El futbolero detesta perder. Si la victoria es la gloria y la reafirmación, la derrota acarrea frustración y engendra dudas. «¿Estaremos haciendo bien las cosas?» Cada afición tiene una forma de digerir los fracasos. En Inglaterra parece que hay grupos de aficionados que van a hablar personalmente con el entrenador y le piden explicaciones. Si los malos resultados siguen, beben aún más en cada partido y así no les importa tanto. En Francia no les molestan las derrotas en exceso porque allí el fútbol no es un deporte de verdad (ultracompetitivo, quiero decir), excepto en Marsella y algún sitio más (el PSG por ejemplo se fundó en los 70). En Argentina, la cosa se suele saldar asaltando el campo, con graves disturbios y de vez en cuando con alguna muerte. En Alemania e Italia no sé cómo se lo toman, aunque creo que en este último país los entrenadores son tan tácticos que casi nadie pierde muchos partidos.
En España lo que se hace es echar al entrenador a mitad de temporada, una decisión que se justifica con tópicos como «es más fácil echar a uno que a 20», o «la cuerda siempre se rompe por la parte más débil», que es lo mismo que decir «lo echamos porque nos salió de los cojones». A veces el cambio surte el efecto deseado y el equipo endereza su trayectoria; otras veces siguen siendo igual de paquetes. Y también ocurre muy a menudo que el que llega como «salvador» a mitad de una temporada se convierte en «la parte más débil de la cuerda» ya entrada la siguiente (ver Paleti de los últimos años). Todo ello, como resulta obvio, denota una falta de seriedad bestial.
Pero en esta «forma latina» de entender la gestión de un club hay un efecto más pernicioso que la simple inestabilidad deportiva: los jugadores empiezan a creer que pueden echar a sus entrenadores, o lo que es lo mismo, los subordinados echan a su jefe; de locos. ¿Cuántas veces hemos oído la frase «los jugadores le están haciendo la cama a fulano»? En muchas de esas ocasiones, fulano acaba en la calle (caso Koeman, por ejemplo), no sin que antes el equipo viva una acusada decadencia deportiva, no sólo por lo que ya por sí iba mal, sino también por la actitud de unos jugadores intentando cargarse a su detestado jefe. La responsabilidad de estas situaciones surrealistas recae totalmente en las directivas. ¿Alguien se imagina un motín en el Manchester United? Sería ridículo, los jugadores saben perfectamente que Ferguson es casi parte del escudo, y que cualquier amago de rebelión llevará sus traseros al banquillo y posteriormente fuera del club, por muchos que se junten. En clubes como este, sí que se puede echar a 20 antes que a uno. Y no es un ejemplo aislado, sino que se repite en prácticamente cualquier equipo grande inglés.
En el caso del Madrid, la incapacidad de blindar al entrenador ha tenido efectos devastadores: por un lado, ha sido imposible consolidar un estilo de juego y dar continuidad a la plantilla, y por otro se ha propiciado que los entrenadores trabajen totalmente bloqueados, conscientes de que no son la cabeza de la parcela deportiva, sino tan sólo una pieza -no la más importante-, sometida a la fortaleza de aquellos a los que en teoría deben dirigir; una situación absolutamente disfuncional. Un entrenador del Real no puede llegar y colocar a los «muñecos» según la parezca conveniente: «este aquí por que me da velocidad, este porque me da pase, este porque me da contención…» No, desgraciadamente intervienen parámetros muy distintos: «Este porque tiene veinte periodistas afines, este porque es el capo del vestuario, este porque es canterano y la gente lo pide, este porque hace muchos anuncios…»
Paradójicamente, el entrenador de un equipo mediano acaba teniendo mucho más control deportivo que uno de los nuestros. Y no se trata de que debamos o no adoptar el modelo de manager a inglés, sino de que la figura del entrenador sea absolutamente incuestionable durante la duración de su contrato. El momento de evaluar su idoneidad es ANTES de firmarlo, no después o por una serie de malos resultados. El lamentable fenómeno Raúl/Baúl sólo puede explicarse desde esta perspectiva: el entrenador toma decisiones condicionado por las consecuencias políticas que sus decisiones deportivas acarrean. Antes de venir al Madrid, van a la tele y hablan de la necesidad de renovar el equipo, pero cuando llegan aquí se pegan un indigesto atracón de realpolitik. Y vale que tenemos la peor prensa deportiva del mundo, pero la responsabilidad es exclusivamente de la cúpula directiva. A ver si creeis que a The Sun no le gustaría que los clubes punteros de la Premier cambiaran de entrenador cada semana. Lo que ocurre es que los Glazier, Gill y compañía no se limpian el culo con los tabloides simplemente porque estos son muy ásperos.
El Real Madrid necesita de forma urgente convertir a la figura del entrenador en casi intocable: un alto directivo que es sólo juzgado al final de cada campaña, y que no es sustituido sino bajo causas de fuerza mayor (y no, quedar segundos en Liga no entra en esa categoría). Los efectos benéficos son innumerables, exactamente los opuestos a mantener la actual situación: autoridad incuestionable y total libertad para realizar alineaciones, así como la desactivación de cualquier tipo de motín. Los jugadores entenderían que tales intentos serían siempre infructuosos, y que forzar malos resultados tan sólo les perjudicarría a ellos mismos; al Madrid no se le echan pulsos. Su única opción sería mejorar su rendimiento o irse, y este traspaso de poder de los jugadores al entrenador cercenaría la raíz del caudillismo (vive Dios que hace falta; lean los comentarios de esta noticia). Por supuesto, otro efecto maravilloso sería anular por completo la influencia de la prensa. Cuando hubiera conciencia de que el preparador seguiría pase lo que pase, el Asco y el Macarra tendrían tanta influencia sobre sus decisiones como el Sun o el Mirror sobre las alineaciones de Wenger.
Sin duda se trataría de un proceso lento, pero que adquiriría más credibilidad con cada nueva temporada de continuidad en el banquillo. A mí Pellegrini es un entrenador que no me gusta, lo he dicho varias veces, pero puedo ver los beneficios de dejarle cumplir su contrato hasta el final (que por cierto no es muy largo, dos años, creo). La estabilidad tiene efectos a largo plazo mucho más valiosos que los de una victoria puntual en esta o aquella competición. Cuando el Real Madrid se dé cuenta de esto tan obvio, transformando su modelo de forma permanente, habrá puesto las bases para una nueva grandeza.