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No mientas, Paula, que has salido a dar una vuelta.
16 días de confinamiento. ¿Cómo me encuentro? ¿Hastiado, harto, exasperado? Todos esos términos son aplicables, pero por decirlo menos literariamente: estoy hasta los cojones. La norma del «pico y cédula», que permite salir sólo algunos días, según tu número de carnet, ha limitado mis paseos, aumentando la sensación de encierro y estabulamiento. El municipio ha encontrado la forma de entretener a sus parroquianos, mandando a circular vehículos con música latina a todo volumen y un speaker vociferando sandeces supuestamente motivadoras, todo al mejor estilo latinoamericano; a veces se trata de una plataforma móvil con lucecitas, sobre la cual unos esbirros bailan y tocan instrumentos de percusión. Los presbostes locales consideran tan simplona e infantilizada a la población que la cree incapaz de procurarse su propio entretenimiento, enviándole ese estruendo que es justo lo que uno necesita en mitad de la noche, cuando está intendo leer o ver algo en la televisión.
Increíblemente, desplazando algunos muebles he conseguido trazar un minicircuito en la casa y en la terraza que me permitirá correr a velocidad moderada sin salir a la calle, recuperando hasta cierto punto la rutina del ejercicio. El recorrido seguramente no supere los 30 metros, y habrá que repetirlo hasta la saciedad, pero no deja de ser un consuelo.
Los servicios religiosos públicos obviamente se han interrumpido, pero si uno pasa frente a la iglesia grande del pueblo, la parroquia de Santa Ana, puede comprobar que emiten música varias horas al día. Los temas escogidos son de arrepentimiento y contrición, con estrofas como «Señor, por qué me has abandonado»; no faltará quien vea en la crisis del coronasida un preludio del Juicio Final. Este tipo de amenidades no deja de chocar al extranjero, pero Colombia es un estado confesional de facto, y es fácil ver la relación entre estas exuberancias sonoras y los minaretes islámicos. La cuarentena ha introducido una novedad tecnológica en estos menesteres religiosos: las misas han empezado a transmitirse por Facebook Live.
Hasta ahora epidemia ha golpeado de forma muy modesta a Colombia, con menos de 1.400 casos y 35 fallecidos, pero no es en absoluto descartable que el confinamiento se prolongue más allá del 13 de Abril inicialmente anunciado; ahora mismo cualquier dirigente político al que no se le acumulen las bolsas de cadáveres se considera un triunfador, por lo que es lógico pensar que se guiarán por el principio de máxima prudencia, pagando sólo el pequeño precio de convertir su país en una cárcel. Se están habilitando a toda prisa plazas de cuidados intensivos y preparando programas de asistencia económica a los más desfavorecidos; pero con toda su prudencia, Iván Duque debe saber bien que el 40% de trabajadores colombianos que viven de la economía sumergida no pueden ser mantenidos a base de mercados (cestas de la compra) regalados por el estado más allá de unas pocas semanas. En algún momento se va a secar la teta.
No voy a decir nada sobre el psicópata español y su socio comunista (¿para qué?), pero si Duque y cia no se creen dioses deberían liberarnos el 13; han tenido tiempo de prepararse, la broma ha durado bastante y ya basta de tratar a la gente como animales. Que paren la mierdiliga de fútbol, que pongan cupos en el transporte público y se limite cualquier masificación, pero esto de los países-prisión es una locura colectiva que no se sostiene más; me adhiero totalmente al manifiesto de Leguina y cia, una voz arriesgada si se quiere, pero más cuerda que tanto balido complacido. Como mínimo que nos dejen cortarnos el pelo, que parecemos simios, hostia. Curiosamente, cuanto más totalitario es un dirigente más le gusta la cuarentena, porque el control social es la droga de todos ellos: Gustavo Petro, el mugremita más célebre de Colombia, ha apoyado con entusiasmo prolongar el encierro en Bogotá (que justo es reconocer ha sido muy laxo).
Me estoy empezando a sentir como los personajes del manga «El ataque de los Titanes», encerrados tras unas murallas impenetrables esperando a que vengan unos gigantes a comérselos para merendar; algunos esperan como borregos, conformándose con retrasar lo inevitable, mientras que otros se alistan en los cuerpos de exploradores para combatir a los titanes, pese a una tasa de mortandad del 80%. Yo prefiero ser de estos últimos y salir a «enfrentarme a la muerte», en vez de quedarme en casa muriendo en vida y viendo cómo el mundo se derrumba alrededor. Si quieren firmo un papelito comprometiéndome a no tocar a nadie y renunciando a toda asistencia médica, pidiendo que me den tan sólo una pastilla de cianuro y un chute de morfina. ¡¡Soltadnos ya, hijos de putaaaaaaa!!
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