
Por Ultraviolento
Hace algunos meses le prometí al Socio que escribiría una entrada sobre el país-continente donde se celebrará este año el maldito Mundial de las narices, nada más y nada menos porque es el lugar donde la Providencia ha colocado hace más de una década a este madridista de bien y español de derechas, fiel fansista, casi siempre lurker que os escribe. Así, se podrían ustedes ambientar un poco para mejor acompañar el batacazo que, por fin, previsiblemente se dará la Coja este año.
Brasil –Brasiú, como se pronuncia aquí– es un país de profundos contrastes. Por un lado su potencial es prácticamente ilimitado: con unos recursos naturales que se dirían inagotables, es una nación hecha para convertirse en la mayor potencia mundial que los siglos conocieron (después de la España de los Austrias, claro). Sí, señores, en ese país que probablemente visualizáis como sumido en una vergonzante pobreza, por la imagen mil veces difundida por la prensa de las favelas –chabolas en apañol– o de los meninos de rua –niños de la calle– la riqueza es total. Largo sería explicar el porqué de esa miseria a la que los juntaletras tanto suelen aludir, por lo que no me extenderé en eso, pero aquí todo recurso natural abunda en una proporción capaz de hacer rico a cualquiera que se lo proponga seriamente y esté dotado de un mínimo de inteligencia y fuerza de voluntad. Casos conozco en la ciudad de São Paulo, donde vivo, de personas que comenzaron pobres con una borracharia –cutre-taller para cambiar neumáticos; se pueden instalar en cualquier lugar, hay millones– y que a fuerza de trabajar con ahínco hoy en día tienen un pedazo empresa montada que les da pingües beneficios.
Estoy hablando de empresas… pero la riqueza aquí está sobre todo en una naturaleza que hace decir a personas entendidas que Brasil será silo del mundo en el futuro. La riqueza de su suelo –aún sin explorar en gran parte– es enorme y permite varias cosechas por año en algunos cultivos, con fincas particulares que tienen el tamaño –en serio– de algunas comunidades autónomas de España, minería inagotable capaz de desestabilizar el mercado mundial y tantas otras cosas. Esta abundancia natural genera un potencial empresarial para quien quiere ponerse a trabajar. El flujo de valores que se mueve, por ejemplo, en esta ciudad de São Paulo es una cosa de locos… la cantidad de ricos que hay aquí es impresionante y el presupuesto de la ciudad supera al de algunos países vecinos enteros. La mayor prueba de la riqueza de Brasil es que Brasil es rico… a pesar de los brasileños y sus gobernantes. Y aquí paso al segundo punto.
Antes de tratar del brasileño en sí, hay que hablar de una de las principales razones que han frenado en la última década el definitivo ascenso de Brasil a la cumbre. Un país con esta abundancia y casi doscientos millones de habitantes está hecho para que, favoreciendo un poquito el libre mercado haya un progreso alucinante. ¿Qué ha ocurrido, pues? Hace doce años ganó las elecciones un individuo seboso e izquierdoso llamado Inácio Lula da Silva. Trabajador mecánico en su juventud, decidió meterse a sindicalista comunista, seguro de que le daría mayores réditos, y como primera medida se automutiló el dedo más inútil para quedar por siempre eximido de sus obligaciones laborales. Así, aderezada por algunas acciones sangrientas, comenzó su larga carrera política en el PT (Partido de los Trabajadores), luchando durante largos años para alcanzar la presidencia de la nación. Una tarea nada fácil, pues a pesar de las mejores expectativas, una y otra vez fracasaba; Brasil seguía siendo férreamente anti-comunista. Pero hete aquí que un día decidió peinarse, darse un ducha y recortarse su barba proletaria. Cambió la camiseta sudada con una estrella roja por un traje italiano hecho a medida y su tradicional discurso demagógico a favor del oprimido trabajador –que no le funcionaba, porque en Brasil no hay verdadera lucha de clases– por otro aún más demagógico, sobre la necesidad de paliar el hambre de las masas… con pingües subsidios sociales. Hambre, por cierto, inexistente: en Brasil no hay hambre… hay, esto sí, un alto índice de obesidad.
Y catapún, chimpún, Lula ganó. Se movieron los cimientos del establishment brasileño, pues había subido el terrible comunista analfabeto… parecía el fin. Pero no… Lula – ¡oh, perdón! los que gobernaban mientras Lula intentaba a duras penas leer sus discursos en un portugués insufrible– se dedicaron a disfrutar los dividendos generados por la política de libre mercado de sus antecesores siguiendo una táctica muy simple: dejar el país crecer con la inercia y dedicarse, con ese mismo dinero, a comprar los votos de futuras elecciones con sus políticas de subsidios sociales. ¡¡Sí, señores, comprar votos!! Porque ¿para qué va a decidirse el morenete del Nordeste a trabajar para hacer subir un país con tantas posibilidades si el gobierno le da una pensión para no pase hambre? Sí… al sujeto que nunca en su vida la pasaría. Los programas Fome zero y Bolsa familia, subsidio para esto, subsidio para aquello… Una lista interminable que si les detallara a ustedes aquí se quedarían alucinados y pensarían que los peores años del PSOE –el estado-biberón– fueron de broma en relación con eso. Dicen las malas lenguas que el candidato del partido equivalente a nuestro PP español iba ganando en todas las encuestas cuando se fue de gira al Nordeste y dijo que iba a dar trabajo a todo el mundo… ¿Trabajo? Fue su ruina. En una semana perdió sus posibilidades de ganar.

