Pasmao me quedé, pasmao. Yo estaba fregando y por la radio alguien preguntaba a Floro a qué se había dedicado últimamente. «A dar conferencias», contestó el técnico, y yo adopté semblante estatuario y agarrado al plato hice la estampa de discóbolo doméstico. No menos pasmao cuando a la misma pregunta Camacho, a la sazón seleccionador murciano, contestó que «a ver fútbol y a conocer nuevas formas de organización». Esto, dicho así, no parece mucho, pero hay que ponerlo en labios camachiles para que gane prestancia, ese tono cabreado y atropellado que parece sólo natural si se remata con un «coño» tabernario. Hombre, lo de estudiar las nuevas formas de organización supongo que será para conocer el modo más efectista de tomar las de Villadiego al quinto día de trabajo. Esa manía de los jugadores por meterse a técnicos ha acabado con el mito pundonoroso de Camacho, el bravo defensa, el castizo defensor al que nada podía, ni la fiebre, ni un nudo marinero en los ligamentos; ese titán se ha convertido en un rajao, el rajao por antonomasia y de la misma forma que ser un Poulidor es ser un segundón profesional y hacer un Montilla es hacer un sinpa financiero, hacer un Camacho es pirarte a la francesa, dejando, eso sí, un perfume de hombría y refrito en el ambiente.
López Caro, que se ha hecho a sí mismo a base de geometría por correspondencia y del estudio de los coleccionables RBA de tácticas militares, no tiene esos problemas: no nos puede decepcionar porque no esperamos nada de él, Juan Nadie, el hombre del traje gris, nowhere man, mister nobody. Sus declaraciones nos revelan a un Juande Ramos un poco más apuesto, con un perfil no bajo, diminuto, dispuesto a dejarse comer como buen cristiano por los leones perfumados del vestuario blanco. Aunque es fácil decir eso de que es sólo un Floro meapilas no debemos ceder a la tentación de hacer chistes con la fe religiosa de las personas. Aún recuerdo escandalizado el cuestionario que cierto periodista con un ojo a la birulé le hizo al bueno de Caro. ¿Crees en Dios? ¿Rezas? ¿Vas a la Iglesia? ¿Los domingos?¿Todos los días? ¿Practicas?… Sí, hombre, practico con tu puta madre, no te jode… La Constitución dice muy claro que en materia religiosa esos interrogatorios sobran. Probad a poner en el lugar de Caro a un musulmán, hubiesen saltado todas las alarmas de la corrección política a la segunda pregunta. En fin, miserias de un país a la deriva.
Floro empezó como Caro y el tiempo ha terminado por rehabilitar su figura. Sus tecnicismos, su obsesión tacticista, sus carreritas postpartido, su psicólogo (esta vez volverá a ser revolucionario si contrata a un educador infantil o un pedagogo especializado en border-lines), su 4-4-2 con barra metálica de futbolín (de tan inflexible), todo eso, que chirriaba en tiempos de la fantasia cruyffista y del carajillo mecánico de Aragonés, ha terminado por convertirse en el abc del fútbol, el catón de cualquier manchapizarras. Pese a todo, pese a lo simpático que nos resultó ese señor manchego (que como el Moro resulta que no es de allí), tan maltratado por la prensa, la fortuna y los árbitros, he de decir que su fichaje es la demostración de que Florentino ha perdido el rumbo. Me imagino que viene en calidad de Molowny a la espera de que López Caro sea destituido cuando el Arsenal nos meta media docena y se disparen los tratamientos por depresión entre la grey madridista. Floro es el enésimo clínex de esa devoradora de hombres que es Floren. Su fichaje nos devuelve, como si fuésemos todos Michael J. Fox, al principio de los noventa. Es una nueva recaída madridista en el revival. Antes Beenhaker y Toshack, luego será Capello. De nuevo a revivir la década pasada, síntoma claro de que no hay ideas y de que somos un club ensimismado en un pasado glorioso y en unas ideas paralizantes. Los equipos avanzan, sin más, sin tanto miramiento, sin conjurar el pasado como si fuésemos una máquina hegeliana, un artefacto cíclico.
Floro y Caro son dos paletos, seamos claros. Hay entrenadores que no lo son. Benítez no lo es. Pero estos tipos sí y no está mal ser un paleto, yo quizás lo sea. Un paleto en este ámbito del fútbol es alguien que no te puedes tomar en serio, carne de categorías inferiores. El problema es que la inseguridad de estos tipos les lleva a insistir en sus trucos, en su jerga, en esa manera cansina de subrayar la humildad, de modo que cuanto más altos están más ridículos parecen. De hecho, Floro y Caro comparten un rasgo común: el miedo al periodista. Hablan con el culo prieto y sueltan las palabras tras haberlas repensado como quien chupa un caramelo. De la logorrea del brasileiro al ni esta boca es mía. A los dos se les ve que no dan el nivel, que a mitad de frase pierden la concordancia y cambian singular por plural y viceversa. Uno, modestamente, les pediría más naturalidad. Trappatoni no era Dante, ni Miguel Muñoz decía palabras esdrújulas. Floro ya ha vuelto a dejar clara su enfermiza propensión a lo numérico, por ejemplo, como si utilizando cifras las cosas pareciesen más meditadas, más técnicas. Promete un porcentaje 50-30-20 de canteranos-españoles-extranjeros, de modo que volvemos al dogma y a regalar titulares y eslóganes a la prensa. En los noventa, los madridistas nos sentíamos un poco así, un poco paletos frente al glamour y al cosmopolitismo culé. Ahora volvemos a depender de señores que dicen «de que», y no me vale eso de que Floro ha viajado. Viajar, en fútbol, es ir al norte, como Benítez, ir a Italia o a Inglaterra. Lo de México, Japón y demás lugares no da prestigio, lo resta. A Florentino sólo le queda contratar a Bora Milutinovic.
En fin, amigos, hoy me parece que hay un amistoso Patético-Real Madrid. La cosa tiene gracia. Es un homenaje póstumo a Gil, y el Madrid, que si es más pupas nace gilipollas, pues allí que va presto a ver si el trofeo nace de pie. Hombre, Gil, para el Madrid, fue un enemigo, una persona ingrata que no dejó nunca de atacar a su memoria y a sus aficionados. Está muy bien ir, pero debería constar en acta que ese señor era un indeseable. El homenaje va de cinismo, además, porque el segundo propósito del partido es eso tan socorrido de «ir contra el racismo». Gil no era precisamente Luther King. Si la prensa madrileña no fuera radicalmente colchonera podría complementar la información del encuentro con entrevistas a Donato, Valencia y Musampa. Y ni hablamos de los muchachos del Calderón, que son tan gilipollas que se llaman indios cuando lanzan plátanos al primer moreno que aparece.
Por cierto, Raúl vuelve a correr (con balón). Supongo que toca alegrarse.