Uno de los temas recurrentes de los mentideros y cenáculos (cena-culos) de la capital de España es el nuevo estadio del Real Madrit: ¿cumplirá las expectativas técnicas y estéticas? ¿Atraerá a mucha gente? ¿Será rentable? Difíciles preguntas, pero las conclusiones que he sacado tras atender a estas conversaciones pueden darnos algo de perspectiva.
¿Será el mejor estadio del mundo?
No, ni de coña. Eso lo puede decir algún periodista español que no salió del pueblo hasta que hizo el Erasmus para follar con alguna pizzera napolitana de 97 kilos, pero ni va a ser el «mejor estadio del mundo» ni probablemente esté entre los 20 primeros. Cualquier recinto que haya levantado en los últimos 15 años una franquicia estadounidense tocha seguramente le dé sopas con onda en función, amplitud y tecnología; pensar que un parche puesto a un edificio de 1943 puede superar a un superedificio de los dosmiles concebido desde cero es una simple fantasía, pero lo bueno es que eso no importa mucho.
¿Para qué el estadio?
Esta es más fácil: para dar mucha pasta. Pero ojo, no va a producirla como nos han contado. ¿Un centro comercial? Muaaaaa ja ja. Actividad con márgenes ínfimos, como deberíamos haber aprendido de la esquina del Bernabéu. ¿Eventos? Muaaaa ja ja. Llenar Paseo del Generalísimo con docenas de trailers para montar saraos, claro que sí, con 1.000 plazas de aparcamiento y gracias. Ah, y al aire libre, porque el superultramegatecho no puede usarse… cuando hace mucho frío ni cuando hace mucho calor. Aunque parezca una mala broma, la cubierta no se activará cuando nieve, cuando haya tormenta ni cuando la temperatura supere los 40 grados. Vamos, que te protege de la lluvia ligera y gracias. En Ifema deben estar acojonados con este poderoso competidor… Pero da igual, el estadio en realidad no piensa generar mucho con eventos y conciertos, que también son actividades con márgenes insignificantes para el dueño del espacio. No, amiguis, la clave es otra…
El estadio como «landmark»
Aquí está el quid de la cuestión, el meollo (meo yo). Si le damos un vistazo a la industria turística mundial, es cierto que en muchos sitios se puede realizar una actividad concreta (bañarse, hacer deporte, comer…), pero el tipo de turismo más básico y quizá más popular es simplemente… estar en un sitio, verlo, decir «yo estuve ahí»; y por supuesto, subir una puta foto a tus redes. Como bien dice un ex-presidente de Primavera Blanca: ¿para qué sirve la Torre Eiffel? Para nada, es un puto amasijo de hierros que se concibió como estructura provisional. Y sin embargo, millones de personas la visitan cada año, se hacen la jodida foto y el ayuntamiento de París recauda a lo bestia. Su ascensor y el del Empire State seguramente sean los más rentables del mundo. 80 pavos por subir media hora minutos a un mirador. ¡Y la gente se va contenta! Lo mismo podemos decir de El Vaticano, el cartel de Hollywood, el Coliseo, etc.
En ese aspecto, el Pipabéu tiene la ventaja competitiva de que en Madrid, el poblachón castellano, hay poquísima competencia en lo referido a «landmarks». Si vas al parque de las siete tetas en Vallecas y miras la ciudad, ves el pirulí, las cinco torres (del Real Madrid, cómo no), las Colón, la Picasso y poquito más… en tal contexto el estadio madrilista puede convertirse fácilmente en el lugar más visitado de la ciudad, y ser explotado económicamente. ¿La Floporcueva? Una puñetera locura, una pesadilla de piezas móviles dentro de un absismo infernal que jamás se amortizará con esa engañifa de los eventos, pero aaaaamigo, ¿y si le cobras a la gente un suplemente por verla en el tour? Entonces sí, es concebible que un año de estos entre en números negros. Abundando en esto, cuenta otro ex-fansista el turismo en Panamá aportar más a día de hoy al PIB nacional que las comisiones que cobra a los barcos que pasan por el canal. A la gente le gusta la ingeniería, lo tocho, las maquinitas colosales que hacen «chuuuuuuu». Los transformers, vamos.
https://www.youtube.com/watch?v=fs8NjeBon-Y
Así pues, como en el campo de sueños de Kevin Costner, construýelo y vendrán. ¿El centro comercial? No hace falta que sea el Oasis de Torrejón, ni siquiera el Heron City, con que dé el pego ya será una excusa para que lovisiten todos los guiris y panchis que lo que quieren realmente es hacerse una foto frente a las lamas muentras un muerto de hambre disfrazado de Deadpool le trinca un euro por una foto adicional. ¿El «nuevo museo»? Otro tanto de lo mismo: una simple excusa para que la gente suelte pasta en algo. Unas pantallitas, inteligencia artificial para poder tocarle el paquete a Vini, un balón y césped artificial para «tirarle un penalti a Curtuá» y todos tan contentos; el visitante más ligero de dinero, y el club y Legends más acaudalados. ¿Mausoleo madridista en el césped? Ya veremos si dentro de diez años en una broma… Y paseos sobre el techo, por favor. Que dé algún rendimiento.
Por supuesto, todo esto servirá para sacarle más pasta a los tolilis de nuestros patrocinadores: «eh, mira qué bonito estadio tengo y qué bien queda en las transmisiones, aunque el público tenga que seguir oliéndole el sobaco al vecino. Quiero más dinero». Mientras tanto, el Barcas en Montjuich con el estadio siendo reformado por unos Pepe Gotera y Otilio turcos que con un poco de suerte lo demolerán accidentalmente.
En definitiva, ¿me gusta el concepto de la reforma? No. ¿Será más cómodo, más agradable, más vanguardista? No. Pero tiene una especie de plan de negocio que muy bien puede funcionar, generando ingresos no con la chorrada esa de los «eventos 365 días al año» sino mediante puros turistas, normalmente de fuera de España.
¿Eh, cómo decís? ¿Que qué pasa si se pudre el césped constantemente? Ah, coño, que se supone que ahí dentro hay que jugar al fútbol, es verdad… Bueno, pues se cambia la hierba cada partido, qué cojones, como las sábanas de los hoteles. Que se note quién es el que maneja más manteca.