
Habíamos dejado cabalgando hacia Manchester a sir Mou, sir Rolando, sir Úsil y sir Karino. En su camino penetraron en una profunda floresta, y allí encontraron sentado a un caballero todo armado en colores azul y granate, cuyo nombre era sir Xavier, aunque se le conocía como el Caballero dels Valors i la Humildat. Y tenía otro caballero a su lado, de tan baja estatura que apenas podia llegar a los estribos de un caballo. Estaban estos dos caballeros junto a dos pabellones de seda y cendal, también en azul y grana.
– Señores caballeros- dijo sir Xavier-. No pasaréis por este camino; pues justaréis conmigo, o seréis mis prisioneros. Pues bien semeja que sois caballeros de la Mesa Blanca, y habéis de saber que vuestro rey Floper es el peor enemigo de mi país, el Reino de los Campanarios, y nunca ha hecho cuenta de los auténticos valores de la caballería. Por ende, todos sus leales son mis enemigos también, y de necesidad tendremos batalla mortal.
– Dejadme a mí entender con él- dijo sir Rolando, sin duda el caballero de más merecimiento de cuantos vivían en aquella época, que nunca rehuía el peligro, sino antes lo buscaba por acrecentar su honra. Entonces con gran ira se partieron con sus caballos, y se juntaron como el trueno. Y quebró su lanza el Caballero dels Valors, y Rolando le atravesó ambos costados, con lo que se quebró también su lanza, y le quedó el trozo en el costado a su enemigo. Sin embargo, sir Xavier sacó su espada, y descargó muchos ansiosos golpes, y de gran fuerza, e hirió muy gravemente a Rolando. Pero a la postre sir Xavier, al cabo de hora y media, cayó desvanecido del caballo. Mas no era desmayo auténtico sino treta, con la que intentó ensartar a sir Rolando a traición, por donde tuvo éste gran irritación. Y por tal motivo, cuando volvió a tener a su merced a sir Xavier, le desenlazó el yelmo prestamente y le tajó la cabeza.
Toda esta batalla había observado en silencio el caballero de baja estatura, y así permaneció hasta que salió de su pabellón un escudero, de nombre Carajo, ya entrado en edad y que amaba muy bien el vino, quien así dijo: «Sabed bien que este es Messíndrome, Caballero de Bimbo, quien no gusta de hablar, pero es sin duda el caballero más peligroso de esta época y aun de todas las conocidas, pues tiene la fuerza de siete hombres, y en muchas justas se ha llevado el precio y la honra. Por donde mejor haríais dado vuelta, pues no tenéis gloria que ganar aquí, sino mucha vergüenza».
Enojose entonces mucho sir Rolando, y replicó: «Bien puedo decir que éste sir Messíndrome es muy falso caballero, y en muchas justas tuvo lo mejor por artes de hechicería y por el favor de reyes corruptos, que mucha afrenta han hecho a la noble orden de la caballería. Y esto probaré yo ahora por la fuerza de mis manos».
En esto enderezó hacia Messíndrome y los dos se juntaron con toda su fuerza, y ambos cayeron a tierra. Evitaron entonces sus caballos, se pusieron los escudos delante, sacaron las espadas, y comenzaron a darse graves golpes, ora aquí, ora allá, acosando, tirando tajos y estocadas, y arremetiéndose como dos jabalíes, el espacio de dos horas. Y a la postre hirió sir Rolando a sir Messíndrome encima del yelmo, de manera que cayó de bruces a tierra, y allí quedó sin sentido.
– Harto tiempo hemos perdido ya-, dijo entonces sir Mou.- Partamos hacia Manchester, pues no es esta nuestra principal querella. Hartas veces hemos sometido al Reino de los Campanarios, y me atrevo a decir que en adelante nadie osará llamar a Messíndrome caballero de mayor proeza que sir Rolando.- Lo que pareció bien a todos. Y mientras cabalgaban juntos toparon con Merlín, al que al punto reconocieron.
– ¿Adonde vais? -dijo Merlín.
– Al reino de Manchester a derrocar a sir Ferguson, con la ayuda de nuestro Señor.
– Haced por mi consejo y ganaréis gran honra en esta batalla.
– ¿Cómo debemos hacer?
– Señor —dijo Merlín—, ved de guardar siempre bien a sir Rolando, pues no estará perdida la esperanza muentras sea parte de vuestra compañía, así tengáis todas las llagas que os puedan caber. Tened también siempre cerca a Sir Jedira, a quien en breve enviaré en vuestro auxilio, pues él os protegerá en toda sazón, mejor que cualquier escudo hecho por hombre. Por último, mirad de mover a vuestros caballeros siempre mucho y bien, pues de otra manera no podréis romper la recia defensa mancuniana.
– En todo punto haremos como decís, y bien creo que pronto recuperaré el favor de mi señor Floper-, dijo Mou.
– Harto más grave es lo que está en juego-, respondió Merlín-, pues si no tenéis lo mejor en esta batalla seréis incapaces de retomar la demanda del Santo Grial. Sabed bien que muchos enemigos mortales acechan el reino de sir Floper, como sir Campílloris y Cebrianus, rey de Polanconia, y tan sólo el poder del santo cáliz le permitirá derrotarlos y ponerlos en vergüenza.