Y así, en ese sistema… vamos para 12 años de dictablanda del PT, y parece que en Octubre ganarán de nuevo con esos votos comprados a la masa ignorante. Es un partido así eternizado en el poder, que subió también amparado en su discurso contra la corrupción (real) imperante… y que la ha superado por encima de lo que cualquier imaginación calenturienta podría concebir. Sería un poco largo detallar este escándalo, pero es que toda la cosa pública en Brasil, desde las bases hasta las más altas esferas, está completamente corrompida, y eso lo ha podido comprobar servidor en vivo y en directo. Para que le adjudiquen a usted una obra pública… prepárese a dar un altísimo porcentaje de lo presupuestado en facturas para que todos los estamentos puedan llevarse su pellizco. Aquí se roba todo lo que se puede, dentro de un funcionariado inmenso que hace de la maquinaria estatal un verdadero elefante blanco sin dinamismo, una máquina pesada y mal engrasada que impide al país crecer realmente. El año pasado, por ejemplo, una cosecha récord de soja que se debería haber exportado al mundo entero por las sequías de otras regiones del mundo se perdió en gran parte porque no había infraestructuras para realizar esa exportación con el dinamismo adecuado. Algo análogo es lo que se ha visto con el maldito Mundial de las narices: se ha robado tanto que se han olvidado de que además había que construir las infraestructuras necesarias para el evento (aeropuertos, avenidas, etc.) y no sólo los estadios a última hora. Pero no… no se han acordado, y Brasil va a pasar por un ridículo histórico delante de todo el mundo civilizado, como el que pasó con lo de la soja y como el que pasa constantemente. Si conocen ustedes a alguien de los que vendrán aquí a gastarse su dinero estúpidamente el próximo mes, díganle que les cuente cuánto tiempo perdieron en aeropuertos, atascos, etc.
Otro capítulo son los impuestos. Aquí tenemos que trabajar 5 meses y 8 días para pagar nuestros impuestos… –sí, lo que leen, sin exageración– que sufragan a esos vagabundos y maleantes que maman de la demagógica teta del PT. Y cualquier cosa importada, como un triste ordenador o una botella de vino, cuesta más del doble de su precio real por una trasnochada política proteccionista. Lo gordo es que, con todo lo que se roba y con una carga impositiva que se ha elevado a límites insoportables, no se termina de quebrar económicamente, y la gente que quiere vive bien. Eso nos lleva al tercer punto…
¿Cómo se consigue mantener ese chiringuito? Por culpa de la gente. La gente es muy indolente. Mientras tengan pan –subsidios del gobierno– y circo –fútbol– aquí nadie se anima a hacer nada. Las protestas que tanto ruido están supuestamente haciendo no van a dar en nada, e incluso están siendo manejadas por el gobierno a su favor. Aquí hay mucha gente emprendedora y con horizontes, pero al mismo tiempo es inmensa la masa de los indolentes que prefieren quedarse como están. El brasileño medio es excesivamente conformista, demasiado sensual (en todos los sentidos) y sentimental, y es ahí donde se encuentra la explicación de que todo esto no haya todavía dado el salto para convertirse en una potencia mundial. Y es una pena porque, miren ustedes… el brasileño también es, generalmente, un tipo inteligente. Al juntarse la pereza con esa inteligencia, a veces incluso termina saliendo bien… pero nunca perfecto. Un ejemplo de eso es nuestro Marcelo is real, querido u odiado según por donde se le mire. Un tipo con sus genialidades pero al que traicionan su poca seriedad y dedicación en explotar su potencial, su nula profesionalidad, pudiendo pasarse lastrado por sus lorzas media temporada sin mayor preocupación, porque tiene su salario garantizado. Lamentable, sí. Es una parábola de Brasil.

Sin embargo, como no quiero ser pesimista, creo que esta tierra todavía puede ser una nación insigne para el futuro. Hace falta alguien que sepa explotar el potencial no sólo natural, sino también humano, de este país-continente. Para que se hagan ustedes una idea, aquí existe una completa amalgama de razas derivada del mestizaje entre el factor indígena, el factor negro y el factor portugués/español, a los que se unieron a lo largo del último siglo las más variadas inmigraciones, que vinieron aquí en busca de una oportunidad –¡y vaya si la consiguieron los que se lo propusieron!–: japoneses a porrillo, libaneses, bolivianos (mejor que se hubieran quedado en su casa) y de las más variadas naciones europeas: italianos, más portugueses, españoles, alemanes, eslavos de todo pelaje, etc. Pues bien, con esta curiosa mezcla… ¿saben ustedes que en Brasil no existe prácticamente el fenómeno racismo? No, existe una armonía completa, pues una de las virtudes del brasileño es la acogida, de lo que doy fe. Nunca pensé que consiguiera vivir mucho tiempo en un país así, una persona que venía del ambiente de los Ultras Sur de los años 90 –espero que El Socio comprenda que los de esa época somos un poco diferentes de los que vinieron con el nuevo siglo, responsables por el desastre del Fondo Sur–, de la derecha de siempre… pero sí, uno está muy bien integrado aquí. Creo que el gran salto Brasil lo dará cuando aparezca alguien que sepa capitalizar todas las virtudes de la nación y de sus “acogidos” –que son los que han transformado la riqueza natural en riqueza real–, enfrentando el desafío de formar a los comodones para construir una nación puntera del tercer milenio. Quién sabe si el Mastuerzo no es el hombre elegido por Dios para esta misión histórica… si Podemos gana las próximas elecciones, puede organizar un golpe de estado tomando primero el poder en España, para después dar el salto a Brasil.
Perdonen si algunos de ustedes hubiera querido que servidor tratase de fútbol o de féminas… pero eso, si quieren y les gustó este “reportaje” lo haremos otro día. Como sé de la gran kurtura de los fansistas, creo que les gustaría saber cosas sobre estas temáticas. Un abrazo. ¡Arriba España! ¡Hala Mandril!