Se fue Di Stéfano, y lo hizo más o menos como lo desearíamos para todos nuestros mayores: sin apenas padecer y tras una vida buena y productiva. A Alfredo Di Stéfano no puedo -y probablemente no quiero- juzgarlo como a los jugadores actuales, cuya carrera he experimentado directamente; y es que, para los menores de 60 años, desde que nacimos «la Saeta» ya estaba hecha del material de la leyenda. Sin duda el hombre tendría sus faltas, como todo ser humano, y no faltará incluso quien lo acuse de rencoroso o egocéntrico, pero realmente a mí no me daba esa impresión cuando lo veía hablar, y en cualquier caso su dimensión futbolística y social empequeñece todo lo demás.
Digo social porque no me parece atrevido afirmar que Di Stéfano, junto con Bernabéu, hizo del Real Madrid como mínimo a dos generaciones, e incluso a todo un país. También elevó lo que era un simple club de fútbol a la categoría de mito, y convirtió al fútbol en el rey del ocio nacional -condición que aún ostenta-, dejando muy atrás a los toros, el teatro y el cine, que competían con él por entonces. Creo que muchos de los habituales de esta web pudimos comprobar la influencia hipnótica de ese equipo en nuestros padres y abuelos, a quienes los mágicos guerreros de Di Stéfano asombraron en aquella época conquistando Europa una y otra vez. Y puesto que ellos nos transmitieron esa afición a nosotros, es justo decir que el irrepetible bonaerense es reponsable de que estemos leyendo esto ahora mismo.
Hay dos quejas o reservas habituales sobre Di Stéfano: que la generación actual no ha podido ver su juego y que el fútbol de aquel entonces no tenía mucho nivel. Ni una ni otra tienen base: afortunadamente existen no menos de una veintena de partidos importantes del Madrid de los 50 grabados con buena calidad, y quien busque un poco puede verlos y analizarlos, igual que haría con un partido actual (algunos de ellos, de hecho, están en nuestro Archivo Audiovisual). Lo que realmente no se entiende es que el Madrid no disponga de un archivo de vídeo desde hace mucho tiempo, en el que puedan consultarse -aunque sea pagando- todos los partidos de nuestra historia, que al fin y al cabo constituyen la principal actividad y patrimonio del club. Quizá lo exiguo de nuestro presupuesto -apenas 520 millones de euros anuales- lo hayan impedido.
Final del 59 contra el Reims.
Sobre la calidad del fútbol de los 50, viendo estos partidos resulta fácil apreciar que era alta, y que se trataba de un deporte ya muy profesionalizado. Cierto que el nivel físico era inferior y había menos artimañas tácticas, pero eso permitía ver un juego muchísimo más fluido -con apenas dos o tres faltas por cada parte- y, por qué no decirlo, más bonito. Fenómenos físicos y técnicos desde luego ya había, y para ello basta con ver cualquier acción destacada de Gento, por poner un ejemplo. Respecto al eterno debate de si Don Alfredo fue el mejor de la historia, no tiene objeto, como nunca lo tienen estas comparaciones imposibles. Así pues, es mejor quedarnos con que fue el primer gran jugador universal y el que más dominó su época de todos los que han existido (sobre todo si consideramos, como yo, que el fútbol de clubes es inherentemente superior al de selecciones).
En cuanto al célebre «robo» al Barcelona, tenéis infinidad de textos por ahí que explican la falacia, pero todo se resume en algo muy sencillo: si realmente quería al jugador, el Barça simplemente tenía que haber abonado 1.300.000 pesetas a Millonarios, a lo cual se negó. Si pensáis que quizá era una cifra exorbitante, decir que incluso con la inflación hoy día equivaldría a menos de 100.000 euros, y que por aquella época el mismo Barcelona traspasó a Luis Suárez al Inter de Milán por 25 millones de pesetas. Es ridículo pensar que este club dejó de ganar Copas de Europa por no tener a un jugador al que despreció, sobre todo cuando la competición ni siquiera existía por aquel entonces (fue creada precisamente por el Real Madrid).
Hay que celebrar que sus últimos años de D. Alfredo pasaran con el pleno reconocimiento y abrigo del club, aunque yo particularmente prefiero al Di Stéfano socarrón y en chándal que al convertido en monumento viviente. También me alegra que sus allegados tuvieran el buen tino de alejarle de la arribista que quiso aprovechar su debilidad, quien -contra lo que algunos creen erróneamente- no era su enfermera, y tan sólo aspiraba a la autopromoción. La herencia de Don Alfredo llevaba tiempo repartida entre sus hijos, por lo que su único interés era preservar la dignidad y memoria de su padre. Dejo como postrer homenaje este excelente reportaje de TVE con la última entrevista al mito, todavía sorprendentemente lúcido. Aunque nunca tuvo un perfil tan «político» como el de otros ex jugadores, dejó muchas sentencias memorables toda su vida, incluso cuando ya tenía una edad tan avanzada.
Ha muerto Di Stéfano, uno de los últimos símbolos de una época acaso irrecuperable, pero queda su ejemplo para todos los que aspiran a la excelencia y la victoria, y la afición que inoculó en millones de corazones. Hasta siempre.