximos partidos de Liga en ‘territorio comanche’. Por desgracia, no me equivoqué. La primera prueba de intolerancia la encontramos en el campo del Getafe, con pancartas alusivas a Carod Rovira, a los catalanes y a la inquebrantable unidad de España. Pero casi fueron peor los insultos racistas contra Eto’o, sobre todo por reincidentes. Ni siquiera los avisos por megafonía ni las declaraciones de buenas intenciones del marcador electrónico evitaron que un grupo de descerebrados repitieran las mismas estupideces de la temporada anterior.

Pero la culpa no la tienen estos cuatro indocumentados sino los que les provocan, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Sus palabras del pasado viernes –“¡Al Barça, leña!”– fueron una clara incitación a la violencia, dentro y fuera del terreno de juego. Una actitud intolerable en una señora que había llegado a ocupar la presidencia del Senado. ¿Se imaginan ustedes si Pasqual Maragall hubiera hecho un llamamiento similar? En Madrid le habrían crucificado sin juicio previo.

Nosotros, sin embargo, como somos mucho más tolerantes, hemos esperado a que pasara el Getafe-Barça para decirle a doña Esperanza que ha metido la pata hasta el fondo. Que confundir el nuevo Estatut –que ella y tantos de su partido odian– con un partido de fútbol es demostrar que no entiende nada de nada. Para decir según qué cosas, mejor que se esté calladita.»

¿Qué? ¿Tremendo, verdad? En COU nos enseñaron a hacer comentarios de textos. Mi profesor era un absentista profesional, así que poco puedo hacer, Además, este texto, aunque escrito en castellano, en realidad está pensado en otro idioma que tampoco es el catalá, sino el idioma marciano que rige el pensamiento de esta gente. Con todo, se impone alguna matización (matización que se quedará en nuestro amado blog, porque me imagino que escribir una carta al director del sport será como escribírsela a Angelina Jolie. Perfectamente inútil):

– Hay que condenar los gritos racistas en los campos de fútbol. Lo que sufre Roberto Carlos desde hace una década en el Nou Camp no es racismo, no debe confundirse, es lo que los expertos denominan una “manifestación psicosocial y coral de discrepancia pigmento-futbolística originada por un conflicto dialéctico irresuelto en la organización territorial de un estado interiorizado por la psique posmoderna en su manifestación atávico-simbólica en ambiente lúdico”.

– La gente normal no odia. Y si se decide a odiar, con lo que eso cansa, odiará, en todo caso, a personas. Los textos legales –y mucho más los proyectos-, incluso cuando son desastrosos, no son objeto de odio. Se discrepa, se rebate o se limpia uno el culo con ellos, pero los que vivimos en territorios comanches no tenemos –todavía no, todo se andará- tal trastorno. ¡Qué confusión de emotividad y de ámbitos!

– No te confundas, Mascaró. En Madrid hay garantías judiciales y las crucifixiones van precedidas de juicio justo Lo que no exige juicio es la lapidación.

– La señora Aguirre, durante su periodo en el Senado, fue pionera en la introducción del uso del catalán. Anticatalana.

– Acierta en dos cosas el prosista. La primera es en eso de que “ellos son más tolerantes”. Es verdad, en tolerar mentecateces, pactos con ETA y golfadas varias no les gana nadie. Lo de la “inquebrantable unidad deEspaña” también es cierto, aunque creo que la Constitución –texto que Mascaró no habrá leído pero que seguro odia- dice “indisoluble”. En realidad, Mascaró se vuelve a equivocar, porque sí es quebrantable. Sí se puede romper con violencia y violación de ley.

El próximo día, como recomienda Raijard, hablamos sólo de fútbol.