– Dinos, pues, cómo lo hallaremos, pues por la fe de mi cuerpo ése es nuestro mayor deseo.
– Muchas y muy cruentas batallas vendrán aun si triunfáis en Manchester. No fallezcáis, sino actuad siempre con caballería, pues sólo los hombres de gran proeza y vida recta pueden completar la demanda. Allá donde vayáis buscad signos, prodigios… Cuando topéis con una esfera que lleve grabada la corona del rey Floper, sabréis que habéis hallado el cáliz. Pero estad bien avisados, aún deberéis hacer postrera batalla por él. Será ésta la más recia y cruenta de todas, y sólo si tenéis la victoria quedará acabado el Grial.
– Por nuestro señor Jesú Cristo-, dijo sir Mou, hago voto de tomar esta demanda, y no abandonarla por ninguna manera de guisa, sin importar cuán grandes sean los peligros que nos puedan venir.- Y otro tanto prometió el resto de la compañía. Con esto se partieron de Merlín, y esa noche durmieron en una ermita, donde tuvieron muy buena acogida. Al alba quebraron su ayuno, oyeron misa y reemprendieron la marcha. Al poco rato vieron una torre roja como el fuego, bien guarnecida de matacanes, y doblemente fosada. Y sobre la puerta de la torre colgaban cincuenta escudos de diversos colores, y a su pie había un hermoso prado. Era el noble castillo de Old Trafford, y en él se veían muchos caballeros y escuderos, cadalsos y pabellones, pues estaban ya apercibidos de la llegada de Sir Mou y sus buenos caballeros. Estaba en esa sazón sir Ferguson en la torre del castillo, mirando desde una ventana, cuando vio venir a los caballeros de la Mesa Blanca.
– Así Dios me ayude-, dijo sir Ferguson, aquí los tenemos ya. Y mandó tocar trompetas llamando al campo, por donde todos los caballeros se apercibieron para hacer batalla.
Estaba el grupo de Sir Mou debatiendo sobre si emprender su ataque cuando oyeron el trote de un caballo. Era sir Jerida, que había llegado hasta ellos apercibido por Merlín. E hicieron todos gran alegría de él, especialmente sir Karino, que también había sido sarraceno, pero ya había recibido el bautismo, por la gracia de Nuestro Señor. Y lo mismo había prometido hacer sir Jedira, una vez probara ser digno del sacramento.
– Muy bien venido sois en esta hora-, dijo sir Mou, pues bien semeja que batalla como ésta no ha habido en mucho tiempo.
Y respondió sir Jedira: «Mi brazo no os fallecerá, sino estaré con vos hasta mi último aliento. Y no ahorréis por mí, pues haré lo que pueda.»
– Bien dicho está eso-, replicó Mou. Y sin más, el grupo cruzó el puente que los separaba del castillo, fiándose a Dios. Moraban en Old Trafford por entonces muchos caballeros peligrosos, como sir Ferdinando, sir Van Persing y sir Ruhney, e incluso algunos traídos de la Asia por su gran proeza. Entonces se juntó cada parte con la otra, y cada hombre se aprestó en la mejor manera a hacer lo que podía. Entonces sir Rolando encontró con sir Ferdinando, y se derribaron uno a otro. Y acometieron sir Úsil y sir Jedira, y se encontraron con ellos sir Raphael y sir Ruhney, y allí se dieron tan fuertemente que sus lanzas se quebraron en trozos, y sus caballos cayeron de pechos a tierra. Y cada bando ayudó a sus caballeros a encabalgar otra vez.
Entonces sir Rolando tomó otra lanza y allí derribó a sir Van Persing, sir Garrick y sir Wallbeck. Y cuando su lanza se quebró echó mano de la espada y empezó a dar tajos a diestro y siniestro, haciendo tan grandes hechos de armas que era maravilla ver. Y hubo también fuerte batalla entre sir Karino y sir Raphael, pero en aquellos días sir Karino no llevaba vida recta, por donde su fuerza flaqueaba. Tanto era así que algunos lo llamaban por burla «le Blanchemains» («manos blancas»), por proceder de Francia y parecer poco recio en la batalla, pese a ser caballero de muy buenas virtudes. Y por sus faltas estuvo sir Karino varias veces cerca de ser puesto en lo peor, si bien sir Úsil y sir Jedira lo auxiliaron en toda sazón. Así siguieron hasta hora de vísperas, sin que ninguno de los que miraban pudiese saber quién podía ganar la batalla, dándose estocadas y tajos unos a otros en todas las partes desnudas donde podían herir, de manera que la sangre les manaba hasta el suelo que era maravilla ver.
Y cuando era cercana la noche, por acuerdo de ambos bandos se otorgaron uno al otro descanso, e hicieron voto de volver a encontrarse el día de Santa Olivia, para hacer batalla a todo trance. Se retrajeron pues los hombres de sir Mou a una landa cercana, harto magullados y fatigados. «No fallezcáis», dijo Mou, «sino tened fe, pues bien creo que en la segunda batalla tendremos más y mejores hombres de armas, por donde venceremos y tendremos un honroso día sobre ellos.» Y con esto restañaron sus llagas como mejor pudieron y se retiraron a descansar, confiando en que la nueva batalla les traería la victoria.
Agradecimientos: Thomas Malory y Francisco Torres Olver.