Por Marc Genou
Anda uno despistado desde que el Perro trampeó las elecciones. Yo, que soy seguidor madridista como antítesis a la deriva catalofascista de nuestros cancerígenos compatriotas, tenía en ocasiones la sensación de que el Parcas era como el gobierno en la sombra de ese país imaginario llamado Qatarluña. Las empanadas mentales de sus súbditos y de sus fieles seguidores fluctuaban en pos de lo que hacía la pelotita en el campo, y había cierta (bastante) conexión entre el deporte y la política.
Desde el otro lado del espejo, véase Tractoria, esto se da por hecho. No hay mejor humillación que ganar la liga nacional del país que odias. Que se lo pregunten al Sheriff de Tiraspol que no hace mas que ganar la liga moldava que tanto detesta para rebozarles por la cara lo mucho que les odian. El deporte es la mejor propaganda, ya lo sabía Goebbels, y no hay ni un magrebí que no sepa quién es Messi y lo chupiguay que se vive en Barcelona.
Cierto que este problema que vivimos ahora no es nuevo: en cualquier ámbito de la vida diaria venimos soportando a esta caterva desde hace más de 40 años; van a trampear y a estirar la cuerda y romperla donde haga falta. Que se hayan detectado pagos al clan Negreira durante 20 años no quita que no se hicieran antes, después, ahora o en el futuro, ya sea en este deporte u otros (recordemos que la mafia es multidisciplinar), donde también pueden llegar a institucionalizarse.
Pero como decía al principio, ando despistado, porque en el afán de mirar al campo, el señor de la poltrona ha decidido hace tiempo que esos límites eran de parguelas y ha decidido pulverizarlos. ¿Por qué esperar a que todo se conserve unido con el hilo deporte-política, cuando puedes reventar la convivencia para mantenerte en el poder? Así que llevados a estos lodos, poco importa lo que pase en el deporte de un país que no va a limpiar absolutamente nada con tal de mantener “la paz social” y “la convivencia entre nacionalidades”.
Cada semana tenemos unos destellos de lo que sucede a plena vista, así que cuesta imaginarse que pasa tras las cortinas. Hay tantos escándalos y de tanto calado que cuesta seguirles la pista. Vamos pareciéndonos más a un estado fallido que a cualquier país medio decente que quede por Europa (no son muchos) que quiera conservar cierta soberanía ante los espantosos cambios que se avecinan y que ya estamos sufriendo.
En esta tesitura, ver al Madrid jugar esta porquería de competición cada semana es como ir a ver al musculado ponerse más kilos de los que sanamente puede levantar. ¿Puede hacerlo? Es posible, pero conlleva el riesgo de lesionarse gravemente y de quedar incapacitado para futuras competiciones. ¿Podría el Madrid levantar los mismos kilos que el resto? Demasiado fácil, demasiado crispante para la masa de mediocres que puebla las calles y vota pobreza. La institución ha de sobreponerse, de jugar con un reglamento pulcro y estricto y con normas diferentes a las de sus rivales; en resumen, ha de mamar por el bien de Expaña. Y cuanto antes entendamos esto antes dejaremos de sufrir.
Todavía habrá que rezar a Gilmar (in) para que no nos pongan más kilos también en Europa ahora que él y Al Khelaifi son íntimos cargos adjuntos en la UEFA, pues no hay nada que una tanto a dos extraños como el enemigo común.
Seguiremos mirando esto de la pelotita al menos un tiempo, porque cuesta quitarse ya de los viejos vicios, por muy malos que sean, aferrados a la esperanza de que alegrías tan enormes como las que disfrutamos los útimos años se prolonguen un poquito más.