Los 300 goles de Raúl

En tiempos de estrés y disfunciones eréctiles nada nos mantiene tan ligados al placer como los goles. Lo sabe Pelé, que durante la juventud se dedicó a repartir la alegría del gol y ahora, en el arrabal de senectud, sigue marcándole goles a la impotencia. El gol es el gran liberador de endorfinas. Y se trata de un placer enajenante. Un estallido que nos lleva a abrazarnos con lo primero que encontramos. Es un placer primario, que nos acerca al mono que fuimos, porque más de uno de nosotros se ha subido a una mesa, ha trepado, o ha liberado la mandíbula cual primate en pleno júbilo. Es el gol, también, un placer socializado que jamás se podria vivir en una cabina, clandestino como la paja del adolescente. Vivir un gol solo es una tristeza. Gritas, te levantas e, invariablemente, te acercas a la ventana a comunicar tu dicha al mundo, con la nariz chafada contra el vidrio, como un mimo desesperante. O mandas un sms a quien sea que pueda estar interesado en conocer tu felicidad. El gol es una experiencia de socialización, tan necesaria en el niño como el rito de la amistad –y no sabremos de qué pasta está hecho el niño hasta haber comprobado, ante el gol, si le va el pelo o la pluma, si es un tigre o un delicado gato de angora; si es un iracundo o un tibio-.

El gol se apaga, poco a poco, y su influencia remite –como el rostro se recompone tras la carcajada-, y al hacerlo nos sentimos más felices, más plenos, más indulgentes. Incluso diríamos que mejores personas si no fuese porque, a veces, el gol es una modalidad del placer que admite el reproche. No es infrecuente acompañarlo con ostensibles cortes de manga dirigidos al televisor, la radio o la afición contraria y, en esos casos, una sed interna de justicia, una llama justiciera nos obliga a proferir, violentos como escupitajos, cortantes “jódete” o rotundos “cabrones”, según el objeto de la ira sea individual (Luis Enrique, el vecino…) o colectivo (toda la gentuza que en el mundo gusta de animar al club estatutario). El gol es, por si fuera poco, memorable. Es habitual que, pasado el tiempo, disfrutemos recordando sus pormenores, sus detalles, las circunstancias y consecuencias que lo acompañaron. En esos momentos sentimos el placer evocador del gol, el placer sabio de recordar y la apetencia de nuevos goles. Creo que la felicidad se parece a uno de esos montajes en que engarzan todos los goles mientras suena una canción. Uno sabe qué hacia y cómo era cuando entraba cada uno de ellos. El gol, por tanto, también nos puede hacer sentir el paso del tiempo. Y como no somos enteramente responsables, el gol debería ser un eximente. Cuántas veces no hemos leído que Fulano descuartizó a Zutano por una discusión futbolera en el bar de la esquina–y esas trifulcas comienzan siempre con el gol, porque nada jode más que sufrir el gol en contra y que encima haya recochineo-. En el gol somos mejores amigos y peores enemigos. Es el punto culminante de nuestro fanatismo. Sí, también es espiritual porque nos depura.

El gol, por todo eso, es similar a un orgasmo, de la misma familia. Más limpio y menos esforzado, pero no menos placentero. Quien ha vivido el gol en plenitud, sabe poner al sexo en el lugar secundario que merece. El gol, además, es más natural, menos complicado que la jodienda: nadie necesita de una Lorena Berdún que le explique cómo vivirlo. El gol es más libre. Y a menos que te anulen el gol, no hay gatillazos. Nadie se siente defraudado y nadie finge. No hay, tampoco, las complicaciones sentimentales del sexo, porque uno sabe, desde que nace, a qué equipo quiere hasta morir. En el gol no hay infidelidades.

Raúl está a un gol de los trescientos oficiales con la camiseta blanca del Madrid y la roja española. Trescientos orgasmos nos ha procurado ya, uno cada dos partidos, es decir, uno por semana, frecuencia de marido responsable, de matrimonio consolidado. Puedo decir que, a estas alturas de mi vida, nadie me ha proporcionado placer físico en tantas ocasiones como Raúl. Así de importante es en mi vida.